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«El diablo a pata y otras historias», de Rubén González Lefno

Creo que es preciso destacar cómo en cada cuento —aún cuando sea este de índole preeminentemente infantil —se introduce, a veces sutilmente, y otras forma categórica, como un golpe seco cuyo eco no termina, la esfera política y social que conformaba el vivir dentro del sistema de vida de los fundos y el aserradero.

Por M. Isabel Martínez Bahamondes


En este libro de diez cuentos (Eutopía Ediciones 2019), divididos en tres secciones – De niños, De sombras y De risas – el escritor valdiviano, alternando un potente narrador entre omnisciente y, sobre todo, objetivo, desarrolla una inmersión en la que se ve envuelto el lector; un pacto que, cuando es aceptado, lleva hacia paisajes y épocas ya ajenas para muchos de los que existimos en esta insalvable selva de la modernidad, el cemento y la centralización de todo, incluso de la memoria histórica que radica en nuestros territorios. Esta memoria indeleblemente espacial, socialmente activa, conforma firmemente la atmósfera que Rubén González Lefnoha construido en publicaciones anteriores, como “Neltume el vuelo quebrado”, “La montaña rebelde” y “Lo llamaban Comandante Pepe”, en donde narra acontecimientos que movieron los cimientos de todo el país desde la experiencia vivida por hombres y familias en la pre – cordillera del lluvioso sur, mostrándonos con ello las vivas e imponentes imágenes de las selvas y los cerros, el lago, la madera y la montaña, la cotidianeidad de los trabajadores y la vida en los fundos y aserraderos. El escritor también nos muestra la alteración de esa cotidianeidad: primeramente por una esperanza resiliente en pos de condiciones mejores para todos los pobladores, junto a una naciente confianza en el devenir, en un sentimiento de comunidad que sacaba lo mejor de cada individuo, para luego pasar desgarradoramente a la rabia y el dolor, el miedo y el enfrentamiento ante fuerzas, como siempre en la triste historia que llevamos en nuestras médulas, horrorosamente violentas y sedientas de sangre contra el pueblo.

Como bien dice el nombre de cada segmento, los primeros tres cuentos son protagonizados por niños, que conjugan su vida y sus juegos con las sorpresas de un territorio imponente, cruzado también por las experiencias vividas y situaciones que tuvieron lugar allí. Estos niños resignifican rápidamente – al no entender del todo – los recuerdos y momentos de los que, de alguna u otra forma, se hacen partícipes u observadores, en un diálogo entre el presente y el pasado reciente, a través de numerosos flashbacks (recuerdos) que el narrador trae a nuestra disposición, para así construir en la mente del lector una atmósfera narrativa que, potenciada por un lenguaje rico en imágenes acústicas, atrapa al lector desde el primer cuento. Así, en El cazador de cantabrias, el autor nos introduce al protagonista, Tohá, a través de un bello párrafo en el que se deja entrever, en un acto que trascenderá a cada cuento, cómo se desarrolla desde la narración una perspectiva que pertenece sólidamente a cada personaje, sin que exista un matiz unilateral, o sin que el narrador absorba, mejor dicho, las distintas voces que integran el universo narrativo de la obra: “Cada día transcurría idéntico al anterior. Su jornada nacía cuando la madre lo despertaba para que fuera hasta el estero a lavarse las manos y la cara, cual rito invariable que a sus cinco años de edad le resultaba molesto, sobre todo cuando se encontraba en medio de algún sueño en el cual se veía en la profundidad de la selva, dispuesto a todo, comenzando por dar órdenes al viento para provocar la danza suave de los árboles” (p. 13).

Creo que es preciso destacar cómo en cada cuento —aún cuando sea este de índole preeminentemente infantil —se introduce, a veces sutilmente, y otras forma categórica, como un golpe seco cuyo eco no termina, la esfera política y social que conformaba el vivir dentro del sistema de vida de los fundos y el aserradero. En Los barquitos, por ejemplo, mientras Pablito (niño protagonista) escuchaba una conversación de los adultos sobre las armas que pudieron haber escondido los jóvenes revolucionarios en los alrededores, en su gran imaginación transformaba y cultivaba la historia en una aventura de niños, cuajada de peligros que sortean exitosos, influenciado por lo que veía en televisión y las historias que contaban sus amiguitos. Así, buscan acción entre el estero y la espesura del imponente bosque cordillerano; encontrando finalmente, en efecto, las armas de las que sus padres hablaban, sin ser consciente de lo que en efecto eran.

El segundo segmento de cuentos, De sombras, toma de inmediato otro tono, siendo inundando el texto por una nueva atmósfera narrativa – canalizada sobre todo a través del tipo de lenguaje que conforma las distintas imágenes acústicas que se nos van presentando – esta vez más densa, helada y húmeda, enredado al lector y haciéndolo un observador pasivo dentro de un ambiente que lo tensiona y lo mantiene expectante a cada momento. Desde un presente narrativo situado en los acontecimientos históricos ocurridos en esos parajes (tomas de fundos, Complejo Maderero Panguipulli, el golpe de Estado, el asalto al retén de Neltume y la presencia de sus verdugos en las lluviosas montañas del sur, llegados sobre todo por lo que ocurría en el Complejo) el autor, a partir de personajes adultos, desarrolla historias que recorren la senda de la oralidad y situaciones entre la vida y la muerte,  comienza a trazar un mapa narrativo y espaciotemporal que sitúa sobre nuestra región, conectando territorios y testimonios, posicionando lo abstracto sobre lo tangible, cubriéndolo con ello de lo que fue realmente esa realidad. Podemos visualizar así, por ejemplo, la magnitud de lo que fue la organización de los trabajadores a lo largo de los fundos que circundan los lagos y montañas, a pesar de las distancias espaciales y la dureza del clima de nuestra zona.

No puedo pasar a la siguiente sección sin hablar de un cuento que, sin duda, es inexorablemente ineludible: El mesón, el polígono. Mientras que en las demás historias el autor nos sitúa en la vida rural, el protagonista de este cuento viene desde la ciudad y desde la atención de una tienda en Valdivia, deseoso de trabajar en el Complejo Maderero. Se integra en la comunidad y comienza a militar en el partido, sin dejar de descuidar a su familia en Valdivia. Así, en un juego metafórico que finalmente resulta desgarrador para el lector, se va viendo cómo este personaje cae, al igual que el resto de sus compañeros, en el sino que trágicamente nos adelantó el título: pasa del mesón de la tienda, al polígono de tiro…

Finalmente, el último segmento del libro corresponde a tres cuentos, en una conjunción de personajes e historias compuestas por situaciones más livianas, incluso hilarantes, en donde predominan los sentimientos de camaradería y fraternidad que unían a los habitantes y trabajadores de la comunidad. Creo, en ese sentido, que podemos también realizar una segunda lectura a estas historias, ya que, sobre todo a través de la cotidianeidad entendida en las simplezas que se narran, podemos visualizar cómo los distintos personajes viven, primeramente dentro de un periodo histórico sumamente álgido, y sin embargo, cómo, a su vez, toman en sus manos el poder y hacen historia… y ese sentimiento trasciende la narración, la palabra escrita, incluso el libro como objeto y materialidad concreta: cala en los huesos, retomando la memoria en nuestros surcos corporales y territoriales que nos conectan con los espacios.

Sin duda alguna, el libro de Rubén González Lefnoenriquece la constitución de la identidad regional, al utilizar la amplitud de la narrativa para intentar combatir, por medio de las líneas de fuga y reterritorialización que se desplazan por nuestro gran rizoma social/espacial, una de las afecciones más terribles que aquejan a nuestra sociedad, y que por suerte ha entrado en crisis: el olvido y la pérdida de la memoria histórica y social, reconstituyendo así nuestras identidades regionales, territoriales e idiosincráticas.

De igual forma, desde mi disciplina, no puedo sino pensar las posibilidades pedagógicas que permite este libro dentro del aula, y no solo en el área de literatura, por supuesto; es nuestro deber como docentes incorporar la interdisciplinariedad para poder contextualizar mejor nuestros contenidos y así agenciar mejores aprendizajes, y ¿qué mejor, entonces, que unos cuentos con los que los estudiantes puedan ampliar su visión histórica, y comprender de mejor manera los procesos que han surcado el territorio en que vivimos, incluso aquellas cicatrices aún abiertas que la historia oficial pretende enterrar? ¿Qué mejor que construir nuestro devenir histórico, posicionar nuestra identidad desde nuestra propia historia, sin centralismos ni eufemismos? Es labor de todos nosotros, que felizmente nuestro escritor ha tomado como parte de su lucha.

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