Ana María Guiraldes, la escritora del mes en la SECH
Por Fernando Arabuena
Afuera llueve. Llueve frente a un ciruelo desnudo. Y parafraseando a George Berkeley, la sustancia material ya no existe en el azotar del agua y todas las cosas son solo ideas percibidas por la mente que merodean al sujeto cognoscente.
Así, según el filósofo, la naturaleza pierde la existencia independiente. Y es en ese preciso instante descrito por Berkeley, cuando el mundo de una niña se vuelca en su primer poema:
“llueve seda,
y el cielo desarma su tejido oscuro”
(Ana María Guiraldes)
De esta manera la escritora Ana María Guiraldes desenvuelve su constructivismo ontológico, visión fantástica que la lleva a escribir la compleja literatura infantil desde la fluidez de su constante reencuentro.
Porque en palabras de la poeta y escritora, la literatura infantil se debe escribir desde el niño y no desde una sintaxis y semántica que imposta esa esquiva y delicada impronta primigenia.
La poesía y la escritura son unívocas y no multívocas nos dice la escritora, entregando de esta manera un mundo sugerido en textos e imágenes que te llevan a lo largo y ancho de tus propios confines.
Ana María Güiraldes se interesó desde muy pequeña por todo tipo de lecturas, desde las más tradicionales hasta las de aventuras. Estudió pedagogía en castellano en la Universidad Católica de Chile, aunque se ha dedicado principalmente a la literatura infantil, donde su agudo humor absurdo nos muestra desde un pollo disléxico que no puede decir pío, sino poi; hasta una bruja que se opera la nariz y luego se arrepiente porque termina parecida a un hada.
En 1980 escribe en el suplemento infantil de El Mercurio llamado Pocas Pecas y publica su primer libro El sueño de María Soledad en 1979. En 1983 publica su novela juvenil El nudo movedizo, ganadora del Premio Municipal de Literatura.
Entre sus principales obras están: La ratita Marita (1985), La lombriz resfriada (1985), Animales, animalitos y animalotes (1987), El mono buenmozo y otros cuentos (1987), La pata patana y otros cuentos (1990), Mariano Isla (1990), El castillo negro en el desierto (1992), Bonifacio, Eufrasio y Nicasio (1993) y El violinista de los brazos largos (1994).
En 1992 publica la novela Un embrujo de cinco siglos, por la que ingresa a la Lista de Honor del IBBY.
También ha incursionado en el género policial y de misterio, publicando Trece casos misteriosos (1990) y Querido fantasma (1992). Dentro de esta vertiente, publica una serie de novelas juveniles, protagonizadas por un personaje adolescente, llamado Emilia.
Disfrutemos algo de la obra de Ana María Guiraldes: La escritora del mes de la SECH.
MI CIRUELO
(Ana María Guiraldes. Ilustraciones de Florencia Olivos)
A los nueve años yo tenía un ciruelo que me daba poderes mágicos. Todos los días trepaba por su tronco con una bolsita y llevaba dos manzanas y un libro. Me instalaba en una rama gruesa y curva. Que era mi asiento, abría el libro, daba grunch un mordisco, y empezaba una fiesta en mi imaginación.
Me convertía en una princesa que se casaba con un príncipe azul, en un dragón guardián de un puente levadizo, en un pato patuleco y feo, en un sastre muy valiente, en un gigante pesado y egoísta, o en un gato que usaba botas.
Cuando estaba arriba del ciruelo yo podía transformarme en lo que estaba leyendo. Un día, justo mi hermano mayor iba pasando por ahí, se me soltó una manzana a medio comer y le cayó en la cabeza. Miró enojado hacia arriba… pero vio solamente hojas y ramas.
Además, arriba del ciruelo yo era invisible. Yo era mágica en un árbol mágico. Pero llegó el invierno.
Desde mi dormitorio, con la frente pegada al vidrio, vi aparecer al viento. Se paseó por el jardín dando vueltas de carnero levantando tierra hasta que se detuvo frente al ciruelo que comenzó a agitarse como si fuera un cascabel. Las ramas se movían para detenerlo y todas las hojas que antes me saludaban pasaban volando por mi ventana hasta desaparecer. El viento de invierno ganaba la batalla: mi ciruelo estaba quedando desnudo.
Desde mi ventana pude ver la rama gruesa y curva que era mi asiento. ¡Ahora todos verían mi lugar secreto y yo dejaría de ser invisible! Por primera vez en la vida sentí un nudo en la garganta. Que al principio pensé que era otra de mis amigdalitis, pero no. Era algo muy distinto porque parecía que mi garganta quería llorar. Cuando llegó la lluvia a acompañar al viento, caminé por la casa buscando el consuelo de mi mamá. La encontré sentada en su cama escribiendo.
Puse mi mejor voz de pena:
– Mamá…
– ¿Qué mijita? – dijo sin levantar la cabeza de la hoja. Solo escribía y escribía. Entonces me vino toda la curiosidad:
– ¿Qué está escribiendo? Esta vez ella miró, dejo el lápiz a un lado y respondió muy lentamente: – Un poema. Que linda encontré la palabra poema. Como yo seguí inmóvil y con los ojos muy abiertos, mi mamá toco la cama para que me sentara junto a ella.
– ¿Y cómo se escribe un poema? – pregunté.
– Se escribe con las palabras de todos los días para decir las cosas que sentimos.
– ¿Se puede escribir sobre cualquier cosa? –quise saber.
– Sobre lo que quieras.
– ¿De la lluvia y un cuerpo por ejemplo?
– Anda a mirar la lluvia y escribe… – me dijo con cariño…
Esa misma tarde, mientras se deshacían en el cielo las nubes y caía la lluvia sobre mi ciruelo sin hojas, escribí por primera vez.
Si esta tarde de invierno mi mamá no me hubiera hablado de poesía, yo jamás habría escrito. Para eso fueron necesarios el viento y mi ciruelo. ¿Y saben? Escribí que la poesía ayuda a deshacer los nudos de la garganta.