Escritor del Mes

JOAQUÍN EDWARDS BELLO ENTRE EL DADAÍSMO Y EL DATAISMO

Este lúcido crítico de la clase poderosa chilena –en cuyo seno nació y se crió– nació en Valparaíso, el 10 de mayo de 1987. Su padre era un banquero destacado y su madre era nieta de Andrés Bello. Ganó celebridad sobre todo por sus numerosas crónicas, publicadas principalmente en La Nación, de Santiago. Si bien se han espigado varios volúmenes de ellas, aún quedan muchas por recuperar; se sabe que publicó más de cinco mil, pero algunos calculan que el total supera las diez mil. En cualquier caso, esas crónicas constituyen un caudal inagotable de lucidez y vigencia. Y es que JEB conoció muy de cerca a todos los grupos sociales de Chile, incluidos los residentes en otros países y los inmigrantes que forman colonias en nuestra nación.

Fue un observador penetrante, levemente irónico, pero casi nunca burlesco. Se diría que su paradójica de identidad de outsider e insider –de la que fue muy consciente– le permitió combinar perspicacia, empatía y cierta nostalgia.

Tales cualidades se aprecian también en su obra narrativa, que incluye El roto (1920), El chileno en Madrid (1928), La chica del Crillón (1935) y En El Viejo Almendral (1943). Menos conocida es su obra ensayística, que sin embargo ofrece algunas sorpresas, como su rechazo del imperialismo y su temprana defensa del nicaragüense Sandino.

En la sección Referencias críticas de nuestra Biblioteca Nacional se conserva su archivo de noticias y datos recortados de periódicos y revistas de diversa índole. Gracias a esa información heteróclita, matizaba sus crónicas con datos insospechados y hechos curiosos, combinados con recuerdos de viajero impenitente y de conversador múltiple. Escudriñaba tanto la literatura y el arte como la política y la economía. Especialmente dotado para la vida social, fue siempre un trabajador metódico, que cultivaba la soledad creadora. Asimismo, siendo un “dataísta” insaciable, interpretaba los datos con imaginación y trascendencia. Por ejemplo, aludiendo a la juvenil vanguardia política de Chile, escribe: “¡Cuánto revolucionario fue absorbido por la magia! Los de la Federación de estudiantes de 1920 han sido, o son, embajadores”. Lo dice sin amargura, como quien consigna hechos, no meras opiniones (“Pobres y ricos”, 1962, en Crónicas, 1964). Y luego añade: “Una excepción fue Recabarren, el santo. Se suicidó. Insobornable”.

A su manera, JEB fue también un insobornable, aunque estaba muy lejos de la lucha social que tanto interesaba a otros escritores coetáneos (como Pablo de Rokha, su amigo).

Pero en el plano literario sí fue un inconformista, tanto que tuvo cierta participación en el vanguardismo europeo. En el prólogo a la redición de El chileno en Madrid, Rafael Cansinos Assens cuenta que JEB envió a las revistas Grecia y Cervantes “poemas bilingües de una retadora incoherencia”. En esa línea se inscribe precisamente Metamorfosis (1921), breve libro de poesía que él firmó como “Jacques Edwards, Président Dada au Chili”, título este último que el propio Tristán Tzara le había conferido en París dos años antes.

Para los bibliómanos, Metamorfosis era una publicación casi mítica; afortunadamente, el hijo de Huidobro halló un ejemplar en la biblioteca paterna, y así contamos con una reedición útil de Editorial Nascimento (Santiago, 1979). “América, equilibrio vacuno, repugna a Dadá [/] La pseudo solidez mental americana reirá el chiste cien años después”, afirma allí, aludiendo a Estados Unidos más que a nuestra América. Obviamente, prefiere el cosmopolitismo europeo, especialmente el de París. Con todo, su preferencia mayor es otra: “La cordillera de Los Andes, tragedia espiritual sin comparación posible, tiene una grandeza que escapa a todas las disciplinas. El arco del triunfo y las pirámides son monumentos absurdos, pantanales. Todo monumento es un pensamiento antigiratorio; es momia o manifestación cadaverizante”.

Como se ve, el Edwards Bello poeta no es un lírico, sino más bien un provocador, un funámbulo que tiende un cable para transitar de ida y vuelta entre el dataísmo y el dadaísmo. Y es que, como bien dijo Heráclito, en el círculo los extremos se tocan.

Una hemiplejia irreversible ensombreció sus últimos días. Recluido en su casa de calle Santo Domingo, cerca de la Plaza del Roto Chileno (quizás recordando su novela El roto), JEB prefirió dispararse para terminar su vida. Un año antes Violeta Parra también había optado por el suicidio, y no mucho Pablo de Rokha hizo lo propio. Sin embargo, a pesar de estos finales trágicos, la obra de todos ellos proyecta luz sobre Chile y su futuro.

 Eduardo Llanos Melussa

La Reina, mayo 1, 2021.

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