Morir en la tortura*
Reportaje de investigación con el relato del cruel asesinato en 1975 del escritor, poeta, dramaturgo, ensayista y académico de la Universidad Católica Ignacio Ossa. Agentes de la dictadura de Augusto Pinochet lo flagelaron hasta que su corazón falló. La Sech lo declaró socio póstumo el año 2018
Por Carlos Antonio Vergara.
La muerte bajo torturas es uno de los peores crímenes contra la humanidad. Y uno de ellos es el del escritor y académico de la Universidad Católica de 32 años, Jaime Ignacio Ossa Galdames, asesinado en el ex Cuartel Terranova de la Dirección de Inteligencia Nacional (Dina), un ex centro secreto de tortura y exterminio ubicado en Avenida José Arrieta 3.200, Peñalolén. El crimen se consumó el 25 de octubre de 1975.
Ossa fue detenido el 20 de ese mes en el domicilio de sus padres en calle Argentina 9157, en la comuna de La Cisterna. Hasta allí llegó una camioneta Chevrolet C-10 con toldo verde, conducida por Basclay Zapata (1946-2017), alias El Troglo, junto con Tulio Pereira (1935-1976), jefe de la Agrupación Halcón 1 de la Dina.
La dictadura realizó una importación especial de Chevrolet C-10 desde Estados Unidos para asignarlas a la Dina, órgano represivo que funcionó bajo órdenes directas de Augusto Pinochet entre fines de 1973 y 1977. Estos vehículos cumplían los requisitos de los represores. En la parte trasera, de la carga, podían llevar varios detenidos y sus captores. Además, eran suficientemente largas para posteriormente transportar sus cadáveres y enterrarlos en fosas comunes clandestinas, para llevar los cuerpos hasta el aeródromo de Tobalaba o al centro militar de Peldehue, desde donde helicópteros Puma del Ejército de Chile los lanzaban al mar. En el mejor de los casos, los llevaban al Instituto Médico Legal en calidad de NN.
En la patrulla represiva venían otros tres agentes y una mujer, la empleada civil de la Armada, Teresa del Carmen Osorio Navarro (1956), esposa de Zapata, alias la Chica Tere, de quien no fue posible probar su participación en este crimen, pero los testigos que sobrevivieron, la vieron allí. Osorio olfateaba la sangre y siempre estaba donde corría o debía correr posteriormente. Ha sido condenada en numerosos otros crímenes.
En la UC entregaron el domicilio
Antes de llegar a calle Argentina, sus secuestradores fueron a buscarlo a la Universidad Católica (UC). Allí no lo encontraron, pero si les proporcionaron los datos de su domicilio. El rector de la UC era Jorge Swett, y su jefe de gabinete, el ex diputado y senador de la Unión Demócrata Independiente (UDI), Carlos Bombal Otaegui (1950). Ejercía como como Pro-Gran Canciller el cardenal Jorge Medina (1926). En antecedentes judiciales sobre la desaparición de otro profesor de la UC, el militante comunista Juan Avalos Davinson (1944-1976), detenido desaparecido, Bombal reconoció judicialmente haber entregado los antecedentes personales del profesor Avalos a sus asesinos.
Ossa hacía clases en el Instituto de Letras de la Universidad Católica. Allí impartía las cátedras de Ciencias Fónicas I y II y Teatro Hispanoamericano. Además, ejercía como profesor de castellano en el Liceo de Maipú y el Liceo Vespertino Juan Bosco en Santiago. Sus ensayos, críticas y poemas formaban parte de publicaciones universitarias.
Pasadas las 9 de la mañana “entraron sigilosa y repentinamente. En ese momento solo se encontraban mis padres y un joven que había llegado hace unas tres semanas. Su trato en todo momento fue extremadamente brutal; mi madre (Otilia Galdames, NDR) fue lanzada sobre un sillón, luego encañonada con una pistola, le botaron la comida que tenía preparada y mi padre (Oscar Ossa) fue amenazado y encañonado”, señaló en un recurso de amparo su hermana Guadalupe Ossa, el 21 de octubre de 1975, quien falleció en 1999 sin ver justicia, tal como sus padres.
Enlace, tarea peligrosa
El joven era José Moya Raurich, miembro del Comité Central del MIR de 22 años, a quien no esperaban encontrar, pero que era buscado intensamente. Moya no tenía donde esconderse en ese momento.
“Conocí a Ignacio Ossa tres semanas antes de su detención. Me fue asignado para labores de comunicación. Me lo presentaron en un punto de contacto en avenida Matta con Portugal. Conversamos en el trayecto y nos pusimos de acuerdo para que yo me fuera a vivir con él, pues no había sido posible arrendar una vivienda: El decidió llevarme a vivir a la casa de sus padres, mientras lográbamos alquilar un lugar más definitivo”, precisó al autor.
“En forma violenta los agentes de la Dina comenzaron a interrogarme, requiriendo mi identidad, atándome y tendiéndome en el piso”, declaró Moya a la justicia al relatar el secuestro.
El académico había salido a realizar sus actividades habituales. Días antes, una joven delgada de 24 años, estudiante de cuarto año de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Chile, Gabriela Salazar, había retirado desde un hotel un bolso de cuero. “No sabía de donde ni que venía allí. Me lo llevé así a mi casa”.
“Ignacio asumió una de las tareas más difíciles y más ingratas, como es ser enlace y hacerse cargo de las comunicaciones clandestinas”, indicó Moya.
“Las tareas de enlace son las más arriesgadas y también son complicadas porque no permiten generar mayores vínculos. Es distinta la militancia cuando dentro de un pequeño grupo se convive, se realizan actividades en conjunto, se redacta un panfleto, se sale a hacer un rayado, una acción operativa, hay una convivencia grupal. En el tema de las comunicaciones, de acuerdo a la experiencia que nosotros desarrollamos en esa época, los enlaces tenían que pecar de un ostracismo único, y solo reconocerse visualmente. En ocasiones incluso sin contacto físico, sino a través de terceras personas generosas que facilitaban su lugar de trabajo, sus viviendas para que fuera usado como buzón, en el cual se depositaban las comunicaciones y se retiraban. Debe haber una gran convicción, una gran entereza de una persona para estar dispuesto a asumir una tarea como la que realizó Ignacio Ossa”, señaló Moya.
El bolso de cuero que venía de París
La Dina rastreaba Santiago intentando localizar eventuales puntos de contacto de los militantes de los partidos opositores a Pinochet, por ello, para no despertar sospechas, Gabriela se vistió ese día “como si fuera una persona que se encontraba haciendo labores domésticas, con un delantal. Puse el encargo en una de esas bolsas con que una va a la feria, coloqué una mata de apio y pan. Lo metí al fondo, tapado con el pan. Así lo entregué”, detalló al autor.
Gabriela no conocía al profesor Ossa. “Me encontré con él en una calle en Avenida República u otra de ese barrio. Intercambiamos un par de palabras y nada más. El me dijo ¿te puedo ayudar con las bolsas? Y yo se la pasé. Luego dimos vuelta la calle. Nos despedimos de un beso y se fue”, expresó con lágrimas en los ojos al recordar los hechos.
Ossa tomó luego locomoción colectiva hacia el sur de Santiago que circulaba por la Gran Avenida, rumbo a la casa de calle Argentina. Sería la última vez que recorrería las calles de Santiago de Chile. Era primavera. Le quedaban apenas cinco días de vida.
Moya permaneció toda la mañana amarrado en el suelo. En el intertanto, llegaron más agentes. Cuando el profesor Ossa regresó, alrededor del mediodía, se produjo un revuelo entre los agentes, porque se dieron cuenta que en el interior del bolso de cuero, había dinero y documentación del MIR que provenía del exterior.
Moya recordó la escena 42 años después en la oficina de su trabajo en la comuna de La Reina.
Apenas llegó Ignacio – relató – los agentes se abalanzaron sobre él y las pertenencias que portaba. Antes de romper el bolso, lo abren. “Era elegante, y sacan una caja metálica que venía con tabaco, una pipa, cosas que lo acompañaban, para que no fuera vacío”.
Los resistentes a la dictadura denominaron ´barretínes´ a los objetos que servían para ocultar otros objetos y pasar desapercibidos ante controles rutinarios de las policías.
Agentes enloquecidos con dólares
La inspección sin embargo no era una rutina. Se trataba de integrantes de un organismo especializado en combatir a partidos y militantes clandestinos que no se detenía ante los peores crímenes con tal de lograr sus objetivos.
El ‘barretín’ que había viajado desde París estaba entremedio de los cueros. En él habían varios miles de dólares. Provenían de un día de sueldo mensual que donaron militantes y trabajadores franceses y lo transportó una persona que lo entregó y regresó de inmediato a Francia. Ello motivó que comenzaran a interrogar y torturar en su propia casa al profesor Ossa. El hallazgo de dinero enloquecía a los agentes.
“Uno de ellos saca la cajita y me la tira en la cara con violencia. Con la pipa me empieza a pegar, me golpea con ella varias veces. Veo el bolso y me doy cuenta que además de todo, justo en esa oportunidad llegó un correo desde el exterior”, recuerda Moya.
Quien inició los flagelos fue el torturador Ricardo Víctor Lawrence Mires (1946), alias Cachete Grande, responsable de la desaparición de más de un centenar de personas y de una decena de homicidios calificados, según distintas causas criminales tramitadas en la justicia chilena. Cachete Grande detenía, torturaba y luego iba a lanzar personalmente a sus víctimas al mar. En este caso, al profesor Ossa lo llevaron a la morgue, seguramente porque no estaba planificado en esos momentos un vuelo de la muerte. Lawrence jubiló con el grado de teniente coronel de la policía de Carabineros. A pesar de la gravedad de sus crímenes permaneció en libertad bajo fianza dedicado a numerosos negocios hasta días antes de ser condenado por la Corte Suprema en febrero de 2015 por otra desaparición, la de Alfonso Chanfreau desde el centro de tortura y exterminio de Londres 38, momento en que debía cumplir condena en el penal de Punta Peuco. Cachete Grande sabía que si ingresaba a la cárcel no volvería a salir libre con vida. En ese momento decidió fugarse. Hasta que el 10 de enero del año 2020 decidió entregarse en un cuartel de la institución en la cual prestó servicios ubicado en Ñuñoa diciendo escuetamente que había estado “en el sur”. Fue ingresado al Penal de Colina 1 el 11 de enero de 2020, es decir 45 años después de cometidos sus crímenes.
Pero el 20 de noviembre de 1975 Lawrence estaba en la cúspide de su carrera delictual y genocida y decidió seguir esperando si acaso obtenía otra presa en la casa de La Cisterna. El hallazgo hasta el mediodía era suculento e inesperado.
La unidad de literatos con Carlos Droguett
Al respecto, Juan Ángel Urbina Cáceres, ex funcionario de la Policía de Investigaciones (PDI), destinado a la Dina en julio de 1974, dijo en el proceso que “la principal preocupación de los jefes de los grupos operativos tales como Krassnoff y el mismo Moren Brito no era desarticular el MIR ni emprender acciones patrióticas para salvar a los chilenos, si no que obtener utilidades de los operativos, apropiándose de las remesas que en dólares recibía la gente del MIR, provenientes del extranjero (…) Esta apropiación de los dólares quedaba de manifiesto por los vehículos en que se movilizaban Krassnoff, Moren Brito y otros que para la época, eran costosos”, puntualizó.
El arresto del académico fue consecuencia de los sucesos ocurridos en una parcela de la comuna de Malloco el 16 de octubre, desde donde huyeron el Secretario General del MIR, Andrés Pascal Allende, los miembros de la Comisión Política, Nelson Gutiérrez, Martín Hernández y sus parejas. En el lugar, en la retirada, murió Dagoberto Pérez enfrentando a los agentes de la Dina.
Los dirigentes del MIR antes de huir incendiaron la documentación que poseían, pero quedaron huellas: restos de microfilms con cartas donde aparecía el nombre de Ossa en un escritorio que no se quemó. La Dina no sabía nada de Ossa, salvo que era profesor universitario de literatura de la UC.
Ossa además, formaba parte de una unidad de literatos del MIR, entre quienes participaba el Premio Nacional de Literatura Carlos Droguett (1912-1996), a quien Ossa entrevistó el 5 de julio de 1975. (Ver reportaje del autor y escuchar audio en https://www.sech.cl/la-sech-recordo-a-los-escritores-asesinados-en-dictadura/ )
El escritor, para evitar correr mayores riesgos en su labor de correo clandestino, con la complicidad de la familia de su tía Raquel Ossa, comenzó a utilizar su hogar para recibir y enviar comunicaciones. Uno de los correos era Raúl Eduardo Guillén Zapata (1939), quien conoció a Ossa como Pablo.
El buzón de Villa Olímpica
“Nos encontramos varias veces en la calle en 1975. Pese a la situación, nos unió una simpatía mutua de inmediato, éramos muy afines en muchas cosas, además de nuestra militancia, así que aprovechábamos nuestros encuentros para hablar de poesía y literatura. Soñábamos con un Chile diferente”, manifestó emocionado Guillén al recordarlo en su departamento de la comuna de Providencia. Guillén fue detenido posteriormente y sobrevivió a la Clínica Santa Lucía 162, Santiago Centro, donde mandaban a recuperarse de la tortura a los prisioneros para seguirlos torturando al igual que Gabriela Salazar. A otros los inyectaban allí y los hacían desaparecer.
“Dado que los puntos en la calle se estaban tornando peligrosos, Pablo me sugirió contactarnos a través de familiares que vivían en la Villa Olímpica, en Ñuñoa y entregar y recibir ‘barretines’ allí. Como forma de justificar mi presencia, me pidió hiciera clases de química a una joven, pues soy ingeniero químico”, rememoró.
Esa joven era su prima hermana Rosa Reyes Ossa, quien interpuso el 20 de junio del año 2000, la querella número 130 contra Augusto Pinochet, Manuel Contreras y quienes resultaren responsables por “crímenes de guerra, lesiones, secuestro agravado con homicidio, tortura y asociación ilícita genocida”.
“Yo cursaba Enseñanza Media. Las veces que Ignacio iba a nuestro departamento a dejar o buscar los ‘barretines’, que consistían en paquetes, cajas de detergente u otros, también me hacía clases de castellano, hasta dos días antes de su detención”, recuerda Reyes Ossa.
Ese 20 de octubre la casa de los padres de Ossa era revisada minuciosamente.
La casa de calle Argentina quedó convertida en una ‘ratonera´ durante cinco días. Ratoneras eran los domicilios detectados de opositores detenidos, en los cuales permanecía en su interior oculto personal de la Dina, intentando pasar desapercibidos y dando la impresión que la vivienda tenía una rutina normal, a la espera de que ingresaran eventualmente otras personas para aprehenderlas. En este caso permanecieron allí con sus padres en su interior
Ossa y Moya fueron subidos a la Chevrolet C-10 cuando Cachete Grande se cansó de esperar. Eran pasadas las 15 horas y fueron sacados tapados con frazadas desde la vivienda. En el interior de la camioneta los vendaron. El vehículo inicio la marcha al oriente de Santiago.
Cuando se detuvo el vehículo Moya logró escuchar que abrían un portón metálico el cual producía mucho ruido. Era el portón de Villa Grimaldi.
“Al descender escuché una voz que me llamaba por mi nombre político (Adrián) que utilizaba en el MIR. Con posterioridad me enteré que la persona que me llamó fue Miguel Krassnoff (1946), quien lo conocía por intermedio de un ex miembro del MIR, de apellido Schneider (Leonardo Schneider Jordán 1941-2002, NDR), quien estaba recluido en dicho recinto y colaboraba con ese organismo”, declaró Moya a la justicia.
No podía sostenerse, se caía vomitando
Al otro día de la detención, el 21 de octubre, el diario vespertino La Segunda titulaba acerca de la detención de un importante dirigente del MIR y se refería al trabajo de su dirección exterior. Sus fuentes no eran otras que la cúpula de la Dina.
Ossa y Moya fueron torturados por Krassnoff, Pereira, Zapata y Marcelo Moren Brito (1935-2015), declaró en la investigación el médico Patricio Bustos (1950-2018), uno de los testigos principales del crimen. Bustos estaba detenido por integrar la brigada de sanidad o salud del MIR, que atendía a los heridos.
“Fue salvajemente torturado y las veces que pude verlo estaba realmente muy mal, después que le habían aplicado en grado superior la tortura, colgado de unos árboles. Luego lo vi traído por dos guardias, desnudo, con su camisa encima ensangrentada y la última vez, no podía sostenerse y se caía vomitando sin parar”, declaró por su parte Delia Veraguas Segura.
En el recinto se encontraba detenido Gabriel Segundo Salazar Vergara (1936) Premio Nacional de Historia 2006, quien hasta antes de su detención ocupaba el cargo de miembro adjunto del Comité Central del MIR.
Los tres fueron salvajemente torturados, “Moya en La Torre, donde permaneció varios días y Salazar y Ossa en la parrilla. Los vi ser conducidos a esa pieza, oí sus gritos y los recibí en muy malas condiciones, a veces apenas podían caminar. En una ocasión, ya oscurecido, golpée el portón de la pieza grande y llamé a los guardias, a quienes dije que debían darse cuenta que Ignacio estaba muy mal, que la tortura le estaba afectando mucho y que podía morir de algún problema al corazón. Ossa era grande y corpulento, se quejaba de dolor precordial (al pecho) cada vez más intenso producto de las torturas”, precisó Bustos.
“Se nos fue cortado” gritaban los agentes
Gabriel Salazar vio al profesor Ossa y conversó con él. “Estaba en muy malas condiciones, tenía problemas para respirar, jadeaba mucho, como si tuviera asma. Al día siguiente, nos volvieron a torturar juntos. A mí me amarraron en el catre metálico de abajo y a Ossa Galdames en el de arriba”, relató en el proceso.
Otro detenido, Alejandro Núñez Soto constató que estaba “en deplorables condiciones de salud. Nos decía que temía por su vida, ya que estaba seguro que lo iban a matar y que si nosotros lográbamos salir en libre plática, que se lo dijéramos a su familia. Estaba deshidratado y con hematomas en todo el cuerpo. Junto a otro detenido, Carlos Patricio Barrera Sánchez, lo pusimos sobre uno de los camarotes de la pieza, lo tranquilizamos ya que estaba muy aterrorizado por lo que estaba ocurriendo”.
“Se le notaba tremendamente afectado y desorientado. Recuerdo que llegó a tenderse en el camarote, ahí se quedó aferrado a un chaleco que tenía sobre su pecho (…) Se encontraba ensangrentado, tiritando y balbuceando ya que había sido muy golpeado en la cara, lo atendimos con Núñez Soto y lo trasladamos hasta una cama donde le limpiamos la cara”, declaró Barrera al tribunal. “El día 24 de octubre de 1975, toda la noche torturaron a un hombre, sentíamos sus gemidos, con posterioridad supe quién era, ya que me sacan de la pieza para ser trasladada a Cuatro Alamos, mientras esperaba parada en un pasillo, unos agentes gritaban que trajeran un médico porque al torturado le habían dado agua, y le había dado un paro cardíaco, uno de los torturadores le pregunta a otro que quién era, respondiendo que era Ossa Galdames”, manifestó Selva Ivonne Hidalgo. En tanto, Barrera escuchó los mismos “gritos horribles de Ossa Galdames y al rato siento toda una conmoción entre los agentes y se comentaba se nos fue cortado”.
Encontrado por casualidad en el Servicio Médico Legal
El 27 de octubre, el ministro del Interior general César Raúl Benavides respondió al recurso de amparo señalando que el académico se encontraba en el centro de Cuatro Alamos. Desde ese momento su hermana Guadalupe Ossa comenzó a visitar todos los días ese centro de reclusión intentando inútilmente obtener información.
“El día 10 de diciembre me llaman del Comité Pro Paz a fin de comunicarme que al ir a retirar un cadáver, un auxiliar les habría dicho que en la madrugada habría visto el cuerpo de mi hermano”, continuó en su declaración a la Comisión Rettig.
Al trasladarse al Servicio Médico Legal no querían darle información, ni el certificado de defunción. Finalmente indicaron que había sido entregado al Cementerio General para su sepultación. Lo habían enterrado como NN.
Un funcionario “me señaló que la orden para mi hermano era cremarlo y que por un problema de los homos que no estaban funcionando se había enterrado”. Es decir, se preparaba su desaparición. Al exhumarse encontraron el cuerpo boca abajo con señales evidentes de los flagelos en su cuerpo.
En el intertanto, Manuel Contreras entregó firmada de su puño y letra, la versión falsa de que se había lanzado a las ruedas de un vehículo en Avenida España. Carabineros mediante oficio indicó que no se había producido accidente alguno en ese lugar el 25 de octubre de 1975.
Intelectual promisorio
Ignacio Ossa acababa de publicar y prologar en editorial Nascimento el más importante estudio sobre la pieza teatral ‘Como en Santiago’ de Daniel Barros Grez. Había firmado recientemente un contrato con esa casa editora para prologar obras de autores chilenos. Escribió un ensayo notable sobre la pieza Fulgor y muerte de Joaquín Murieta, de Pablo Neruda. Tenía una carrera promisoria. Sus estudiantes del Departamento de Letras de la UC quedaron esperando el regreso del profesor Ossa a las aulas, y no podían creer que lo habían matado. La Sech lo declaró socio póstumo el año 2018.
Los tribunales encausaron al agente Osvaldo Enrique Romo Mena (1938-2007), fue procesado y luego falleció en la cárcel antes de dictarse la condena. El director de la Dina Manuel Contreras Sepúlveda (1929-2015) y Marcelo Moren Brito fueron condenados en primera instancia el año 2014 por el ministro de la Corte de Apelaciones de Santiago Alejandro Solís a 10 años y 20 años respectivamente. Murieron en el penal Punta de Peuco cumpliendo condenas por otros crímenes.
El año 2017 la Corte Suprema ratificó la condena a Miguel Krassnoff, quien acumuló 20 años de cárcel por el crimen de Ignacio Ossa. Como cómplices, los agentes Fernando Lauriani Maturana (1949) alias “Teniente Pablito” y Rolf Wenderoth Pozo (1939) fueron sentenciados a 5 años y un día.
Fotografías: Luis Fernando Arellano, The Clinic y archivo familiar.
Me visita un vilano
Poema, por Ignacio Ossa
¿Será de quién este vilano?
Porque los vilanos con el viento vuelan
Recorren árboles, saludan piedras
Habrá recibido en ondas frescas los destellos que le envía mi corazón
Apenas alimentado y para siempre con su cuerpo que a los amaneceres se adelanta,
Que fluye tierno en el verbo que bendice el agua,
En los sauces que agitan sus manos.
¿Vendrá de muy lejos?
Y me atrevo como las garzas temblotean en los espejos del río.
Deseo retener su ministerio original,
su trayecto cargado de melodías y perfumes,
señalado por la hoja, impulsado por el fruto.
Yo no quiero creer como pájaros ante una casa sin puertas,
que este vilano ella no lo envió en un suspiro rebelde escapado de su copa,
que no le puso alas de sus cabellera, orientación de sus ojos
y promesas de besos, de mechos besos en los hilos infinitos.
El vilano muere.
Vino de tan lejos que ya no siente el cansancio.
Si alguien que no esperó lo ha enviado, pobre vilano
/quizás lo cegaron las espinas cuando aflorecía para un sueño fugaz,
O ensordeció de paso en fiestas de zorzales)…
Pero no si sordo y ciego.
Aun respira el recuerdo de sus ojos y la voz de mi rostro.
El vilano muere lentamente.
Y yo quiero imaginar que es de ella, a quien espero.
El vilano muere.
Sin duda ella lo envió.
El vilano.
El vilano ya reposa en la memoria de sus manos.
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