«La muchacha que deseaba vivir en un invernadero», de César Valdebenito: De hecatombes en el Biobío
El presente volumen es un libro visceral que aporta desde una circulación descentralizada: voces como las del autor penquista plantean nuevos encuentros, inaugurales lecturas y visiones, puesto que Santiago no es Chile y la libertad de escribir no debería tener límites.
Por Francisco Marín Naritelli
“La carne es lo de menos, lo sustantivo es la electricidad, las vibraciones”.
César Valdebenito
Un collage, un mosaico, o algo parecido. El nuevo libro de César Valdebenito (nacido en Concepción), incluye tres cuentos futuristas, poemas y una obra de teatro; y se suma a una prolífica producción que incluye poemarios (El jardín, Urnas), volúmenes de cuentos (Todas las rameras de Chile, Ajuste de cuentas), novelas (Correcciones elementales), antologías (Antología de poetas chilenos jóvenes), además de dirigir y editar revistas como Quiltro y El amante de la China del Norte, entre otras incursiones.
La muchacha que deseaba vivir en un invernadero, publicado por Ediciones C&M en 2016 (cuya primera edición es del 2011), es un libro poroso puesto que parece absorber todo cuanto es posible. Imágenes llenas de hollín en el caso de los brevísimos cuentos: rascacielos que se derriten, energía cinética, niebla tóxica, mutantes por doquier, el año 2900; reflexiones íntimas, bucólicas, ensoñaciones, en el caso de la poesía; la fruición, el sexo crudo y la conversación libre de hipocresías, en el caso de la obra dramática.
“En la radio seguía la cantinela de los mutantes que intentaban asustarnos o seducirnos con un centenar de melodías pacifistas” (pág. 12).
“Algún loco continuaba tirando misiles sin ningún destino. Ya no había nada más que eliminar en aquel desolado rincón del planeta” (pág. 20).
“En una jaula/ duerme un picaflor / pero alrededor todo muere / aun así vivo bajo el tenaz y caluroso cielo de invierno /ahora sabemos / que el mundo es más frágil que el murmullo de la piedra / o la flor” (poema «Hojas que van hacia el cielo que cae», pág. 36).
“Roberto toma los pezones de Sofía en sus manos. Los besa. Sofía gime. Sofía recorre con sus manos el cuello de Roberto. La cabeza de Roberto. La espalda de Roberto. Las nalgas de Roberto. Toma los testículos con las dos manos y los tira. Los tiene bien agarrados y los tira. La luz se apaga lentamente” (pág. 101).
Hay cierto desparpajo y no solo en el borroneo de los límites de los géneros literarios. Hay un decir explosivo, una poesía bien cuidada, y unos diálogos, como se dice en la contraportada, con una “electricidad dialéctica”. Las diferentes textualidades y sus temperaturas tienen como trasfondo el Biobío y sus alrededores, y despliega un universo, en particular en la prosa, caracterizado por el movimiento (los personajes desean arrancar a toda costa luego del Apocalipsis), las incertezas (hacia dónde, cómo) y no pocas esperanzas. De cierta forma, César ha escrito estos cuentos hablando de un posible futuro, pero pensando en el aquí y ahora: la frágil humanidad, los horrores, la muerte, la desintegración, la destrucción del planeta.
“—Ya saldremos del planeta y volaremos hacia otro lugar.
—¿Y dónde está ese sitio? -pregunta Pamela.
—Debemos llegar a los alrededores del aeropuerto y ahí veremos.
—¿Vamos a medias?
—A medias.
—¿No tienes miedo de que te liquide?
—¿Por qué vuelves con eso, Pamela? Podría matarte yo a ti.
Pablo sonríe.
—Habrá vegetales, mucho aire fresco. Se acabarán las persecuciones, las trampas, las balas, los maniáticos, las ciudades que desaparecen como por encanto y son reemplazadas por ciclones tóxicos. No tendremos más preocupaciones”. (pág. 21-22).
“La vida / la frugalidad de pequeñas cosas” (poema «Pétalos en el aire de vidrio (que la vida toca)», pág. 46).
La muchacha que deseaba vivir en un invernadero es un libro visceral que aporta desde una circulación descentralizada. Qué importante es descentralizar también cuando de literatura se habla. Voces como las de César plantean nuevos encuentros, nuevas lecturas y visiones, puesto que Santiago no es Chile y la libertad de escribir no debería tener límites.