Escritor del Mes

EL RANGO DE LA POESÍA EN JULIO BARRENECHEA

El poeta Julio Barrenechea, Santiago 1910-1979, Premio Nacional de Literatura en 1960, fue un personaje multifacético, como puede observarse a lo largo de su vida. Se destacó como un gran orador ya en su época de presidente de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile (1930) y, más tarde, como diplomático (embajador en Colombia y en la India), diputado por Temuco, presidente de la sociedad de Escritores de Chile, miembro de la Academia Chilena de la Lengua. En medio de esas actividades, realizadas en diferentes etapas de su vida, dio a la luz un número importante de libros, entre ellos varios de poesías que son los que aquí nos interesan. Cabe, entonces, partir preguntándonos cómo es esa poesía, qué aspectos la caracterizan y cómo esta se inscribe en relación con la de otros poetas de su tiempo y entorno cultural; y finalmente cómo la leemos en el día de hoy.

La obra poética de Julio Barrenechea se produce y da a conocer entre las décadas del 30 y 70 del siglo XX. Época de gran riqueza para la poesía lírica, sobre todo en sus primeros años, como también en los inmediatamente anteriores a estos, tanto en Chile como en gran parte de Hispanoamérica y España. Conviene recordar, aunque sea de paso, que desde el Modernismo en adelante, tal lo señaló Octavio Paz, somos contemporáneos de todos los hombres; por lo menos en este campo de la creación poética, habría que acotar. De modo que quienes se relacionan con el mundo de la poesía, sean creadores o simplemente lectores, también conocen, en una buena medida lo que se está haciendo más allá del propio terruño. Se trata de una época en que se produce una poesía de alto nivel, rica y variada. Limitándonos al caso chileno, la poesía de Gabriela Mistral, Vicente Huidobro, Pablo Neruda, Pablo de Rokha, Rosamel del Valle, Humberto Díaz Casanueva, Eduardo Anguita, Gonzalo Rojas, Nicanor Parra y tantos otros y otras poetas que Julio Barrenechea seguramente leyó. Cada uno de estos construyó una obra con características singulares pero que tienen algo que está presente en todos ellos: una innegable trascendencia, dada por la profundidad presente en los temas que abordan. Incluso,  como en el caso de Nicanor Parra, solo cuatro años menor que Barrenechea, y que en su antipoesía se propone no trascender, nunca elude adentrarse en el meollo de la existencia humana, aunque su discurso parezca intrascendente, irónico y hasta socarrón; al contrario, este es su camino para llegar alegremente al fondo de la cosa. El lector encuentra lo profundo y trascendente en estos autores citados. Algo que en el caso de la obra de Julio Barrenechea es muy difícil de hallar, a despecho de que obtuviera el Premio Nacional de Literatura en 1960 y que, en 1978, se lo hubiera candidateado nada menos que para el Premio Cervantes, claro que en esa fecha nuestro país padecía el llamado apagón cultural y, en 1973, nuestro poeta había justificado el golpe cívico militar que derrocó al presidente Salvador Allende.

Leer la poesía de Julio Barrenechea en 2022 nos lleva a pensar que para este escritor el oficio poético, si bien es permanente a lo largo de su vida, no era lo que más lo desvelaba. Desde El mitin de las mariposas (1930) hasta Poema de Colombia y el ser (1977) pasando por Sol de la India (1969), vemos una poesía que no ambiciona un gran vuelo como si quisiera mantenerla distante de toda pretensión de hincarle en ella el diente a la existencia del ser o a las circunstancias que lo rodean o habitan y se conformara con nombrarlo como si el fuera un paseante que toma ligeros apuntes en ese recorrido que es la vida: “Cae la galería de mi casa/ la monótona gotera de mis trancos” (El mitin…), “En los jardines del palacio/ decorado de líneas puras/donde esparcen los prados verdes/ su más delicada pintura” (Sol de …), “Gala de la devoción/ni despacio ni ligero. /Miren en la procesión/ a la negra del sahumerio” (Poema de Colombia…).

El crítico Hernán Díaz Arrieta, Alone, llama a Julio Barrenechea “príncipe del tono menor” cuando en 1975 aparece la antología Voz reunida. En ese mismo volumen, el propio poeta recuerda que en su primer libro, lo pintoresco es deudor de los runrunistas, que se opusieron a hablar con voz grave y trascendental (véase la biografía sobre este escritor, Contra mi voluntad, de Miguel Laborde, 2002). La pregunta para nosotros sigue siendo si todo aquello más que el resultado de una poética asumida, que en gran medida se mantuvo a lo largo del tiempo, se debe al hecho de que la poesía, que aún dándosele a Barrenechea con evidente facilidad, no le nacía sintiendo que esta era su más alta prioridad; su destino en el mundo, como suele serlo para los poetas aunque tengan que ganarse el sustento en otras actividades. Nos da la impresión de que en Julio Barrenechea importa mucho más ser un hombre público que ser poeta; para él, esto último pareciera ser parte del decorado (no hay que olvidarse que en su época ser poeta era algo más prestigioso que ahora). Esa vida pública, a la que sospechamos le pone toda el alma, tiene, por lo demás, momentos muy honrosos –entre otros: su lucha contra la dictadura de Ibáñez, el renunciar a la Embajada de Colombia cuando González Videla le ordena entregar a un perseguido– y otros más vergonzantes, sobre todo en los últimos años de su vida que coinciden con los primeros de la larga dictadura de Pinochet. Como sea, queremos terminar subrayando que no hacemos una afirmación rotunda al decir que la poca enjundia que se aprecia en sus versos más que a una postura estética se debe a que, para él, la poesía nunca llegó a ser lo primordial. Lo planteamos como una hipótesis que requiere una investigación mayor.

Sergio Infante Reñasco

Santiago, 27 de febrero de 2022

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