Libros y novedades

OMAR LARA O LA NOSTALGIA DEL MAÑANA

El poeta Omar Lara (Nohualhue, Nueva Imperial, 1941), acaba de publicar en la Editorial Cuarto Propio, un libro que lleva por título: “Cuerpo final”. Rotundo y bello nombre para un libro, como rotundas pueden ser también sus interpretaciones. “Final” es, en este caso, un adjetivo que significa “que remata, cierra o perfecciona algo” (otros ejemplos: juicio final, punto final, recta final). Esta frase admite, por lo menos, dos consideraciones que dialogan entre sí.

 Una de carácter denotativo, la cual implica el cuerpo del poeta y su destino humano; y otra, de carácter connotativo, que considera el cuerpo como la obra y la suma final de lo escrito e, incluso, la decisión del poeta de no escribir más (como sucedió con Rimbaud). Lo interesante del título, es que estas posibilidades son, por el momento y gracias a Dios, imposibles: tenemos al poeta y por consiguiente habrá poemas para rato y hasta donde sabemos, nuestro Omar Lara no ha renunciado a la escritura.

Además, este sugestivo título nos recuerda aquel famoso verso de Whitman que aparece en su libro “Hojas de hierba”: “Camarada, esto no es un libro; quien vuelve sus hojas toca a un hombre”, lo cual resuelve la disyuntiva autor/obra y nos ilumina la otra idea de “poesía situada” que acuñó el poeta Enrique Lihn y que, en breve, se refiere a la relación directa y comprobable de las circunstancias con los enunciados que las expresan. Sin embargo, no olvidamos tampoco el concepto de “la muerte del autor” que nos enseñó Roland Barthes, porque en el fondo el autor pasa a ser el primer lector y, a fin de cuentas, es este el que siempre triunfa.

“Cuerpo final” es una antología realizada por el propio Omar Lara, una colección de piezas escogidas de textos ya publicados y que incluye, además, poemas inéditos no recogidos en formato libro. Entonces hay selección, evidentemente, lo cual también implica exclusión. Todo el material está presentado en un orden cronológico decreciente, libro a libro: como en un viaje, nos trasladamos del presente al pasado, lo cual nos permite confirmar la lograda cohesión interna, el sentido circular y los puntos de fuga de una poesía que, siguiendo la denominación de Harold Bloom, corresponde a un poeta sólido. Estamos, pues, frente a otro libro, una obra distinta, una nueva lectura, incluso para los que estamos familiarizados con la escritura del poeta. Por otra parte, ¿cuándo termina verdaderamente uno de leer por dentro a un gran poeta? Cualquiera antología-libro nos parecerá siempre, así como en el hermoso poema “Pan” de Gabriela Mistral, “nuevo o como no visto.”

Búsqueda constante, intensa en su contención, viaje al interior del corazón, nostalgia y memoria que reconstruye lo perdido a través del detalle que deslumbra y la anécdota que trasciende, porque en ella “palpita lo humano y sus espejismos” (Ignacio Rodríguez), la poesía de Omar Lara tiene ese sello que proviene de la ternura (como descubrió Gilberto Triviños), de la sonrisa (como señala Edson Faúndez, su prologuista), una huella indeleble que aflora por todos los poros de su poesía, incluso en aquellos momentos en que la cotidiana realidad aparece como más lacerante y desalentadora. “Y no somos nostálgicos/ Y si somos nostálgicos/ Lo somos del mañana./ No de ayer.” (“Papeles de Harek Ayun”, p.42).

La escritura le permite la reinvención de una vida, el paso del exilio al reino, de un tiempo mítico que abre sus puertas en el espacio de un lirismo que nosotros, sus atentos lectores, reconocemos y ya sentimos como nuestro. Poemas que parten de una circunstancia precisa y que el poeta plasma y transfigura y nos revela siempre con un deslumbrante toque de humana inteligencia, de sobria y sentida tragicidad: “Elisabeth Schwarzkof”, “En un tren yugoslavo”, “No puedo dejar de amarte”, “Encuentro en Portocaliú”, “Fotografía”, “Gran Himalaya”, “Hoy he visto a mis hijos”, “Llave de la memoria” y “Villa Grimaldi”, son tan solo algunos bellos ejemplos.  

Omar Lara, ya lo hemos dicho, es un poeta de fuste, un observador privilegiado de la realidad, alguien que desde la palabra y con ella (la singularidad de su lenguaje, lo coherente y lo sugestivo), ha construido un mundo poético, es decir, una visión de la vida con ética y estética, la cual tiene su corolario, como en todo auténtico poeta, en una actitud crítica frente a la sociedad, lo que implica una conducta y una acción. Sabemos que es la gestación y la plasmación del mundo creado por el poeta, lo que le confiere vigor perdurable a la obra de un autor, como afirma Ernesto Livacic, no la parafernalia externa, la gloria inventada que es, como señala Borges, “estrépito y ceniza”. La poesía de Omar Lara es el lugar del encuentro: un territorio, un espacio que el poeta ha fundado como resistencia y como refugio, como esperanza y gesto libertario, como hábitat de la ternura y la amistad, una ecología del espíritu en tiempos de penuria. “Portocaliú” es el nombre, pero también “Trilce” (su mítica revista de creación y crítica) o Lar (su editorial: Literatura Americana Reunida) y para eso sirve la poesía: para encontrarse, lo cual implica voluntad, pero también azar, sorpresa.

Por todos estos sentidos, celebramos con emoción y regocijo, este “Cuerpo final”, el cual reafirma una obra compacta, original, sugerente y que ha tenido un desarrollo sostenido en el panorama de la poesía chilena. Por su trayectoria conocida y reconocida, Omar Lara es un ejemplo y merece sobradamente el Premio Nacional de Literatura.

Tulio Mendoza Belio

Academia Chilena de la Lengua

Comparte esta página