¿Quién mató a Homero Arce, el poeta y secretario personal de Neruda, asesinado en 1977?
Por Virginia Vidal
Homero Arce me llamó una mañana para invitarme a tomar té a su casa. Era el verano de 1975. Me sorprendió encontrarlo muy apagado, junto a Laura Arrué, su mujer.
Tomamos once mientras conversábamos de muchas cosas. Eran muy cariñosos entre sí y disfrutaban entregando su afecto a los demás. Él la llamaba Lalita. Homero se nubló de tristeza cuando me dijo: “Matilde me trató muy mal, comenzó a hacerse la perdediza”.
Empapado en tristeza, este fino caballero sólo podía expresar afecto con suave cortesía. Se refirió a las humillaciones infligidas por Matilde. Él había entrado en la vida de Pablo mucho antes que ella, solidario, aun cómplice en todas las circunstancias. Hasta el último, Homero había recibido el dictado de esas memorias que la muerte del poeta impidió corregir.
Pero entre Matilde y Homero se había producido una desavenencia sin vuelta posible. Según Matilde, él había deseado quitar, por miedo, el último capítulo de Confieso que he vivido. Acto que consideró de extrema cobardía y por esto lo increpó. Según Homero, no fue sino un pretexto para provocar un corte definitivo, pues Matilde le tenía una inquina feroz porque lo sabía “amigo de Pablo en las buenas y en las malas”. La verdad es que Matilde, después del episodio del enamoramiento de Neruda de su sobrina Alicia Urrutia, vio a Homero como el alcahuete.
Al despedirnos, Laurita insistía: “¿Cómo te hago un cariño? ¿Aceptarías algo de mi mano?”. Con un gesto tan de colchagüina, me regaló un cartucho de panes amasados por ella misma y Homero me fue a dejar al paradero de buses, reiterándome que lo llamara por teléfono en cuanto estuviera en mi casa. Lo llamé, para su tranquilidad. Después de ese episodio, no volví a verlo.
De la vieja amistad entre ambos poetas, queda el poema Llegó Homero, del conjunto Cuatro poemas escritos en Francia. Neruda invitó a su amigo a París cuando recibió el Premio Nobel.
Durante esa estadía en Francia, Neruda le solicitó a Homero la selección de los poemas que integrarían la Antología Popular de Pablo Neruda, su regalo para el pueblo de Chile por haber recibido el Premio Nobel. Esta selección poética no proporcionaría a Neruda derechos de autor. Era de gran formato, ciento veintiséis páginas, con un prólogo de Salvador Allende y una breve columna con datos de vida y bibliografía en la contratapa. Según se advierte al inicio: “Este libro no puede ser puesto en venta. Su finalidad es que llegue en forma gratuita al pueblo chileno”. También se señala: “La selección fue confiada por el autor a Homero Arce y el trabajo se realizó entre este escritor y el poeta en su casa de ‘La Manquel’, aldea de Condé-sur-Iton, de la Normandía francesa, en el mes de septiembre de 1972”.
Laurita Arrué (1907-1986) era profesora, estudió en la Escuela Normal Nº 1 y en su época juvenil se incorporó a la bohemia nerudiana. En 1924, inició un romance con Neruda. Dicen que el flechazo entre ambos fue inmediato. Según Diego Muñoz, “para nuestra rueda de amigos, Laurita era nuestra Greta Garbo propia”. Neruda la llamaba Malala y Señorita Saint-Sauver. Homero Arce, quien conoció a Laura una vez que ya estaba en una relación con Neruda, también quedó prendado, casi instantáneamente.
Cuando se fue Neruda al Asia (como cónsul en Rangún, ex Birmania) y según se habían prometido, siguieron escribiéndose cartas apasionadas, pero Laura no recibió las de Pablo. Pablo tampoco las de Laura. ¿Quién las interceptó? Homero Arce, aprovechando su condición de funcionario de Correos (fue secretario de la Dirección General de Correos y secretario del Correo Central). Su pasión no tuvo límites, por algo le decían Otelo. Ahí empezó el amor entre ambos. Muchos decían que Homero había secuestrado a Laurita. Dejó a esposa e hijos para dedicarse por entero a su amada y no se separaron en cuarenta años.
El testimonio de puño y letra de Laurita Arrué sobre la muerte de Homero, consta en su libro Ventana del recuerdo (Nascimento, 1982). También se lo entregó a la escritora Matilde Ladrón de Guevara, quien lo reprodujo en uno de sus libros.
Homero salió de su casa a las 10.00 del 2 de febrero de 1977. Se dirigía a la Tesorería General para dejar un formulario donde solicitaba se le descontara el 5% de las imposiciones de la Caja de Empleados Públicos. Sin embargo, no volvió a casa hasta las cuatro de la madrugada del día siguiente, despeinado, y los ojos inyectados en sangre.
En la Tesorería, se dijo después, sufrió un desvanecimiento y se llamó a un carabinero para acompañarlo a la Posta Central. No obstante, nunca constó su llegada en los registros de la posta. De cuanto llevaba, sólo desapareció su carnet de identidad. Del carabinero, no quedó registro.
Homero regresó moribundo a casa. Sólo atinaba a gritar: “¡Defiéndeme, Laurita!”. “¡Defiéndeme, Laurita!”. Murió a las ocho de la mañana, el 6 de febrero de 1977 en el Hospital Barros Luco. El médico descubrió una herida no sangrante detrás de la oreja.
Laura, quien no tuvo hijos con Homero, murió en 1986, también de manera muy extraña. De hecho, nunca se supo cómo ocurrió el incendio en su casa donde se quemó viva.
Homero Arce fue una de las víctimas del crimen anónimo, como lo denunció el crítico Edmundo Concha en su conferencia en la Biblioteca Nacional, en 1991, durante el ciclo nerudiano. No aparece en las listas del Informe Rettig, pero fuerzas represivas lo detuvieron, lo golpearon hasta dejarlo inconsciente y murió en el hospital Barros Luco a los pocos días.
De este caballero quedan sus sonetos perfectos en El árbol y otras hojas, su Canto a Santiago, clavel de fuego (grabado por el sello Phillips en 1965) y un hecho que no merece ser borrado de nuestra memoria: por su vieja máquina de escribir pasaron todos los libros de Neruda y gran parte de su correspondencia. Como dijo en su momento Laurita Arrué: “En eso se le fue la mitad de la vida”.