EL TRIÁNGULO DE DROGUETT
“A Carlos Droguett quién demostró que la historia de Chile es un sinuoso camino hacia el crimen”.
1.- Estudios de Canal 9 TV.
Cámara 1: Desde Plano General a Primer Plano de Patricia.
En la imagen Patricia Menz sonríe entre el misterio y el posible desafío.
Patricia: -Esto es Triángulo.
Música arriba; Mozart y The Beatles; “aparece la voz de García Lorca…”A las cinco en punto de la Tarde”.
Cámara gira hacia el panel de invitados. Sobreimprime cartel donde leemos “Canal 9 de la Universidad de Chile presenta TRIÁNGULO”.
Luego vemos fragmentos de imágenes de la época. Años 60 en su esplendor; París de los estudiantes, los estados generales. En la pantalla se lee “Un ojo blanco no me dice nada”, Nicanor y la antipoesía; siguen imágenes en blanco y negro de la guerra de Vietnam. Voz en off “Hay que lanzar al aire las ideas”.
Desde caseta de dirección: Cámara 2. Gran plano general.
“Avanza hacia el set…sí, muestra todo, desde las tripas del estudio, arriba de las grillas el Salvaje Araya aún está moviendo los focos, eso Carlos (al joven camarógrafo Carlos Brieva) que se vea todo el estudio, las gentes que deambulan por el pasillo, los restos de escenografías, las absurdas bicicletas, los cables enredando micrófonos”
Cámara 1: “Voy entrando con la otra cámara me susurran por los audífonos” ¡Eso es!, digo. ¡Ahora! Que la gente vea que esto es la Tv. Cámara contra cámara.
Vemos el armatoste. La cámara gira y enfoca a los invitados. Allí están los tres un poco estupefactos por el espectáculo que se desarrolla frente a sus ojos.
Fernando Alegría, serio, elegante, con aire de lejanía; al frente el poeta del sur “de Mortandad” precisará más tarde; en el vértice izquierdo, adusto y algo ceremonioso, vestido a la antigua, osco y receloso; Carlos Droguett.
Se inicia el juego. Fernando es fino y equilibrado en su análisis, expone y razona serenamente. Droguett arremete con furia, derrumba el Estado, destroza al Gobierno, es iracundo y alza las pasiones. El joven poeta de Mortandad, protegido bajo su gorra de ferroviario los observa cauteloso.
Hay vida en esta discusión.
-¡Esto es Triángulo, nuestro programa semanal en Canal 9 de la Universidad de Chile! -… “Viva Chile mierda”, Fernando Alegría arremete con su famoso poema. “Cuando se cierra la noche…/ Cuando se viene el Mapocho, cuando al alba sale el huaso…/ cuando viene el invierno, cuando en noche de luna… / ¿es mi país una sombra que me sigue como a la noche el perro…/ País pájaro donde el mundo se cierra digo finalmente ¡Viva Chile mierda!
Droguett (La cámara avanza sobre su rostro. Gran primer plano) -“De diez libros que se escriben hay diez que no se debieran publicar” -Señala osco el escritor.
El poeta del sur sonríe y mira sin mirar hacia los costados. –“Nací en el golfo de Relinchaba/ en plena cordillera/ recorrí la vida agitándolas bridas de un caballo de palo…”
Las cámaras van y vienen escrutando los rostros, los rasgos más ocultos, las manos y los ojos de Alegría, el rostro esculpido en piedra de Droguett. –“No me gusta el silencio, la noche estaba oscura… me arrastre con la carabina entre las piernas”-. Carlos Droguett es Eloy y el Ñato Eloy es Droguett, su monólogo interior se escurre entre los laberintos del alma, del alma negra del bandolero que espera solo a la muerte que se acerca entre luces que deslumbran y enceguecen. Mientras Eloy recuerda su vida “pegado a la oreja del caballo” el poeta de Mortandad, Floridor Pérez, que así se llama el poeta, interviene entre los truenos.
Floridor Pérez -“Antes de escribir mire –me dijo mi padre- mire, mire y después escriba… mire la ventana y estaba vacía”, musita entrecortado. “Es joven y sus ojos relucen como carbones encendidos”.
Droguett: -“De once libros que se publican hay diez que no debieran publicar… Hay mucha porquería… Yo soy macho-poeta de este rincón del mundo que se cierra… El arte que no enseña a vivir no es arte, no es nada…”
Los tres hablan al mismo tiempo.
Ramón Sepúlveda, el camarógrafo, va de uno a otro. Carlos Brieva en la Cámara 1, busca entre los entramados de la altura y descubre al Salvaje Araya riendo entre los enormes focos que apuntan hacia abajo improvisando la luz, “a luz” de lo que ocurre en el set.
Los teléfonos del canal suenan estridentes: “Están locos… Paren esas cámaras… es un desorden de imágenes… y un largo y enjundioso etcétera…”
-Esto es triángulo-, dice sonriendo la bella Patricia haciendo soñar al auditorio.
“Para mí la palabra es una explosión… El escritor se transforma en una bomba…” se escucha decir a Droguett. En el estudio Fernando “Dito” Vargas, nuestro productor se frota las manos y sonríe; Quico Bello -mi asistente- está feliz y Douglas Hübner, el jefe de prensa, mira la pantalla: -“Bien hecho, dice y agrega, ahora aguanten las críticas”.
Así termina Triángulo esa noche. Salgo de la cabina de Dirección entregándole el mando a Zayda Araya y me dirijo feliz a los pasillos para saludar a los invitados que se dirigen a la salida. Le hablo a Droguett de su novela “Sesenta muertos en la escalera”. Léela me había dicho Patricio Manns, es la mejor novela que se ha escrito en Chile. El hombre con cara de águila asiente esbozando -lo que mal interpreto- como una sonrisa en su rostro de piedra, más confiado le comento de Eloy, de la película recién estrenada en Santiago -“No me gusta” -replicó Droguett-. “Hay que filmarla de nuevo. Fílmela usted”. No es una invitación, mas parece una orden. Yo le explico (recién he terminado de rodar El Chacal de Nahueltoro) que no puedo. Eloy es una película honesta, digna, le digo. Pero él no me escucha. El Águila ya voló y está en la cima de la cordillera. Me habla desde lejos, muy lejos. Hablaré con Bergman, espeta y a grandes pasos se aleja de las puertas del Canal, alejándose por Inés Matte Urrejola (antigua fábrica de zapatos donde estaban las instalaciones del Canal 9). Yo me quedo en la puerta mientras su figura se aleja hacia un Santiago en brumas.
2.- Interior/exterior. Ciudad de México. Calle Fuego 100.
Muchos años después, frente a Gabriel García Márquez, quién termina de escribir en su nueva computadora Apple la última frase del día, le pregunto: ¿has leído a Droguett? Sí, me responde, “gran autor de un solo libro… Eloy. Y dice de memoria “Todo estaría bien si demora más la noche…” y agrega rompiendo la pausa “Quizás esté lloviendo mañana”.
-Y “Patas de perro” y “Sesenta muertos en la escalera” replico atropelladamente. Pero el Gabo ya está lejos. Gran plano general de su ordenado estudio. Lo vemos limpiando cuidadosamente un disco que ha extraído de una de las estanterías y luego va hacia un tocadiscos, lo acciona y coloca el Long Play. “Dicen que la distancia es el olvido”, la voz melancólica de Lucho Gatica se apodera del espacio, lo fragmenta y nos conduce por otros afanes de la vida. “Pero yo no concibo esa razón…” tararea Gabo y el mago baila sus antiguos boleros, se dirige hacia la puerta que da al jardín y su figura de bailarín de mambos se pierde entre los agapantos, los geranios y las rosas amarillas de su suerte.
Más tarde camino hacia mi casa, cae una suave lluvia que aumenta al pasar por la plaza Coayacan. “Aquí estoy dice Eloy pegando su rostro en la tierra. Aquí estoy… Eloy está aquí…No me gusta el silencio -El silencio es solapado y traicionero”. Camino bajo la lluvia que arrecia, frente a mí cruzan los paraguas negros como si fueran fusiles. Apuro el paso. “No cualquiera puede elegir una buena muerte… no cualquiera muere peleando piensa el hombre sitiado por los policías y uniformados que en forma inexorable avanzan para matarlo, cerrando el círculo de la muerte…” Esto es lo mejor que se ha escrito en Chile me había dicho Patricio Manns en la sala de prensa del Canal 9 en Huérfanos 117 en 1962. Ahora entro en mi casa en México en calle Corredores, busco ente los pocos libros rescatados de Chile en las prisas del Golpe y en los apuros del exilio. Allí estaba esperándome “Sesenta muertos en la escalera” la novela escrita por Droguett cuando tenía 26 años y ya era con cara de águila reportero policial de un diario de la tarde. La visión de los muertos en las escaleras del edificio del Seguro Obrero penetra en su memoria marcándola para siempre… La vida y la muerte, en segundos de ráfagas los sesenta jóvenes con las manos alzadas cayendo sobre las escaleras teñidas ahora por su sangre… ¡MATENLOS EN CALIENTE! Dicen que dijo Alessandri, que se limpió después las manos en la banda de tres colores. Y en caliente se cumplió la orden del presidente y nuevamente la sangre empapó los manuscritos de los historiadores que solo registraron el número de muertos. Pero él escuchó sus pensamientos, los susurros, sus últimas imágenes. Sí, Droguett estuvo allí y escuchó los latigazos de la muerte en caliente y dejó el testimonio para siempre. “Muertos todos los revoltosos” se leyó en la portada de un diario de la tarde. Eso hubiera sido a no ser por Droguett que allí estaba; iconoclasta y rebelde, rescribiendo la historia y dejándola –como una vieja amante- marcada para siempre.
3.- Barcelona. Sin cámaras. Años después.
Mi amigo Basilio Baltasar, jefe de la Editorial Seix Barral, me visita en el Estudio donde edito la película que acabo de terminar en la Patagonia, “Tierra del Fuego” basada en la novela de Francisco Coloane con guion escrito por Luis Sepúlveda y la colaboración del gran Tonnino Guerra (Amarcord de Fellini entre otras obras maestras). Le muestro imágenes del film a mi distinguido amigo.
Basilio observa subyugado las imágenes y las elogia generosamente. Basilio Baltasar es un intelectual de gran prestancia, fino y elegante, conoce mejor que nadie la literatura y está al tanto de lo que ocurre en Chile.
-Te he traído un regalo, me dice mientras caminamos por el paseo de Gracia en busca de un bar que nos cobije del frío de la noche- Basilio extrae de los bolsillos de su impermeable un pequeño y delgado cuadernillo de color verde pálido. En la portada se puede leer escrito en letras negras “Matar a los viejos” Carlos Droguett. –Solo pudimos publicar el primer capítulo, me explica mi amigo. La novela no se pudo publicar debido a la dedicatoria que Droguett se rehusó a quitarla pese a la solicitud de la editorial que consideró que podría acarrearle problemas jurídicos. –Este capítulo lo imprimimos en una pequeña edición y es de circulación privada. Agradezco su gesto y guardo el delgado fascículo entre mis libros y papeles. Más tarde en mi departamento enciendo la luz y leo con avidez el libro.
…Pinochet está preso en una jaula, el Dictador tiene las uñas largas y sucias en realidad son pezuñas de bestia, las gentes se burlan de él y le lanzan desperdicios que traspasan los barrotes.
Son los días del arresto de Pinochet en Londres pero la novela de Droguett fue escrita …¿diez, quince, veinte años antes?… Droguett el profeta se anticipa a los hechos y escribe con furia golpeando con martillazos la conciencia, apresándola con círculos de acero ardiendo; Droguett no escribe, esculpe en la memoria, es el pasado, el presente, el futuro configurando todas las voces en un solo que se abre como el réquiem de Mozart que extiende el dolor que busca en los días de ayer que son el hoy de la imagen difusa del país que a lo largo de los malditos años se ha convertido en desvelada postal fotográfica en blanco y negro que llora herida en el costado.
Droguett no tiene compasión ni con lo que cuenta ni con el lector, ni consigo mismo; es devastador y cruel, el desgarro es físico y va más allá de Faulkner y más allá de Joyce. Él es tosco, rural, un águila que vuela entre los peñascos de la montaña, su palabra es sacramental, son los lamentos de Job gritados desde lo más alto de la cordillera para ensordecer al mismo Dios y a toda la corte celestial, palabras amargas que reconstruyen el idioma y remecen al país pusilánime y genuflexo, que él fustiga con ira religiosa. Es la violencia verbal de su amigo Pablo de Rokha, ciegos precipitándose al abismo, ¿cómo explicar la condición humana del chileno? ¿su furia y la pasión sin límites, el descontento perenne, la furia y el odio?
Entiendo la furia, pero de dónde viene el odio. Es bíblico.
Droguett es como el carbón de piedra que impulsa locomotoras cósmicas pintadas por Matta, su palabra es dura y amarga como las hierbas salvajes que crecen en los campos, como las aguas oscuras que bajan furiosas en los inviernos desde la deslumbrante cordillera que se tornan sombrías cuando llegan a los ríos, esteros y canales, y -entonces- se convierten en lágrimas de piedra horadando los rostros de las madres que aún buscan a sus hijos desaparecidos; la historia del odio son los ojos rotos por los fusiles asesinos, son las cuencas vacías, allí donde debían brillar de entusiasmo y hoy es la amargura.
Esta es la historia de un país señalado por Droguett que camina sostenido por las patas escuálidas de un niño con patas de perro y que a pesar de todo tiene que caminar.
“A Salvador Allende, asesinado el 11 de sep. De 1973 por Augusto Pinochet Ugarte, José Toribio Merino Castro, Gustavo Leigh Guzmán y Cesar Mendoza Durán”.
Así era la dedicatoria que Carlos Droguett se negó a borrar.