GUAFO, WAFÚN, LOS COLMILLOS DEL CAPITAL
La puesta en venta de territorio insular, al sur de la Isla Grande de Chiloé -espacio sagrado, según el pueblo Huilliche-, se ha vuelto una mercancía más para acaudalados empresarios chilenos, auténticos poseedores de esta entelequia vocinglera y colorida que llamamos Patria, con mayúscula, atribuyéndole adjetivaciones hiperbólicas, tales como: inmarcesible, eterna, invicta, inviolable; cuerpo geográfico y telúrico por el cual los uniformados, y veces los civiles, juran «rendir la vida si fuese necesario». Conceptos cuyo sentido profundo, si lo tienen o si alguna vez lo han tenido, la filosofía primaria de nuestro capitalismo salvaje se encarga, sin tapujos, de desvirtuarlo.
La isla Guafo (de wafún: colmillo, de acuerdo a su toponimia, derivada quizá de sus dos promontorios afilados que parecen internarse en el Pacífico) es un botón de muestra en el largo y angosto traje con que se viste y desnuda el estado-nación llamado Chile. En la Isla Grande de Chiloé, el clan mercantil Piñera y asociados, posee un inmenso «parque natural», de miles de hectáreas, liberado de tributos fiscales.
Normal, dicen los sustentadores del sistema, puesto que sus «legítimos dueños» son los que pueden adquirir la propiedad con moneda de cambio. Y así ocurre con el agua y los bosques y los mares concesionados, entre otras riquezas «naturales»… Ni qué decir de las pertenencias industriales, creadas y exprimidas mediante la plusvalía de la expoliación del trabajo asalariado.
-Amiga, amigo, lector ocasional, puede que ya te haya contado la intervención de José Saramago, en una conferencia proferida en el aula magna de la Universidad de Santiago (ex Universidad Técnica del Estado), allá por el año 2000, dos años después de haber recibido el Nobel de Literatura.
Pues bien, me arriesgo a repetirme… El eximio narrador portugués dijo, en su prosodia susurrante del áspero castellano:
«Mi patria, el viejo Portugal, marítima como Chile, aunque mucho menos extensa, fue el corazón de uno de los grandes imperios oceánicos, hace cuatro siglos. Hoy en día, es, junto con la Grecia de Sócrates y Platón, socio pobre de la llamada Unión Europea… Somos menesterosos que viven rodeados de países supuestamente ricos. Padecemos constantes crisis, financieras y sociales, como Chile, claro, y semejamos de pronto correr al despeñadero, desplomándonos en el mar proceloso.
«Por esas curiosidades que nos ofrecen los números, a veces más asombrosas que las nacidas de las palabras, me enteré que la empresa transnacional, The Coca-Cola Company, dispone de un presupuesto de operaciones anuales que dobla, con un diez por ciento o más de holgura, los presupuestos estatales, sumados, de Chile y Portugal…
«Entonces, se me ocurrió una idea aún más febril que mi novela La Balsa de Piedra, y la quiero compartir aquí, con ustedes:
-«¿Por qué no vender ambas naciones, Chile y Portugal, a The Coca-Cola Company?
«Solucionaríamos de una plumada todos nuestros problemas financieros y calmaríamos la presión social, entregando a nuestros compatriotas, a precio de costo, la bebida de la felicidad… Sí, no se rían… Bueno, mantendríamos nuestras principales tradiciones republicanas, izaríamos nuestras banderas en las efemérides patrias, junto al pabellón institucional de The Coca-Cola Company. Cantaríamos nuestros himnos patrios, junto al himno de la Gran Gaseosa… Conservaríamos nuestros idiomas, mientras las ediciones de libros, que tanto nos interesan, sin duda de mucho mayor tirada que las actuales, llevarían grabada la efigie acinturada de la botellita marrón… ¿Qué os parece?».
La analogía con las garras y colmillos de las transnacionales que nos explotan, en la figura de la más universal de las gaseosas, me resultó excesiva, sobre todo considerando que me aficioné a ese líquido chispeante desde los dieciocho años, cuando aprendí a beberla con ron, mezcla embriagadora que llamábamos “Cuba libre”, en los años 50, antes de la epopeya de Fidel y los suyos.
-No, maestro Saramago… -imaginé que le decía -Estimo que no es preciso vender en bloque nuestro largo pétalo de mar y vino y nieve. Tenemos tantas islas, al sur de Chiloé. Muchas carecen de nombre y no han sido holladas por el depredador humano… Podremos ir vendiéndolas, poco a poco, a medida de las exigencias de caja y del apremio de los acreedores del Fondo Monetario Internacional.
Acuérdense -chilenas y chilenos-, que hace un siglo y medio vendimos gran parte de la Patagonia a la República Argentina. Y los “patriotas” de entonces, como los “republicanos” de ahora, hicieron mutis por el foro.
Y así como vamos, la Patria se nos puede convertir en un zoom virtual, de múltiples paisajes e infinitas superficies. Es cuestión de afrontar con valentía los desafíos imaginativos, nada más.
Guafo, Wafún, es un hermoso y salvaje santuario, porque allí habitan los espíritus ancestrales del pueblo Huilliche, y su hálito terrestre es necesario para preservar su cultura y tradiciones. También es un reservorio de especies de fauna y flora únicas en el mundo.
-Sí, pero no produce nada -afirman los hombres del colmillo largo, agregando que se acaba de frustrar un ambicioso proyecto de explotación carbonífera, razón superior de mercado, según la religión llamada Capitalismo, como nos enseñara el maestro Walter Benjamin. Según uno de sus mejores exégetas, William Rasch:
“Benjamin establece expresamente que el capitalismo como culto de la culpa [o de la deuda, Schuld] no puede hacerse desaparecer sin más. El culto hace la deuda/culpa universal, y no hay reforma, o siquiera abjuración de ese culto, no hay violencia política, Reforma o revolución que pueda expiar esa culpa. Frente a semejante poder, el mismo dios se vuelve impotente. Pero ese es precisamente el punto. La universalidad de la culpa que impone el capitalismo es llevada a tal extremo que la desesperación se transforma en esperanza, la esperanza de una completa destrucción del mundo tal como lo conocemos”.
-Tanta bulla por una isla perdida donde viven cuatro individuos -me retruca un amigo empresario.
-Wafún, wafún, wafún… -le grito a la cara, mostrándole los dientes. Se aleja, con un gesto visible de reprobación. Es seguro que votará “rechazo” el 25 de octubre venidero.
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Edmundo Moure
Septiembre 22, 2020