Antes de Hijo de ladrón: el cronista Manuel Rojas en revista Claridad
Por Victoria Ramírez Llera
En marzo se cumplieron 50 años del deceso del escritor Manuel Rojas, cuya narrativa cambiaría el rumbo de la novela chilena con una obra titulada, en primera instancia, Tiempo irremediable, que luego el mundo conocería como Hijo de ladrón. No obstante, décadas atrás, el chileno nacido en Buenos Aires en 1896 ya ocupaba un espacio entre las letras nacionales: pertenecía al célebre grupo de Los Diez y escribía ocasionalmente para publicaciones locales. En 1922, un joven Manuel Rojas se hacía merecedor del segundo premio en la revista bonaerense La Montaña, con el cuento La laguna, un hito que terminaría por delinear su vocación literaria. Asimismo, tras la inesperada muerte de su esposa, María Luisa Baeza, publicó el poema Deshecha rosa, que apareció por primera vez en la revista Babel.
Entre ambos hitos de su carrera escritural, una de las revistas más señeras en las que Rojas publicó fue Claridad. En algunas de sus páginas, el autor consignó crónicas y relatos que ya permitían entrever su exquisito manejo del lenguaje y la preocupación por los temas que marcaron a la sociedad de entonces, que posteriormente traduciría con tanta genialidad a la ficción. Comenzaba a asomarse el escritor que le daría un nuevo enfoque a la novela chilena, descartando adherir a las corrientes criollista o naturalista predominantes entonces, para centrarse en una escritura en la que el desarrollo de los personajes, la complejidad de sus perfiles psicológicos y recursos narrativos como el monólogo interior iban a replantear las estructuras a las que entonces estaba acostumbrado el género.
Compartimos acá dos fragmentos de las publicaciones de Manuel Rojas en revista Claridad, enviados desde las ciudades de Mendoza y Córdoba, luego de una expedición a pie por la cordillera de Los Andes.
IMPRESIONES DE VIAJE
Mendoza – papelitos
(Fragmento)
Día de sol, paseo mi cansancio por esta ciudad desconocida ahora para mí. El deseo de intimar con alguien me hace detenerme en las esquinas o ambular por las calles, buscando entre los que pasan algún rostro conocido para mis recuerdos de la adolescencia. Nadie, en esta ciudad, donde hace tantos años mi espíritu encontró la palabra que lo llenó para siempre, ninguno se para ante mi paso y abre los brazos con una exclamación de asombro o de cariño. Señores que van a sus negocios, obreros desocupados que conversan al sol, comerciantes españoles que comentan cualquier cosa. Nada. Ni siquiera una frase que pronunciada a mi lado traiga un dulce calor de afinidad para mi corazón. Me dan deseos de pararme y decir: compañero —pero el temor al ridículo me contiene.
¿Habrá sido desterrado el ensueño de esta ciudad?
Me paro en los escaparates. Joyas, libros, azúcar, géneros. ¡Bah! Oigo gritar a los vendedores de diarios. Hojas burguesas. La paz universal, la nueva pelea de Dempsey, la conferencia de no sé dónde, etc., etc. ¡Buenas puñaladas les dan a todos ellos!
De repente, ¡zas! Un golpe al corazón. En una esquina hay un papelito blanco pegado en la pared. ¿Es un anuncio comercial? No, compañeros. Es un dulce papelito que me hace respirar y sonreír. Es un llamado a los afiliados a la Internacional de Moscú a un mitin. Gozo leyendo y releyendo aquel papel, desde el título hasta el pie de imprenta que dice: Imprenta La Lucha.
¡Por fin!
Puedes leer el texto completo en el siguiente enlace:
BND Visor : Claridad: año 1, número 28, 6 de agosto de 1921 (bibliotecanacionaldigital.gob.cl)
Córdoba, la mística
(Fragmento)
Córdoba es una hermosa ciudad argentina, hundida entre serranías. Un cielo azul y un aire puro y fino, en busca del cual vienen desde lejanas tierras los tísicos, hacen de esta provincia el refugio de mucha gente. Además, la capital, gracias a la universidad, tiene un aspecto juvenil, interesante y nuevo siempre. El sol, un sol claro y limpio, doró esta ciudad central con su fuego diario.
Durante mucho tiempo, Córdoba tuvo fama de mística. Llena de iglesias, los campanarios dan a su paisaje un aire de suave misticismo. La universidad prestaba a ese aire místico en tono de doctora de gravedad. Y la gente vivía, como en las antiguas ciudades españolas, en un ambiente de silencio y religiosidad.
Sin embargo, la universidad que le dio en otro tiempo un aspecto de gravedad fue casi la primera que rompió el silencio, echando a la calle a una juventud que llenó ese ambiente con sus gritos nuevos.
Alguien debió traer, desde otras ciudades, una palabra que cambió los corazones y los espíritus. La palabra corrió de boca en boca, refrescó las sienes inclinadas sobre el libro o la labor manual, agitó los nervios con un deseo nuevo y una mañana la mística, arcaica y docta Córdoba amaneció con una palabra roja clavada en el corazón. Desapareció el silencio y las calles se llenaron de palabras jóvenes. El estudiante se juntó con el obrero y las flechas de los campanarios religiosos, finamente recortadas sobre el azul cielo cordobés, vieron con asombro que las gentes levantaban la cabeza y pensaban en algo que no habían pensado nunca.
Las palabras se transformaron en hechos. Al mitin sucedió la huelga y a la huelga la acción. Córdoba la mística había sido inundada por un viento preñado de pensamientos nuevos.
Puedes leer el texto completo en el siguiente enlace:
BND Visor : Claridad: año 1, número 37, 8 de octubre de 1921 (bibliotecanacionaldigital.gob.cl)