ANDRÉS SABELLA, EL MAESTRO DEL NORTE GRANDE
Tuve al agrado y el honor de conocer a Andrés Sabella en mayo de 1981, con ocasión de la entrega de premios y menciones del V Certamen de Literatura, género Poesía, en el que figuré al lado de -entonces- jóvenes poetas. El primer premio correspondió a Paulina Cors Cruzat, por “Cuatro versos de adiós para Raimunda”; el segundo distinguió a nuestro amigo Eduardo Llanos Melussa; el tercero a Mollie Perea Guzmán. En las menciones honrosas estuvimos Carlos Alberto Trujillo, Modesto Parera y este cronista.
Fue una circunstancia grata y especial que permitió a algunos de nosotros conocer personalmente al maestro, a quien fuimos a visitar a su casa, donde nos recibió con su habitual bonhomía y esa especial generosidad que profesaba a quienes comenzaban a incursionar en el mundo de las letras chilenas. A la hora vespertina, contrariando las prescripciones médicas y las normas conyugales de cuidado, sacamos de su casa a don Andrés y contribuimos, de manera entusiasta e irresponsable, a que transgrediera la dieta de bebestibles. No es preciso detallar ni menos transcribir el discurso conminatorio y la reprimenda verbal de su indignada esposa, de pie en el umbral, impidiéndonos el paso, mientras Andrés se escurría al interior, como un niño a quien han suspendido en la escuela. Ni siquiera me di por aludido, mientras aseguraba mi mochila con los libros del maestro, obsequiados con sendas dedicatorias. Aún los conservo en mi biblioteca.
Entre ellos, Norte Grande, entrañable novela realista de contenido social, que ofrece una serie de vívidos personajes, la mayoría de ellas y ellos forjados por el rigor de la pampa y la dureza de las condiciones laborales, tanto para los modestos pirquineros como para los obreros de las salitreras. En todo caso, como se ha dicho, el gran personaje de esta narración es la pampa misma, un sujeto telúrico y mineral que ejerce una suerte de silencioso y avasallador dominio sobre los seres que la habitan, acechándoles siempre con el miedo y el peligro de sus insondables derroteros.
Andrés Sabella nació en su amada Antofagasta, el 13 de diciembre de 1912 y levó anclas, como a él le gustaba decir, anticipándose a la última travesía, el 29 de agosto de 1989. Acerca de ese día infausto, que fue martes, pasado el mediodía, contaré un extraño suceso que, para los compañeros escritores y para mí, reunidos a las 13:00 horas en la sala de la Comisión de Cultura, carece de una explicación racional.
Andrés Sabella amaba su tierra natal y esa pampa que solía recorrer, como ávido periodista y narrador, como el poeta que también fue. He aquí un bello y breve testimonio, expresado en su cuidada caligrafía:
Sabella, Andrés, 1912-1989. [Vagando por estos cerros…] [manuscrito] Andrés Sabella. Archivo del Escritor. Disponible en Biblioteca Nacional Digital de Chile http://www.bibliotecanacionaldigital.gob.cl/bnd/623/w3-article-346529.html . Accedido en 24-07-2021.
De la Memoria Chilena, de la Biblioteca Nacional de Chile obtenemos la información para acometer una corta reseña.
Andrés Sabella se trasladó a Santiago, para estudiar derecho en la Universidad de Chile, carrera que no concluyó. Sin embargo, durante nueve años fue ayudante en la cátedra de Derecho del Trabajo. Permaneció más de dos décadas en la capital, integrándose a la intensa bohemia literaria que caracterizó a la mayoría de los miembros de la brillante Generación del 38. Entre ellos, Diego Muñoz, Pablo Neruda, Oreste Plath, Alberto Rojas Jiménez y Alberto Valdivia. Su amor por el mar lo llevó a inscribirse en la Hermandad de la Costa, cofradía de viejos lobos de mar, donde alcanzó el grado máximo de Capitán Nacional. Aunque todo indica que prefirió, como su amigo Pablo Neruda, ser “marinero en tierra”. No obstante, el Caleuche, barco mítico chilote, constituyó tópico de varios artículos suyos.
Colaboró asiduamente en revistas y diarios del país, siendo colaborador constante, durante más de cuarenta años, del diario Las Últimas Noticias de Santiago. Dirigió la revista “Mástil” de la Escuela de Derecho. Desde 1933 editó los Cuadernos de Poesía Hacia, publicación fundamental en la difusión de la literatura nacional. En ella inició, además, una importante labor como dibujante; actividad que mantuvo durante toda su vida. En ese medio, de acceso gratuito y amplia difusión en nuestro ámbito literario, el maestro Sabella ofrecía sus hojas volanderas a bisoños escritores y escritoras.
En 1930 publicó Rumbo indeciso, su primer libro de poemas. Años más tarde ingresó al Partido Comunista y en 1937 fue uno de los fundadores de la Alianza de Intelectuales contra el Fascismo, entidad que tuvo una participación relevante en la lucha de la intelectualidad y de organizaciones civiles en contra del fascismo que extendía su garra en la llamada “Guerra Civil Española” (1936-1939). Gran parte de su producción literaria contiene una fuerte denuncia social. Exaltó figuras como las de Luis Emilio Recabarren y la de José Domingo Gómez Rojas, poeta estudiante encarcelado y muerto en 1920.
Otro aspecto significativo en su obra, celebrado con entusiasmo por Gabriela Mistral, es su poesía para niños, difícil género en que alcanza armonía, originalidad y juego lingüístico, con títulos como Canciones para que el mar juegue con nosotros, Chile, fértil provincia y Cetro de bufón. En 1978, fue designado Miembro Correspondiente de la Academia Chilena de la Lengua. Es uno de los ilustres ausentes del Premio Nacional de Literatura.
La Sociedad de Escritores de Chile le rinde merecido homenaje, en la conmemoración de su partida al eterno Parnaso, y llama a recordarle de la mejor manera posible para un escritor: invitándonos a disfrutar su rica obra. A través de ella conoceremos mejor la realidad del hombre pampino y la historia de nuestro país en la primera mitad del siglo XX, sus luchas sociales y la porfiada esperanza.
Ahora, el cronista se permite relatar el suceso que le conmovió, junto a queridos compañeros de oficio, aquel martes 29 de agosto de 1989.
Estábamos reunidos en la Comisión de Cultura, Poli Délano, Carlos Lira, Salvattori Coppola, Héctor Pinochet Ciudad, Emilio Oviedo, Carlos Mellado, y un servidor. De súbito, nos sobresaltó un estruendo de vidrios quebrados y un golpe seco que remeció la ventana. Era en la cocina de la Casa del Escritor, bajo nuestros pies, por así decirlo. Descendimos al primer piso y nos topamos con doña Mina, la diligente administradora de viandas y bebestibles, que venía desde sus habitaciones, con expresión asustada, premunida de la llave del recinto, para abrir el candado de la puerta. Abrió y encendió los fluorescentes. Quedamos pasmados. La cocina estaba en perfecto orden, ni un vaso se había caído. El estruendo fue mayúsculo, para provenir de una casa vecina…
Regresamos en silencio para proseguir la reunión. A la una y media de la tarde sonó el teléfono. Respondí. Era una llamada desde nuestra filial de Antofagasta; nos comunicaban la triste noticia del fallecimiento, ocurrido minutos antes, de Andrés Sabella. Permanecimos un rato en silencio, consternados. Poli Délano, con su habitual media sonrisa cargada de ironía, sentenció:
-Ha sido el último zafarrancho con el que vino a despedirse Andrés Sabella… Brindemos por él.
Nos pusimos de pie y brindamos, como audaces marineros en tierra.
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Edmundo Moure
Julio 24, 2021