Novela «Miedo», de Aníbal Ricci
En la madurez de una obra literaria que alcanza tres lustros, Miedo (Zuramérica, 2021) no solo oxigena el relato de un tipo en constante vaivén mental y físico, sino también un método y procedimientos de escritura destinados a ensayar encima de la idea de novela que Aníbal Ricci Anduaga (Santiago de Chile, 1968) posee hasta problematizarla.
En efecto, emplea su primer libro Fear (Mosquito Comunicaciones, 2007) como un palimpsesto, como una superficie para sobrescribir, para producir un nuevo montaje del guion de un personaje del que se saben —y se sabrán— algunos detalles y que, además de ser un flâneur o prófugo, se arroja de un vehículo–tiempo posible, desbaratando cualquier posibilidad de localización efectiva.
En lo último reside una de las grandes diferencias con Fear que, ya en el primer capítulo, adelanta los parámetros por donde va a transitar la secuencia de hechos, sensaciones y pedazos de sintaxis que quieren decirnos todo y nada sobre estados psíquicos que hacen frontera entre el miedo, la culpa y la paranoia.
Miedo desestabiliza el relato con giros poco predecibles y echando mano a lo que algunos llaman analepsis y otros, flashback.
Ahora bien, una novela sobre un personaje que huye y que arma y desarma su propio rumbo no es novedad ni el campo literario ni en el cine. Sin embargo, las operaciones sobre el lenguaje de la trama, oscilando entre el espacio del cuerpo y de la mente, le dan valía al ejercicio que Ricci Anduaga propone.
De las palabras que el editor Rodrigo Barra Villalón dedica a modo de presentación (y contratapa), pienso en el “nuevo final epifánico y esperanzador” y lo compruebo al cotejar Fear con Miedo. La actitud del personaje frente a lo que excede el relato ya es otra, por lo tanto, él ya es otro tanto para el autor como para quienes se sumerjan en calidad de lectores/as.
De ahí que se abre la chance a repensar la manera cómo acaban las cosas o empiezan otras, un vuelco a la historia donde un personaje es eso y más, toda vez que las novelas se bifurcan a un punto en que ya son otras y pueden leerse por separado con independencia.
Se me ocurren unos guiones donde la historia puede, ha podido y podría acabar de otra forma, como lo que hizo Tom Tykwer con Lola rennt (Corre Lola, corre, 1998) o Zach Helm que se apoya, en algún sentido, en el clásico Niebla de Miguel de Unamuno, con Stranger than Fiction (Más extraño que la ficción, 2006), donde el personaje pide que se dé otro curso a su propio destino.
Miedo también exhibe las transformaciones como narrador de Ricci Anduaga. La prosa es más fluida, goza de decisiones más asertivas y modifica la estructura de cómo se abre paso entre el suspenso y la entropía de las emociones y las acciones.
A diferencia de Fear, Miedo renuncia a la fachada de un diario y se camufla entre una road novel y una novela psicológica.
En ese sentido, la narración pone bisturí al presente —o la sensación de— en que se desenvuelve la historia, a través de pequeñas escenas para una historia de la ausencia, remembranzas de un amor pretérito, de un idilio cuyo luto está en su peor momento. El personaje escapa fugazmente tocando fondo y tragando veneno.
Como decía antes el relato conjura el miedo, la culpa y la paranoia. En ese sentido, la configuración del miedo como invasor de lo cotidiano se articula mediante algo que en concreto genera un obstáculo para transitar hacia la expiación.
El personaje raya en la culpa y desde ese lugar que la persecución toma forma y tiempo. Aquí, allá, donde sea. Oyendo que gritan ese nombre —que parece ser poco común— o “chileno”, o sintiendo el peso de un gueto mental que constriñe la voluntad y que pone a un cerebro atormentado a buscar, con gran desesperación, salidas de emergencia.
Buenos Aires, Valparaíso, Iquique, Acapulco, Florianópolis, Montevideo son algunas de las estaciones por donde huye ese cuerpo penitente y culposo, en la búsqueda del placer como manera de hacer frente a la fatalidad. Existir es huir, huir es resistir.
Un personaje también dilapidador, escapista, en depresión post trauma y que me hace saltar a dos cosas interesantes que parecen ser cada vez una especie en expansión de nuestro presente y del siglo XXI.
Por una parte, una frase de Andy Warhol en su The Philosophy of Andy Warhol (1975) que, en traducción, dice así: “Botar la plata te pone en un verdadero ánimo festivo”. Por otra, en lo que Mark Fisher en su Capitalist Realism (2009) llama “hedonia depresiva”.
Lo de Warhol hasta reca(r)gar las tarjetas, los cheques y los dólares a disposición. Buscar la compañía —quizás decimonónica— de una trabajadora sexual, alcanzar ese estado de apatía emocional que se logra con variaciones de la benzoilmetilecgonina y borrarse de la miseria aplacando (o deprimiendo) el sistema nervioso de las persecuciones tanto externas como internas.
El ánimo es festivo y de un salto a este peculiar intervalo depresivo. La depresión se suele caracterizar por la anhedonia (la pérdida de la capacidad para sentir placer en cada actividad) y no por la búsqueda incansable de placer para interrumpir a los fantasmas y a la realidad sucediendo.
Lo que Fisher conceptúa como “hedonia depresiva” des-cubre a sujetos que experimentan pequeños oasis de satisfacción con miras a cortar los flujos emocionales que dan continuidad a su vida. El personaje de Miedo orbita en ese estado, transformando —y trastornando— el miedo en sexo y drogas, y la paranoia en un viaje de placer.
Sin duda el personaje que presenta Ricci Anduaga no es ajeno al siglo XXI. Así también constituye una variación de una nueva subjetividad que se instala entre la alienación neoliberal y el colapso sentimental y que también sugiere —de forma oblicua— otros temas para reflexionar. Por ejemplo, vivir una crisis sin red de apoyo, una falta de gestión del duelo en los proyectos de vida, el amor propio con el corazón roto.
Hago también mención especial al escape que nos saca de la saturación de listas de reproducción tan posibles como actuales (Spotify, Youtube) a partir del retorno al discman (¿o walkman?) y los cds de música que van poniendo banda sonora a los silencios que el personaje prefiere domar con palabras y ritmos ajenos.
Charly García, Portishead, Joe Vasconcellos, Lucybell son algunas de las preferencias del protagonista a la hora de ser un DJ de su propia película imaginaria.
Miedo, con todo, una lectura que resulta adrenalínica, un purgatorio entre la felicidad en saquitos negacionistas de nostalgia y la infelicidad de un pasajero en trance que ha perdido y sigue con vida soñando enrielar y golpear las puertas del cielo otra vez.
Nicolás López-Pérez