Caja de cambio, del poeta Marcelo Arce Garín
Poesía químicamente pura –desde el margen: Apuntes de lectura sobre Caja de cambio, del poeta Marcelo Arce Garín
Caja de cambio, 2016, Marcelo Arce Garín
Ediciones Etcétera
“Hijo del lumpenaje, te oprimen cadenas, y esa injusticia no puede seguir
… sólo queda beberse todo el salario/
Respiro boto respiro boto/
Acullicu”.
Alberto Moreno
Son estos los ritmos y cadencias de los desplazados de su propia tierra, y esa respiración es un grito: son las grietas del alma. Sólo así es posible la vida.
El desborde, lo extraordinario, viene como siempre, de la palabra, tomada de los ancestros “acullicu”: es provincialmente simple, y su hablante, providencialmente está a salvo de la oscuridad de la violencia, y se ha tornado ternura infinita… “acullicu” nos dice, y mastica despacio sus palabras como verdes hojas verdes, lento, para no marearse, para no caer desesperado en medio de las calles de sucio asfalto, del gris y duro cemento.
Vas por las ferias libres, en los márgenes de la ciudad, esa otra ciudad, espacio colorido y sonoro, lugar del trueque y el valor sin usura, recovecos como madrigueras, territorios alejados del éxito y el arribismo patriotero -esa sombra que siempre nos juega en contra-. Sin embargo, nos queda la ternura, la amabilidad, nos dice el poeta, ante el crimen cotidiano de la postergación y la marginalidad, decretados desde tiempos ya lejanos.
Tenemos aquí una entrega brevísima, que relata pequeñas escenas de vida cotidiana, ampliamente conocidas por todos; el aplazamiento de los que caen más abajo. La postergación de los que no entraron al partido (y sí a las barras).
Compuesta sin “florituras”, la nueva poesía de Marcelo Arce posee un ritmo y una respiración exacta, de mecánica sintonía. Cuesta ver o sentir que algo sobra en sus páginas. Tiene la delicadeza y el talento de la economía del lenguaje. Menos es más, y se cumple a cabalidad el adagio, en este segundo poemario del sanbernardino.
Poética del margen, que es un margen resistente, fuerte, porque nadie podrá ya quitarle su lugar. Esta es la poesía de los que no hablan de poesía. Y que desde ahora tienen un nuevo canto propio, una poética, una verdad clara, dicha en unos demoledores versos libres.
La proeza de esta obra: no caer en la tentación, no “ser como ellos”. El autor es fiel a sí mismo, a su identidad, a una historia común de miles que recorren sus grandes avenidas, la cual se comparte y defiende sin ceder a la tentación del odio. El poeta de estos versos, es libre, porque no escribe desde el odio ni la derrota. Pero no es inocente. Es amable y generoso con sus pares, con esos rostros que callejean de noche y madrugada, compartiendo un último cigarrillo. Y les rinde homenaje. Los celebra.
Es como si Arce hubiese reunido en un cuadro -si pintase un fresco- de toda una pléyade santiaguina de parias, anarcos y amantes furtivos, mujeres y hombres que saben de memoria las calles y plazas de su barrio. Y que no ignoran ni desdeñan la propia fragilidad, pues saben que su paso y su huella son breves, por eso están tranquilos, sentados, bebiendo y fumando a medianoche en los escaños.
Es un mundo perverso, profundamente cruel. Pero siempre ha sido igual. Entonces, para qué mentir, y para qué soñar? Basta con vivir.
Poesía químicamente pura… como respuesta al fruto de una tierra árida, de un espacio social desmembrado, de un lugar que insiste en expulsarte, y que tú insistes en recorrer y habitar, porque no te envilecen el odio ni la ambición de poder, con su vanidad siempre celosa y racista.
P. Q. P. como un ácido, en dosis breves y fortísimas, quemándote piel adentro, como un amor intenso, que te deja con los ojos abiertos a un verdad innegable, que nadie puede esconder. Es tu ciudad que se derrumba. Y tú no cedes, y son tus pasos a medianoche, a mitad del camino. Y esta poesía es tu canto.