Homero Arce – Pablo Neruda
UNA AMISTAD SINGULAR
Así como hay grandes rivalidades literarias también hay amistades literarias enormes. Una de ellas fue la de Homero Arce y Pablo Neruda. En uno de sus poemas este le dio las gracias “…porque has vivido mi propia vida cual si fuera tuya…”
En efecto, Homero Arce le dio más importancia a la vida de Neruda que a la suya propia. Fue su secretario más leal y su principal mecanógrafo. Se dice que por su vieja máquina de escribir pasó buena parte de la obra del Vate; en cambio Arce solo accedió a publicar su propia y admirable poesía ante la insistencia del poeta de Isla Negra, que le ofreció ilustrarle el libro Los íntimos metales. Tal vez esa sea la única vez que Neruda trabajó de ilustrador y no lo hizo mal.
Como advierte Laura Arrué, una de las amadas de Neruda, que terminó siendo la segunda esposa de Arce, este no fue un funcionario a sueldo, sino un desinteresado y leal amigo de Neruda que vivió “siempre atento a sus necesidades, resolviéndole infinidad de problemas para que el Poeta dispusiera de más tiempo para su creación,”
La amistad entre Homero Arce y Pablo Neruda fue tal vez la más persistente, la más sólida y la más larga en las vidas de ambos. Comenzó a mediados de los años 20 y solo terminó con la muerte de Neruda, en 1973 después de la cual “seguía dedicándole (como para acercar su presencia) su cariño, su tiempo, como lo hiciera en la vida del poeta y amigo” anota Arrué. Así, olvidándose una vez más de sí mismo, escribió Los libros y los viajes. Recuerdos de Pablo Neruda. Luego de terminarlo declaró que por fin iba a dedicarse a ordenar sus papeles y a escribir sus propias cosas. Pero ya era tarde.
En 1977 un grupo de desconocidos le dieron una golpiza tan brutal que le produjo la muerte. Como no hay otros motivos, porque Arce era un hombre benevolente y pacífico, esta acción se atribuye a la reconocida amistad que tuvo con Neruda.
Laura Arrué recuerda que en su mesa de noche quedó un libro abierto en su última lectura. Era un párrafo de Séneca sobre la brevedad de la vida: “¡Qué tardío resulta empezar a vivir precisamente cuando es necesario acabar!”
Al conmemorarse este 2021 los 121 años de Homero Arce, no podemos dejar de mencionar esta amistad de dos poetas de caracteres muy distintos. Me atrevo a conjeturar que cada uno valoró en el otro las virtudes de las que carecían y que le habría gustado tener. En una de sus cartas desde oriente, en 1931, Neruda le decía se declaraba “negramente ingrato con el mejor de los hombres: Homero Arce.”
En sus Recuerdos del Vate, Arce anota: “En 1925 conocimos a Pablo Neruda. Iba por las tardes a la Plaza de Armas, el lugar más céntrico de Santiago en esos años, y allí lo esperábamos para hablarle de una revista de Arte Nuevo que pensábamos publicar un grupo de incipientes poetas.”
Neruda había llegado a Santiago en 1921. Vivió el fervor de esos años de desacato libertario. Fue un diurno estudiante universitario que por las noches se convertía en poeta bohemio. Con un creciente grupo de amigos, entre los que estaban Alberto Rojas Giménez, Ángel Cruchaga, Rosamel del Valle, Gerardo Seguel, Diego Muñoz, Tomás Lago y Rubén Azócar, entre otros, recorre bares y tabernas, como el Hércules y el Jote, y cabarets como el de la Ñata Inés y el Zeppelin. En esas reuniones, como apunta Volodia Teitelboim, “se dijeron por primera vez en Chile los nombres de Marcel Proust y James Joyce”. A esa camaradería artística se unía Homero Arce. Muchos años después, ya en la década de los 60, Neruda lo recordaría fraternalmente, en su Memorial de Isla Negra:
De interminables días / y páginas nocturnas/ surge Homero / con apellido de árbol/ y nombre coronado/ y sigue siendo así, madera pura / de bosque, de pupitre / en donde cada veta / como rayo de miel hace la túnica / del corazón glorioso / y una corona de cantor callado / le da su nimbo justo de laurel.
Homero se retiraba temprano de aquellos boliches por dos razones: era el único que tenía un trabajo estable y con exigencia de horario. Y además, porque solía dejar pagada la cuenta en el monto en que estaba cuando él se iba. Mientras más temprano se fuera más barato le salía. En sus recuerdos de la bohemia nerudiana apunta que al Jote iban cayendo poco a poco los comensales y cada cual pedía el plato que podía pagarse. Los que no tenían un solo peso, pedían lo más económico: guatitas, en el entendido que alguien podía invitarlos. Seguramente el que terminaba pagando las guatitas era Homero, pero él no lo confiesa.
Volodía lo recuerda como “un moreno bajito, apellinado, de suave carácter, con grandes ojos oscuros, funcionario del correo” Arce fue especialmente generoso con el joven poeta pobre que era en los años 20 Ricardo Eliecer Neftalí, quien en el mismo poema que ya citamos, le agradece “aquel dinero que me diste/ cuando no tuve pan, y por la mano / tuya cuando mis manos no existían…”
A lo largo de toda su obra Neruda está haciendo alusiones a Homero Arce y este aparece y reaparece en momentos importantes de la vida del Vate. Así por ejemplo, en París, en septiembre de 1965, Neruda escribe un Soneto a Homero Arce, que después se incluirá en el poemario de Arce El árbol y otras hojas. Este Soneto comienza así:
Homero, en la verdad de tu diamante/ hay un fulgor de piedra y firmamento, / porque tiene razón el caminante / cuando descubre el mundo en su aposento. / De tanta estrella pura eres amante / y con tanta grandeza estás contento / que solo con tu corazón cantante / vas descubriendo tu descubrimiento.
En el prólogo del libro 44 poetas rumanos traducidos por Pablo Neruda, este apunta:
Durante más de un mes de invierno en mi casa, frente al océano frío y las inmensas migraciones de pájaros, me acompañaron asiduamente en la traducción de la poesía rumana los poetas Homero Arce y Ennio Moltedo.
Doy gracias a mis dos amigos. Mucho me sirvió la sabiduría y el empeño de cada uno. También ellos gozaron como yo, mientras trabajábamos, de follaje florido, del agua y del fuego, que en esas múltiples voces se multiplicaban incitándonos a escuchar con recogimiento el canto coral de un pueblo lejano y hermano.
En carta a Volodia Teitelboim, Neruda le anuncia la llegada a Francia de Homero Arce, a mediados de 1972:
Homero, como palomo postal, aterrizó en La Manquel. Estamos trabajando diariamente en las memorias (…) Homero y yo nos divertimos bastante y nos celebramos con entusiasmo.
Este mismo hecho, memorable porque fue la primera vez que Arce salía de Chile, fue celebrado por Neruda con el poema Llegó Homero, incluido en el libro Defectos escogidos:
H. Arce y desde Chile. Señor mío, / qué distancia y qué parco caballero: / parecía que no, que no podía/ salir de Chile, mi patria espinosa, / mi patria rocallosa y movediza. / De allí hasta acá, formalmente ataviado / de corbata y planchado pantalón, /atlántico llegó, después de todo / sin comentar la heroica travesía / en un avión repleto, / el pasajero de primera vez.
En otra carta a Volodia Teitelboim, fechada en París, a comienzos de octubre de 1972 sobre su regreso a Chile, Neruda dice:
… te ruego tomar en cuenta también que quiero irme directamente de Pudahuel a Isla Negra, para preparar mi discurso con la ayuda de Homero que viajará conmigo.
En fin, fueron dos amigos entrañables, uno necesitaba al otro y este otro necesitaba que el otro lo necesitara a él. Por eso después de la muerte de Neruda Arce quedó en una especie de orfandad y de vacío.
El 8 de enero 1975 Arce le escribió a Matilde una tarjeta que dice:
Homero Arce saluda atentamente a su distinguida y no olvidada amiga Matilde Urrutia de Neruda y agradece en su persona la determinación de la Sucesión de cancelarle los fondos que le fueron asignados por el poeta (Q.E.P.D.) y que se hallaban pendientes, los que ahora destinará a financiar la publicación del libro de memorias que está escribiendo y ya por terminar con recuerdos de 50 años al lado del poeta.
Con sus deseos porque la tranquilidad y la paz la acompañe, le reitera sus agradecimientos y atentos saludos.
Esta tarjeta, encontrada entre los papeles de Matilde viene a matizar la historia que se construyó sobre la ruptura total de Matilde con Arce. Ella en sus memorias relata que luego de volver a Isla Negra, después de los funerales de su esposo, convocó a Homero para trabajar en las Memorias, gran parte de las cuales Neruda le había dictado. Anota que Homero “estaba pensativo, triste y también muy golpeado por la muerte de su gran amigo”. Víctima del miedo que entonces afectaba a gran cantidad de chilenos, indicó que era necesario sacar el último capítulo de las memorias. Matilde entonces le retiró su confianza, pero más tarde comprendió perfectamente lo que pasaba: “El miedo, el horrible miedo, transforma el alma de los hombres, y es casi natural que eso pase.”
Esta es la breve historia de una larga amistad de dos poetas, cada uno de los cuales hizo una vida singular y distinta a la vida del otro. Podría decirse que uno vivió a la sombra del otro, pero el poeta que proyectaba esa sombra necesitaba tener el auxilio del otro para que su estatura se hiciera cada vez más grande.
Darío Oses.