Los escritores opinan

la poesía de Teillier EN TIEMPOS DE DISTANCIAMIENTO SOCIAL

Eduardo Llanos Melussa

En estos meses de cuarentena casi planetaria, recibí dos invitaciones electrónicas para participar de una cadena: se pedía elegir un poema y enviarlo enseguida a un lector, indicado previamente por la misma cadena virtual. Pues bien, teniendo a disposición siglos y siglos de poesía universal, escogí de inmediato “Fin de mundo”, poema que Jorge Teillier (1935-1996) incluyó en un libro de juvenil madurez (Poemas del País de Nunca Jamás, 1963). Y es que, instalados bruscamente en el umbral del apocalipsis, sus lectores de hoy podemos releer ese poema singular como una versión laica de la célebre apuesta pascaliana: exista Dios o no exista, más vale apostar por la sobrevivencia de la humanidad y del ecosistema natural del que formamos parte.

Aunque comenté hace años ese poema[1], esa “nostalgia de futuro” y ese sutil optimismo del poeta me parecen hoy más necesarios que nunca. Mientras tememos ser contagiados por un virus, haríamos bien en reconocer que habitamos virus, y que el “cuerpo” del planeta viene sufriendo por demasiado tiempo nuestro contagio. Así, pues, aprovechando que la Sociedad de Escritores de Chile me solicita un artículo sobre este queridísimo poeta, juzgo pertinente rellerlo atendiendo al nuevo contexto que se nos impone.  

En “Los dominios perdidos”, poema dedicado a Alain-Fournier (1886-1914), Teillier se dirige al escritor francés, pero al mismo tiempo parece autodefinirse: “En la noche apagaste las lámparas / para que halláramos los caminos perdidos”. Al igual que el francés muerto en combate a temprana edad, Teillier nos ofrece una similar lección de humildad y lucidez: prefiere apagarse para que en esa oscuridad reencontremos los senderos olvidados y, sobre todo, para que retomemos el camino hacia los demás y hacia nosotros mismos. De ahí el aire de paradoja que impregna el resto del poema:

“[…] Pues lo que importa no es la luz que encendemos día a día,

sino la que alguna vez apagamos

para guardar la memoria secreta de la luz.

Lo que importa no es la casa de todos los días

sino aquella oculta en un recodo de los sueños.

Lo que importa no es el carruaje

sino sus huellas descubiertas por azar en el barro.

Lo que importa no es la lluvia

sino sus recuerdos tras los ventanales del pleno verano […]”

Algo similar ocurre en “El poeta de este mundo”, en cuyos versos homenajea a René-Guy Cadou (otro francés de muerte prematura), pero también parece autorretratarse: “Tus palabras llegaban / como pájaros que saben que siempre hay una ventana abierta al fin del mundo. / Y los poemas se encendían como girasoles / nacidos de tu corazón profundo y secreto, / rescatados de la nostalgia, / la única realidad”.  

Ahora bien, es preciso creer al poeta cuando aclara que si la nostalgia es “la única realidad”, es porque si bien nos remite al pasado, también nos devuelve al presente y nos proyecta al futuro. Así, “en un mundo donde al fin / el único sacramento ha llegado a ser el suicidio”, el poeta bien puede fantasear con el imposible retorno a una niñez idílica: “[…] y se quiere huir hacia un pueblo / donde un trompo todavía no deja de girar / esperando que yo lo recoja”; sin embargo, Teillier trasciende esa nostalgia, ya que es consciente de las dificultades del presente y del porvenir. “Yo me invito a entrar / a la casa del vino / cuyas puertas siempre abiertas / no sirven para salir”. Es decir, celebra el vino en la medida en que posibilita la convivencia y la fraternidad.

En los años de dictadura, Teillier escribió con cierta ironía: “[…] Aprende a portarte bien / en un país donde la delación será la única virtud”. Pues bien, esas palabras resuenan hoy más que ayer, ya que ahora un poder mundial quiere obligarnos al “distanciamiento social” y al uso la mascarilla –pese a que induce una suerte de asfixia–, e incluso en Europa ya hay quien insta a los ciudadanos a denunciar al que no respete estas imposiciones (supuestamente pensadas para preservar nuestra salud). Es como si ese poder sin rostro intentara parodiar al poeta y nos dijera: Aprendan a portarse, pues transformaremos la delación en virtud cívica. En cambio, muchísimo más cerca de nuestros corazones, Teillier seguirá recordándonos lo contrario: “la poesía / es un respirar en paz / para que los demás respiren”. 

Eduardo Llanos Melussa

La Reina, domingo 31 de mayo 2020.


[1] “Teillier o la compleja sencillez poética”, Revista Chilena de Literatura, N° 86, 2014, pp. 133-156.

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