Los escritores opinan

Palabra de mujer:  Stella Corvalán, Stella Díaz Varín y Chela Reyes

Por Victoria Ramírez Llera

Talca, La Serena y Santiago fueron las ciudades que acunaron a las tres escritoras que abordaremos en este artículo. Además de su despliegue por el territorio, estas mujeres tienen en común haber convertido la escritura en su estilo de vida, destacando tanto por su pluma como por su participación en agrupaciones culturales y porque sus obras cosecharon loas en Chile y el extranjero.

Otro factor común es la poesía. Las dos Stella enfilaron sus carreras literarias por los caminos del verso, mientras que Chela Reyes exploró también la narrativa, no obstante, su obra poética no es menor, aunque goza de menos lectura. Los invitamos a conocer, entonces, algunos poemas de las autoras que dan vida a nuestra tercera entrega: Stella Corvalán con textos de Sinfonía de la angustia; Stella Díaz Varín con parte de Los dones previsibles; y Chela Reyes con tres de sus poemas.

Stella Corvalán (1913 – 1994)

Oriunda de Talca, esta escritora muestra una de las voces poéticas más importantes del siglo XX. Estudió Derecho en la Universidad de Chile, carrera que nunca ejerció. Su debut literario llegó en 1940, con el poemario Sombra en el aire, publicado en Buenos Aires. Su estilo recoge una postura estética cercana al surrealismo, que le valió el reconocimiento de la crítica especializada. El escritor y crítico literario Carlos René Correa escribió que “destaca con signos de original categoría, de fuerza expresiva y de verdadera hondura”; mientras que el argentino Roberto Fernando Giusti escribió en su carta-prólogo al libro: “Los versos le vuelan de los labios, se le escapan de las manos naturalmente, prolongaciones de su ser íntimo”. En su poesía, Stella habló del mundo de lo femenino, las emociones y la sensibilidad con una aguda inteligencia, que la hizo ser reconocida en distintos países de América Latina y Europa. Hoy, la ciudad de Talca otorga cada año el premio que lleva su nombre. Compartimos acá algunos fragmentos de Sinfonía de la angustia (Madrid, 1955).

Preludio

Esta es la hora del más hondo grito:
han de nacer aquí, de mis acentos,
las rojas llamaradas que levanten
el universo de mi pensamiento.
Pausa de medianoche:
dentro, impera la angustia;
afuera va la vida
repartiendo sus ásperos disfraces
por entre las inquietas muchedumbres.
En torno de mi voz, solo la sombra;
yo no quiero que escuchen mi secreto,
mi secreto de hiel.
Hoy gritaré al silencio
que ando orlada de muertes,
apretada de sed,
de una sed que no cabe en fuente alguna,
de una sed pavorosa de creer, de soñar,
de anhelar un arroyo pequeño y cantarino,
una almohada ligera de caricias,
un hijo que se prenda a mis rodillas
como un rosado brote.
Quiero decir a estas paredes mudas
todo lo que aguardé;
lo que poseo ahora, que es plenitud y es luto,
que es hontanar y es sed.
En retazos de cielo e ignominia,
voy cruzando, empujada por calendarios raudos,
entre humildes esquinas,
frente a mansiones claras o recatadas chozas.
Dentro de mí hay un grito, una canción y un rezo;
nadie -paredes rotas de silencio- aún los despertó.
Viven amortajados, tapiados en mi voz,
y un carnaval de mentirosas luces
desde cada fulgor les dice adiós.​

***

Amé. Quince años cupieron íntegros
en una mirada fría y en una palabra terca,
seca de mieles e hinojo.
La vida ensanchó la ronda
Y me empujó a su vaivén.
De cada cabello suave,
del ademán más pueril,
nació un amor venturoso, diáfano, bronco, celoso.
Pero ya en mis calendarios oscuros vientos corrían,
vientos de hiel y de nieve;
y entre consignas cabales y entre alfabetos ocultos,
tensa, expectante, crucé.
Convulsos rostros cayeron en las lunas de mi afán.
Se me ahondó la mirada,
por devolverles la paz, me florecieron las manos.

***

Cada vez estoy más sola:
siempre voy absorta y fija
tras solares que señalan a mi ansia
sus reflejos inasibles.
Pero un niño es el milagro
porque siento que su gracia me retiene;
su pureza deletrea mis secretos
y su luz me cierra el paso.
Esta angustia de tener la mente presa
en perdidos horizontes,
solo cesa cuando al borde de una ruta
oigo a un niño que me nombra,
que devuelve con sus risas transparentes
el sosiego de mi planta, la coraza de mi
ensueño.

Stella Díaz Varín (1926 – 2006)

“Me gustaría que el hombre creador tuviera una base y una mínima seguridad de vida para que pudiera seguir creando”. Con esa cita que reivindica el oficio del poeta y pone de manifiesto las carencias que todavía acechan a los creadores, “La Colorina”, como también era conocida, resume de buena forma lo que fue su vida. Nacida en La Serena, Stella Díaz Varín fue una de las más señeras integrantes de la Generación Literaria de 1950. De carácter fuerte y rupturista, su poesía dejó una marca en la poesía chilena, y en ella registró una fuerza creativa que le daría otra dirección a la poética de su tiempo. Dejó su ciudad natal para convertirse en psiquiatra, carrera que no terminó. En cambio, participó activamente de la Alianza de Intelectuales de Chile, dirigida por Pablo Neruda, y en otros círculos culturales de la época. Sus textos aparecieron en algunos diarios nacionales como El Siglo, Extra, La Opinión y La Hora; al tiempo que participó también en diversas actividades de la Sociedad de Escritores de Chile. Su primer poemario, Razón de mi ser, apareció en 1949. Luego vendrían Tiempo, medida imaginaria y Los dones previsibles, prologado por Enrique Lihn y merecedor del premio Pedro de Oña. Falleció en 2006, poco después de recibir el Fondo del Libro para publicar el volumen Stella extragaláctica.  Acá compartiremos algunos de los poemas que componen Los dones previsibles.

Albedrío

Yo soy la vigilia,
ustedes
son los hombres castigados,
los labradores
de gestos oblicuos
que al engendrar falsos surcos
la semilla huyó despavorida.

Ahora respóndanme
con una mano enguantada
a flor de corazón.
Cuál es la fecha exacta
entre Aldebarán y Andrómeda.
El día en que los cuervos
cosechen lo suyo
entre la más grande estampida
de todos los tiempos. Amén.

La palabra

  Una sola será mi lucha
Y mi triunfo;
Encontrar la palabra escondida
aquella vez de nuestro pacto secreto
a pocos días de terminar la infancia.
           Debes recordar
dónde la guardaste
Debiste pronunciarla siquiera una vez…
Ya la habría encontrado
Pero tienes razón ese era el pacto.
           Mira cómo está mi casa, desarmada.
Hoja por hoja mi casa, de pies a cabeza.
Y mi huerto, forado permanente
Y mis libros cómo mi huerto,
Hojeado hasta el deshilache
Sin dar con la palabra.
          Se termina la búsqueda y el tiempo.
          Vencida y condenada
Por no hallar la palabra que escondiste.

Promesa

No te preocupes
querido niño ávido
tendrás tu perro azul
te lo prometo
siempre que lo fabriquen.
Además
te prometo un puro tiempo
para lanzar anillos de por vida
en la cercana sombra de los
parques.

Chela Reyes (1904 – 1988)

María Zulema Reyes Valledor fue una prolífica escritora chilena. Da muestra de su vocación literaria con tempranos ocho años, edad en que comienza a escribir sus primeros versos. A los 22 publicó su primer poemario, Inquietud. Fue también cultora de otros géneros, como la narrativa, la dramaturgia y la literatura para niños. Publicó distintos artículos en diarios de circulación nacional. Su novela más conocida es Puertas verdes y caminos blancos (1939). Además, fue una de las fundadoras del PEN Club de Chile. La escritora Pepita Turina destacó que “Desde su libro Goce del alma entrega como máximos motivos el mar, la muerte y el amor”; y agrega que en Chela Reyes “el amor no es canción de cuna, como en la Mistral, no es sensualidad crepitante, como en Delmira Agustini y Juana de Ibarbourou, Chela Reyes agudiza su signo amoroso en la mujer que se ha dado. Casi fustiga la virginidad y encuentra puro lo madurecido en la mujer que conoce el don de la vida”. Acá compartiremos algunos de sus poemas.

Abismo

Me llaman tus ojeras tenebrosas
y tus débiles brazos enredados,
y el cielo me penetra en sus agujas
y el aluminio en su fulgor prestado,
mientras crece en la ruta de los vientos
la lívida semilla de los astros.

Y en el légamo se abre, como un lirio
en venenosas algas, injertado
tu rostro, en un azul desvanecido
y tus ojos dispersos y mojados.
¡Y cómo rueda tu cabeza blanca
sobre el cieno en que yaces derribado!

Y hay un bosque de pálidas adelfas
y una medusa en su fulgor rosado
custodiando la sed de tu sonrisa
y la tiniebla de tus ojos vagos.
¡mientras aúllan en la noche torva
los silbos del olvido, desatados!

En la sentina de mi barco, crecen
unas manos obscuras, unos tallos
trepadoras de un verde macilento
como tu cuerpo y tus impuros brazos,
¡y hay una flor que nace de sus venas
parecida a tu rostro deshojado!

Esta noche tal vez te necesite.
Vendré sola a la paz de tus ojeras.
Tú alzarás la cabeza coronada
y la mano seráfica y deshecha.
¡Y apoyaré mi corazón desnudo
para bajar a tu final tiniebla!

A un héroe yacente en el mar

Ahí, en la mortal arena hundido
ahí, donde la mano se desflora
ahí, donde se mezcla la pupila
vencido capitán, Abril de sombra.

Ahí, donde la ausencia no te busca,
ahí, donde el silencio no te nombra
y bate sordamente tus marfiles
con palmas de corales y red de onda.

Ahí, donde tu cielo se define,
ahí, donde el laurel se desmorona
y duermes hondamente tu sentido
en lívidas esencias y sed honda.

Ahí, sobre el final, y ya dormido,
abierto como un sol bajo la ola,
muriendo en un azul desconocido
rebelde capitán, Abril te llora.

Una cinta de luz te va tejiendo
y una onda de color te descolora.
¡Mi corazón saluda tu hermosura
ahí donde el silencio te corona!

Venus

Como una flor pesaba su cadera,
como una luz hería su dulzura
y era su boca definida y pura
como la risa de la primavera.
¡Y por sus muslos deslizaba el viento
la roja lengua de su ardiente espera!

Desde la ola en nacimiento, era
eternamente llena de hermosura.
Morían peces de una muerte oscura
entre la fronda de su cabellera.
¡Y así vestida de soleada lumbre
vertía gotas de celeste cera!

Y era una rosa como una quimera
en verde cáliz de abismal hondura
donde mecía su cimera pura
la amarga ola en su obstinada esfera
¡mientras clarines y ángeles cantaban
el nacimiento de una primavera!

Pero ella terca y sensitiva era,
bajo su piel quemaba la amargura,
y por sus ojos una lumbre pura
iba naciendo hacia la vida entera.
¡Una mujer que florecía absorta
desde unas aguas, en sedienta espera!

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