La poesía de Malú Urriola
Por Wellington Rojas
“He matado a la terrible y miserable esperanza, la he arrancado aún latiente, he dejado sus lánguidas venas, la tibia sangre que cae por mis manos. Veo sus flácidos muslos deteriorarse, vulnerable, como si en ningún momento hubiese envenenado mi alma, perdiendo completamente la debilidad de atormentarme. Las palabras atormentan, calan hondo, enloquecen, si las palabras dicen muere, una muere, si dicen miedo me atemorizo, las palabras dejaron de hablarme de cosas bellas hace tiempo. Antes decían mar y me mecían, ahora dicen niebla, tierra, cuerpos, cavar, dicen”.
El párrafo anterior, que sin duda alguna posee características singulares, corresponde a una escritura poco común. A simple vista pareciera una crónica urbana; sin embargo, estamos ante la presencia de un acto escritural que está inserto en un escenario real, en el que la violencia muestra su omnipresencia sin límite. La autora de este libro es Malú Urriola (1967-2023), quien ha desarrollado una poética centrada en la marginalidad. Publicó los poemarios Piedras rodantes (1988), Dame tu sucio amor (1994), Hija de perra (1998), Nada (2003), Bracea (2007), Cadáver exquisito (2017) y El cuaderno de las cosas inútiles (2022). Textos suyos, además, forman parte de las antologías 16 poetas chilenos (1987), Antología de la poesía latinoamericana del siglo XXI (1997) y Antología de poetas chilenas: confiscación y silencio (1998), y fue incluida, asimismo, junto a destacadas escritoras latinoamericanas, en la Guía del nuevo siglo preparada por el prestigioso crítico peruano Julio Ortega y editada por la Universidad de Puerto Rico (1998).
En las páginas de este libro, que se titula Hija de perra (editorial Cuarto Propio, Santiago, 1998), encontramos una mirada que es una introspección hacia el Santiago urbano, solo que se trata de una ciudad inerte, carente de vida común, pero pletórica de un diálogo de sordos en el que se gesta una escritura marcada por la soledad. Aun así hay momentos para implorar otros estados: “enciéndeme como una llama, haz que este cuerpo arda, que se calcine, que corra mientras arde, que se arroje al suelo, que implore, que duela, haz que duela fuera más de lo que duele adentro, que duela como duele la cultura light, que este cerebro se abrase, que las palabras se ahoguen que el humo ni las mate, que caigan y se hagan trizas cuando toquen suelo y que el viento las disperse que de toda ya no quede más que una mancha que no vuelva, ningunos ojos que te busquen, ningunos dedos que escarben buscándote”.
Malú Urriola reflexiona en voz alta en torno a su misión de plasmar en vocablos todo su accionar: “no debería escribir más, no debería, nunca debí escribir, pero tuve miedo de quedarme con tantas palabras y como esta boca de perra que tengo es torpe, me puse a escribir, sé que escribir no sirve para nada, para nada, una cosa es la literatura y otra la burda reality”.
Una obra distinta, con una poesía que da un vuelco al mundo de lo evidencial, inundado de una protesta que se hace más clara por el medio de una poesía satírica que esconde un mundo sórdido, no siempre al alcance de todos, pero tan real como el quehacer cotidiano.