«LA JUSTA LITERATURA»
Discurso de Alia Trabucco en la aceptación del Premio Anna Seghers en Berlín el 11 de junio del 2022.
Muy buenas noches y muchas gracias por estar aquí.
Recibí la noticia del Premio Anna Seghers con alegría y perplejidad. La alegría es evidente, de la perplejidad les quiero hablar.
“El Premio Anna Seghers”, decía el correo, “se otorga a escritores que a través del arte, contribuyan a la creación de una sociedad más justa”. Sentí el peso de esa frase; de la palabra justicia. Yo, para hacer justicia, había estudiado derecho. Con la visión del mar como una tumba, con la palabra tortura sentada a la mesa, con el dolor del exilio de mis padres, yo, todavía niña, decidí que sería abogada. No aguanté demasiado. Una o dos veces en un tribunal bastaron para entender que las palabras de la ley, resecas y tardías, rara vez alcanzaban. A nombrar, a reparar, a hacer justicia. Kafka describe el derecho como un aserrín masticado por miles de bocas. La mía fue una más, pero su sinsabor fue demasiado. Desesperada, perdida, emprendí la búsqueda de otras palabras. Eso hago todavía: escarbar, exhumar, recobrar, rescatar. Pero esa palabra, justicia, me dejaba perpleja. ¿Qué tenían que ver la ficción y la justicia? ¿Acaso la justicia es una ficción? ¿Acaso la ficción puede hacer justicia?
No pretendo, en estas líneas, dilucidar los propósitos de la escritura. Probablemente no los sepa o sean muchos y discordantes. La literatura es capaz de interpelar y conmover, acompañar y disgustar. Puede ser cruel, la literatura. Castigadora y peligrosa. Puede aliviar, violentar y también entristecer. Arrojar luces en la penumbra y sombras donde antes había luz. Pero, ¿puede la literatura hacer justicia? Porque la justicia, la verdadera, no se describe ni se imagina, no se narra ni se concluye. La justicia se hace igual como se hace el pan.
En Chile, esa franja de tierra tan estrecha y maltratada, la justicia ha sido para muchos una ficción, y la literatura, en ocasiones, lo más cercano a la justicia. No hablo solo de la dictadura y de su estela de violencias sin condena. Hablo también del pasado reciente, cuando miles de personas abrieron los ojos exigiendo justicia y dignidad. Entonces, al ojo abierto, le dispararon un balazo. Más de cuatrocientos balazos a más de cuatrocientos ojos lúcidos y vigilantes. Es una palabra inmensa, la justicia. Hermosa pero muy amarga cuando es esquiva.
Tal vez por este origen, por mi contexto, me cuesta tanto creer en una literatura justiciera. Temo por igual a los dogmas y a los vociferantes pedagogos, a los caminos rectos, sin desvíos, y a las rutas plagadas de advertencias. Sí creo, en cambio, en una literatura de ojos abiertos, irritados, llorosos de tanto mirar. De ver la belleza y hallar la herida que se oculta adentro, al fondo. Y creo, también, en una literatura que incomode. Una literatura que mire de frente la realidad y cada una de sus espinas. Una literatura a contrapelo, ríspida, a ratos crispada, “como ocurre con hojas de un lado aterciopeladas”, escribe Gabriela Mistral, “y con el otro te dejan con la palma ensangrentada”.
Me honra recibir este reconocimiento que antes recibieron escritoras que tanto admiro: Lina Meruane, Cristina Rivera Garza, Pedro Lemebel, Alejandra Costamagna, Fernanda Melchor. Me honra recibirlo porque este premio desdibuja la frontera norte-sur, porque hermana a escritoras del alemán y del castellano, y porque lleva el nombre y el espíritu de la inmensa Anna Seghers, una mujer que por su vida, por su obra, por su exilio, por su impronta, sí descubrió la respuesta –o una de las muchas respuestas— a la difícil pregunta por el vínculo entre literatura y justicia. “Sentimos todos”, escribió Anna Seghers y parece susurrarnos al oído, “con qué violencia los poderes externos pueden atropellar al ser humano y actuar muy profundamente. Pero sentimos también”, añade, “que en lo más profundo, hay algo que es intocable e indestructible”.
Con mucha emoción agradezco a la Fundación Anna Seghers este premio. A Moritz Malsch, presidente del directorio de la Fundación, y a Jean Radvanyi, que continúa con su legado. Agradezco muchísimo también a Sarah van der Heusen, jurada del premio, por su atenta lectura de mi trabajo. A Laurence Laluyaux, por encontrar un espacio para mis libros, a Carlos Medina por su apoyo en esta publicación, a Bahoe Books y a su editor, Rudi Gradnitzer, por la confianza, y a mi querido Benjamin Loy por ser la voz en alemán de los personajes que protagonizan La resta. Finalmente, quiero agradecer, en el destiempo de la escritura, en este presente que ya es pasado y que así se hermana con su pasado, a la propia Anna Seghers por arrojarme esa pregunta tan incómoda y por alumbrar, con su vida y con su obra, el sinuoso camino hacia “lo intocable e indestructible”, donde tal vez se encuentre la justa literatura.
Muchas gracias.