Vigencia de Roberto Arlt: Ganar por prepotencia de trabajo
Roberto Rivera Vicencio. Especial para Fundación El Libro. Junio 2020
Comencé a frecuentar la obra de Roberto Arlt bastante joven, después de abandonar la carrera de matemáticas y darle mi adiós definitivo a los Hall & Knight y su “Higher Algebra” y enrolarme en Literatura con entusiasmo y con las ganas de leérmelo todo.
En tanto mi padre se tomaba la cabeza a dos manos, por mi parte sin remordimiento alguno me sumergía noches completas leyendo a los nuevos del momento, Julio Cortázar, Jorge Luis Borges, Alejo Carpentier, José Lezama Lima; Juan Carlos Onetti, Mario Benedetti, Octavio Paz, Carlos Fuentes, Carlos Droguett, junto con toda la bibliografía obligatoria de la carrera, el Kayser y el Wellek y Warren; en realidad me invadía una ansiedad de lecturas de la cual aún no puedo desprenderme, de manera que en alguna de esas conversaciones de patio universitario y caminatas con Carlos Olivares y José Leandro Urbina, tal vez los poetas César Soto o Jorge Etcheverry, alguno mencionó por ahí a Roberto Arlt y El juguete rabioso. Fue de pasada, pero a mí ese título se me quedó grabado con tal curiosidad y tal fuerza que me fui a las librerías de viejo de calle San Diego y ahí lo encontré: en la librería del “Paco Rivano”, otro escritor popular de nuestro Chile que fue expulsado del Cuerpo de Carabineros precisamente por escribir, y que se instaló con una librería de usados; allí me gasté los últimos pesos del mes y me fui leyendo en el colectivo y no paré hasta bien entrada la noche cerrando el libro en la última página.
Como diría un pirquinero, había descubierto una veta de oro que no abandonaría nunca.
De esa lectura de pronto espejeaban párrafos completos de la literatura de Cortázar, sus tías “culonas”, en sordina un diálogo subterráneo transcurre con sus cuentos, por ahí también un Borges esporádico abreva en esa vertiente, los cuentos de Onetti, “Tan triste como ella” “Esbjerg, en la costa” “Jacob y el otro”, y de pronto toda la literatura del Río de la Plata comienza a mostrarme arterias e irrigación que parecen venir de estas páginas; y sí, efectivamente de aquí vienen, la universalidad que alcanza la muy particular literatura de Arlt ocupa el imaginario porteño, su mirada e intuición capta su tiempo hasta el hueso y se adelanta, nuestro Fernando Alegría queda hermanado a Arlt con textos notables como “La maratón del Palomo” y “A veces peleaba con su sombra”. Un entramado narrativo y poético se instala en este Sur de América con un piso de sólidas raíces.
El golpe de Estado de 1973 me obliga a emigrar y en Buenos Aires logro estabilizarme y vivir como los escritores, es decir, siempre ganándome la vida o “perdiéndola” en lo que se pueda, en una metalúrgica por allá por Avda. Directorio, muy cerca de los mataderos. Buena gente, una burguesía nacional con objetivos nacionales, aún recuerdo su nombre, Delfor Acebedo, mientras Roberto Arlt, compañía de siempre, permanece ahí presente, y un buen día pasando camino a Avda. Rivadavia por el barrio de Flores adonde había llegado a vivir, me encuentro con una casa modesta al fondo de un sitio en medio de dos edificios, con un cierre de rejas de fierro redondo, me llama la atención y me acerco para descubrir con emoción que esa había sido su casa, seguro la misma a la que llega una madrugada de juerga y encuentra a un ladrón en plena tarea, al que tranquiliza y le asegura que si sigue sus instrucciones no le pasará nada, que solo quiere saber todo de su oficio, cómo elige los domicilios, cómo se abren las puertas, adónde busca preferencialmente, y luego de ello lo encierra. Entonces se va hasta Pompeya a buscar a su amigo el poeta Homero Manzi, y ambos regresan para estrujar las historias del hombre, hacia el mediodía cansados de reír y brindar seguro, lo dejan ir. Han ganado un amigo.
A estas alturas no sólo tengo idea, sino la seguridad de que el título de su novela El juguete rabioso debe ser uno de los mejores títulos que se conozca en la historia y me entero, además, que fue secretario de Ricardo Güiraldes a quien decía: “A ver cuándo se pone a escribir en serio, maestro”; es del caso que ambas novelas, El juguete rabioso y Don Segundo Sombra se escribían al mismo tiempo. Fue precisamente Güiraldes quien, al leer la novela, encontró esa frase adentro y le recomendó el título. Así se cuenta.
Más allá de “Los de Florida” y “Los de Boedo”, la literatura de Arlt sigue causándome en esos años, como hasta ahora, un profundo impacto, un verme en esas ficciones que me transportan a mis queridos barrios de Santiago de Chile, al barrio Independencia de mi infancia, a la calle “Maruri esquina Cruz”, esquina mítica de literatura chilena, inmortalizada por José Santos González Vera, Premio Nacional que llegó a vivir allí de niño; frente a su casa la del pintor Benito Rebolledo; más allá en la otra cuadra Fernando Alegría y por el frente Pablo Neruda, el mismo Pablo que escribe “Crepúsculos de Maruri”. Años después allí nace el escritor José Leandro Urbina en la mismísima esquina, y a mí me toca vivir en la casa a la cual llega de El Monte, José Santos González Vera. Manuel Rojas, destacado escritor chileno y también Premio Nacional, nacido en Buenos Aires, también ha vivido alrededor de esa esquina. Cosas que suceden.
Buenos Aires me abre también otros ojos y me trae nuevas lecturas, Macedonio Fernández, y esa “novela que comienza” Abelardo Castillo, Osvaldo Soriano, Gudiño Kieffer, Isidoro Blaistein, Juan José Saer, Haroldo Conti, Jorge Asís, Antonio Di Benedetto, Enrique Wernicke, y tantos otros que son también míos, poetas como Raúl González Tuñón, Mario Jorge de Lellis, Jorge Boccanera; sin embargo, Roberto Arlt igualmente permanece, las primeras páginas de El juguete rabioso, ese viejo zapatero andaluz que incendia toda la imaginación y las historias de los migrantes anarquistas afincados por estas tierras, zapateros remendones, las lecturas de folletines: …“Ezte chaval, hijo…¡qué chaval!…era ma lindo que una rroza y lo mataron lo miguelete…”. El movimiento popular no se explica sin estos personajes que, valga mencionar, instruyeron a toda una generación de dirigentes sociales de aquellos años, y ese espacio narrativo incorporado por Arlt está presente como sustrato en toda esta literatura que viene, que más que Ricardo Piglia, sensatamente marcado por la literatura de Arlt, aunque con una condescendencia que Arlt no pide ni necesita.
Otro golpe mortal, aquel “Escritor fracasado” como nube detenida que permanece y permanece generación tras generación de escritores, y hoy pareciera más vigente que nunca, cuando la valoración estética se vuelve mero trámite mediático; “Las fieras” un cuento que duele y duele como llaga que permanece en el tiempo; “Ester primavera” el placer de la culpa circulando canalla por el recuerdo. Todos cuentos modelo de expresión y concisión. Un buen ejercicio para aprender cómo se estructura un relato breve, la tensión dramática, la entrega de información, el punto de vista, la profundidad en distintos niveles. Sin lugar a dudas, un maestro.
Su otra veta, el periodismo. Así lo encontramos escribiendo para el diario “Crítica” de Natalio Félix Botana, quien le encomienda reportajes y crónicas que lo mueven por Capital Federal y el Gran Buenos Aires. A Botana le interesa la pluma aguda de Arlt porque llega al lector de su diario, crímenes, asaltos, sociales, adonde precisa de su ingenio y sacar partido, por ello encarga el trabajo a su protegido, el público lo sigue, hasta el día en que Botana recorriendo los alrededores del diario lo descubre afanado en un discreto rincón de un café escribiendo; antes lo ha enviado a reportear lejos, debieran pasar horas para su regreso, entonces descubre que Arlt desde hace mucho viene inventando los reportes, que resultan mucho más entretenidos que la burda realidad y sus pequeñeces. Y Botana, que sabe a quién tiene bajo su mando, contra todo pronóstico no lo despide, sino que lo castiga en lo que menos le duele: día a día Arlt tendrá que escribir un artículo de su propia invención, y así uno a uno van generándose “Aguafuertes porteñas”.
Muere joven, a los 42 años luchando con su otra vocación, la de inventor con la obsesión de fabricar una máquina para reparar medias nylon de mujer, de esas que se les iban los puntos y había que llevarlas a reparar a talleres donde con unas agujas especialísimas se tomaba el hilo milimétrico rehaciendo el tejido. Seguro que Arlt quiso terminar con ese oficio que dejaba ciegas a las mujeres. No lo logró, pero sí logró abrir los ojos a un mundo que ciego de devanaba los sesos rehaciendo el tejido de un mundo que moría.
Regresé a Chile cuando la dictadura y las preferencias del público se desmarcaban de toda ficción que oliera a barrio o a pobreza, finalmente a ingenio. La literatura desaparecía de los medios y el interés del público lector decaía casi sin remedio. Sin embargo, los jóvenes leían a Roberto Arlt, el espíritu de su literatura vía talleres seguía vivo. Entonces, pese a la masiva ofensiva de especuladores y mediocres, recordé sus palabras y me tranquilicé: “Ganaremos por prepotencia de trabajo”. Así será, me dije.
Porque Los siete locos, los lanzallamas, El amor brujo, El criador de gorilas, en todas estas obras se adelanta a su tiempo, a la Guerra Fría, a las armas químicas, a las armas de destrucción masiva, a la locura de un mundo cada vez más parecido al delirio.