María Luisa Bombal en Canadá
Remembranza del académico y escritor José Leandro Urbina
Y luego que hubo anochecido, se le entreabrieron los ojos. Oh, un poco, muy poco. Era como si quisiera mirar escondida detrás de sus largas pestañas. A la llama de los altos cirios, cuantos la velaban se inclinaron, entonces, para observar la limpieza y la transparencia de aquella franja de pupila que la muerte no había logrado empañar. Respetuosamente maravillados se inclinaban, sin saber que Ella los veía. Porque Ella veía, sentía.
Y es así como se ve inmóvil, tendida boca arriba en el amplio lecho revestido ahora de las sábanas bordadas, perfumadas de espliego, — que se guardan siempre bajo llave — y se ve envuelta en aquel batón de raso blanco que solía volverla tan grácil.
Levemente cruzadas sobre el pecho y oprimiendo un crucifijo, vislumbra sus manos; sus manos que han adquirido la delicadeza frívola de dos palomas sosegadas.
Ya no le incomoda bajo la nuca esa espesa mata de pelo que durante su enfermedad se iba volviendo, minuto por minuto, más húmeda y más pesada.
Consiguieron, a1 fin, desenmarañarla, alisarla, dividirla sobre la frente.
Han descuidado, es cierto, recogerla.
Pero ella no ignora que la masa sombría de una cabellera desplegada presta a toda mujer extendida y durmiendo un ceño de misterio, un perturbador encanto.
Y de golpe se siente sin una sola arruga, pálida y bella como nunca.
La invade una inmensa alegría, que puedan admirarla así, los que ya no la recordaban sino devorada, por fútiles inquietudes, marchita por algunas penas y el aire cortante de la hacienda.
Ahora que la saben muerta, allí están rodeándola todos.
(La amortajada, Nascimento, Santiago,1941)
Este fragmento, que inicia la famosa novela de María Luisa Bombal, ha intrigado a más de un lector inocente que no comprende cómo es que los muertos hablan. La primera publicación de La amortajada aparece el año 1938 en Bs. Aires y fue elogiada en el ambiente literario porteño.
En los años ochenta del siglo pasado, me tocó enseñar esta novela a un grupo de estudiantes de la Universidad de Carleton, en Canadá. El grupo estaba compuesto mayoritariamente por mujeres y el impacto que tuvo Bombal en ellas es inolvidable.
En esos tiempos, mandaba el estructuralismo como método de análisis literario y las preguntas se construían en torno al narrador, el punto de vista, el narratario y toda la serie de tecnicismos que aportó ese sistema teórico. Todorov había prohibido estrictamente que se hablara de la sicología de los personajes o de su contexto social, porque eso no era materia de la poética. Ese era el marco teórico de la mayoría de los análisis literarios de la época. Pero aun cuando los estudiantes eran obedientes y cumplían con las reglas de lectura, el libro de Bombal rompió el dique y las preguntas sobre género, realismo mágico, surrealismo y otras confusiones, terminaron en un diálogo sobre subjetividades, sobre la literatura femenina y feminista, sobre la condición de la mujer, más un cúmulo de preguntas sobre la cultura en América Latina y la cuestión de la universalidad de los sentimientos.
Tengo que decir que, ninguno de los otros interesantes libros que leímos provocó a mis estudiantes como La amortajada. Carpentier, Cortázar, García Márquez y el mismísimo Borges fueron leídos con el debido respeto, pero sin el entusiasmo que provocó Bombal.
Siempre me ha gustado entrar a la biografía de los autores después de leídos los textos y poniendo énfasis en su formación intelectual y estética. Si la mamá tocaba el piano y el papá fumaba pipa, no me parece fundamental para encarar el sentido de un relato. En esta ocasión, me vi obligado a cambiar de postura. Algunas de mis estudiantes se me habían adelantado y ya habían recopilado datos biográficos de la escritora.
La vida de Bombal causó sensación. El hecho de que le haya atentado contra su ex amante, Eulogio Sánchez, que lo haya esperado frente a la puerta del Hotel Crillón para dispararle y herirlo en el brazo, les parecía un acto de una pasión maravillosa. El hecho de que haya estado presa; las preguntas llovían sobre el estado de las cárceles chilenas, construyó para estos jóvenes estudiantes una imagen de la escritora que superaba a los textos.
Se me pidió con vehemencia que leyéramos La última niebla (Bs. Aires, 1934) y accedí porque las novelas de Bombal son novelas cortas. El efecto que provocó esta lectura fue doblemente fervoroso. Leyeron el texto en clave autobiográfica y fueron inútiles los argumentos sobre el estatus de los personajes en la ficción. El efecto de identificación era sorprendente, la dimensión erótica y el deseo de muerte les parecían naturales a estos lectores adolescentes. Para ellos, la autora chilena era el descubrimiento del siglo.
Debo confesar que yo no había leído a la Bombal antes de 1973, la leí en Bs. Aires por el 75 y luego en el contexto de mis clases en Canadá. La impresión que provocaros sus libros me conmovió. La experiencia me motivó a repensar la relación entre lectores y literatura, el valor de ésta, las preguntas y las conversaciones que un libro puede incitar. María Luisa Bombal, a 8,779 kilómetros de Santiago, a más de 40 años de distancia, a 20 grados bajo cero, provocaba acaloradas, apasionadas discusiones entre jóvenes que terminaron amándola.
Qué decir: Grande.