LOS VIEJOS FANTASMAS VIVOS DE ALMIRANTE SIMPSON 7
¿Me pregunto cuántas voces se habrán escuchado entre las paredes de Almirante Simpson en estos 90 años de su fundación? ¿Cuántas cosas se dijeron, polémicas se abrieron, Manifiestos se escribieron, revistas, pronunciamientos se hicieron, actos en favor del escritor, declaraciones en el marco de la realidad nacional?
La Sociedad de Escritores de Chile (SECH) ha sido una protagonista en buena parte del siglo XX y en las primeras dos décadas del siglo XXI, es lo menos que se puede decir. De una u otra manera ha participado en la vida nacional y se mantiene en pie en medio de la crisis y, ha sobrevivido al apagón cultural en tiempos de la dictadura. Aguantó el exilio de todas las artes a partir del 11 de septiembre de 1973, para empezar. La SECH, que deambuló por décadas durante su fundación, de lugar en lugar, ancló en Almirante Simpson 7 en 1961 y poco más de una década después, vivió sus tiempos más oscuros en un Chile intolerante.
La SECH ha tenido la fortuna de haber sido dirigida por intelectuales comprometidos, que supieron salvaguardar su espíritu libertario en cada época en que han asomado esos tiempos difíciles como los oscuros cuervos de Poe. No se arriaron las banderas ni en tiempos de exilio para la mayoría de los escritores y artistas chilenos el infame y oscuro 73.
Yo quiero en esta oportunidad hablar con los fantasmas que aún me acompañan en esas tertulias, largas jornadas, conversaciones, esas voces amicales entre copas, risas, el gran festejo de la palabra, la libertad, la camaradería y mucha poesía. Solo son unos apuntes, un homenaje a estos compañeros de juego, a las noches bohemias, cuando rondaba por nuestras cabezas, Rimbaud, Baudelaire, el Conde de Lautreamont.
Ahí están, los veo en los mesones de la SECH, alzar sus copas y voces, en plena alegría, vitalidad, con sus ojos chispeantes, a Jorge Teillier, Rolando Cárdenas, el Chico Molina, Braulio Arenas, Poli Délano, Efraín Barquero, Omar Lara, Jaime Quezada, Estela Díaz Varin, Ester Matte Alessandri, Edmundo Herrera, y tantos otros. Realismo, romanticismo, surrealismo, mundo lárico, modernismo, todos los ismos habidos y por haber, estaban sobre la mesa y fluía un espíritu esencial de camaradería con algunas estridencias, cuentos, historias, boutades, mitomanías, tan propias de la literatura y la ficción.
Fueron muchas noches en los mejores tiempos, cuando Mario Ferrero dormía en el segundo piso y hablaba de las hazañas de Pablo de Rokha, por ahí también estuvo Nicanor Parra con Ionesco, en fin, en ese sitio me despedí de Alfonso Calderón y de Chile hace 45 años. En un último viaje, después de 31 años sin volver, por esas casualidades del destino me encontré con los poetas Manuel Silva Acevedo y Waldo Rojas. Aproveché un cocktail que no sé qué se celebraba, porque la SECH es tan plural, diversa, libre, que eso la mantiene eternamente viva. Varias noches pasé por sus cercanías con el poeta Federico Schopf, quien habita en sus proximidades. Me ponía al tanto de algunas aventuras literarias, de la historia vivida, perdida en Chile en época de la dictadura y más. Habíamos compartido en la juventud un taller de literatura con Lihn, Zurita, Cecilia Vicuña, Waldo Rojas, había pasado por ahí el mítico Ernesto Cardenal, Luis Oyarzún. Y anteriormente, partimos un día en su Citroneta a Valdivia, al sur, un viaje casi sin fin al Calle Calle, siempre tierra de poetas.
Ya había conversado con el Presidente de la SECH, Sir Robert Rivera Vicencio, un anfitrión de primera y a la altura de los tiempos.
ROLANDO GABRIELLI
Desde Panamá