La poesía
La sombra de un paisaje que luego desaparecerá, con un soplo, como si se tratase de una transformación alquímica.
Crónica de Antonio Arévalo
La poesía ha sido para mí, en primer lugar, un acto de autoafirmación. Quiero decir: un modo de afirmar una presencia, con independencia de cualquier aprobación y legitimación procedente de los demás. Un estar ahí por derecho propio. Pero es aquí donde interviene el inevitable acto de afirmación, el diseño de la identidad propia. Y es también entonces cuando la particularidad chilena, la memoria de un presente/pasado de ausencia, de exilio, aflora en términos de extrema concreción, diseminando el discurso de cosas que lo asemejan más a un mapa en el que están inscritos los trazos de una sufrida condición colectiva que al solitario camino de una exasperada subjetividad.
Debes añadir además todo lo que representan tus lecturas, tus vivencias, tus afinidades, tus expectativas.
Interactúo con persones que provienen de distintas realidades geográficas y sociales. Es su bagaje personal — lo que llevan consigo, sus lecturas, sus tradiciones, sus expectativas, la versatilidad en el uso de recursos impensables —, lo que realmente me fascina.
Por eso, la producción artística debe ser entendida como forma de investigación y cuerpo de conocimientos y asimismo tiene que ser legible el estado temporal y espacial del encuentro, como decía Duchamp también del juego. El juego, para mí, representa una parte fundamental, aquel juego que Cattelan llama «la dulce utopía».
Este siglo nos está haciendo convivir con todos los estados de vida y muerte conocidos. La naturaleza sucumbe bajo nuestros pasos sin que ninguno de nosotros se dé cuenta, si bien los principales artífices de esta muerte somos nosotros mismos. Y son pocos lo que lo confiesan. Y pocos lo saben. Y si lo saben, resulta «conveniente no asomarse demasiado por la ventanilla», nos decimos, continuando nuestro peregrinaje sin fin.
Despunta la llamada del poeta. La guerra la firman unos pocos y la padecen tantos. La naturaleza mejor haría huyendo de nosotros que permaneciendo bajo nuestra jurisdicción ( el estado de las cosas lo confirma, de hecho), es consciente del malestar de la contemporaneidad, pero está en la contemporaneidad.
Hay un tercer silencio literario, que es el no buscado, el de las sombras que uno está seguro de que estaban allí en el umbral y que no han llegado a ser jamás hechos tangibles. (Roberto Bolaño)
Como la hierba que clandestinamente crece en el cemento, surge el niño que hay en todos nosotros. No escribe, pero se sustrae a la escritura existente, a los modelos vigentes, permitiendo que lleguemos a convertirnos en observadores conceptuales de una nueva escritura precisa, nos alerta, sin castigarnos, conociendo los códigos de circulación, de la carretera vivida.
Las palabras se pliegan con infinita lentitud sobre sí mismas. Peter Handke)
Tomo de los artistas la sensación que tengo en el juego. Me deslizo yo también. Y esta advertencia del peligro me provoca un placer envolvente. Alertar significa amar. Custodiar. Proteger. Salvaguardar.
Mejor hacerlo con la poética del guiño, de la coma, ya que la coma incorpora y no extermina.
Acompañadme en esta fábula contemporánea. Hay tres maneras de vivir confinado: la primera, cuando uno es forzado por alguien que se siente superior y ha decidido por ti; en segundo lugar, cuando la propia persona lo decide voluntariamente; la tercera y última, cuando te obligan, sí, pero de ahí extraes un tesoro.
Los recuerdos le transitaban como las imágenes que se marchaban mientras pasaba el tren. Nada se mostraba con claridad y nitidez, todo era fugaz, pensó, observando como se alejaban los suburbios de la ciudad que desde hacía tiempo había acogido su precoz melancolía. Hubo una pausa que no llegaría a comprender, su emoción estaba a flor de piel, quizás sería mejor encontrar a alguien con quien charlar. La noche mostraba signos de buen auspicio, auguraba barriadas abismales, presagios de estrellas en conjunciones astrales, pero vistas antes.
1
En tiempos remotos, el cazador arriesgaba su vida a la hora de matar un animal. Las bestias poblaban los bosques en mayor número que los hombres y cuando se encontraban frente a frente, el hombre asumía la plena responsabilidad de una lucha mortal en la que no era difícil que se dejase la piel.
Hoy cualquier cosa es tecnológica. Y si bien criaturas salvajes van quedando menos, se crían animales encerrados en jaulas, sin un mínimo de riesgo, incluso diría que ni siquiera sin un pensamiento dirigido a ese ser vivo del que no conocemos ya ni la forma, ni el color, ni su mirada.
Nos hacen creer que entre la criatura viva, que se mueve con elegancia en busca de guarida o alimento, y esa bella prenda que luce expuesta en un escaparate no existe relación alguna. Obligado a vivir respirando un olor nauseabundo, saturado de dióxido de carbono, vapores de amoniaco, ensordecido a causa de los ininterrumpidos lamentos de sus semejantes.
Una brisa ligera le acarició el rostro, pensó que sería propicio enamorarse, ir y venir, que sería propicio morir. Una sonrisa se dibuja en sus labios. Dado que le gustaba cambiar de personaje, hacer sitio a otro e interpretarlo, pensó que era cierto que podía caminar en el aire sin tocar la superficie de la tierra. Podía respirar profundamente y elevarse y, de haberlo querido, luego descender ante el pasmo y asombro de la gente.
2
Me viene a la mente un episodio sobre el cual años atrás escribí que marcó el arte contemporáneo. Hablo del mítico «El Coyote», I like America and America likes me (en español: Me gusta América y a América le gusto yo), el resultado de una prolongada acción de Beuys en 1974 en la galería René Block de Nueva York. El artista, que llegó a bordo de una ambulancia para no pisar suelo estadounidense, pasó tres días en un espacio cerrado, y acompañado de un coyote. Paulatinamente el animal va reconociendo la presencia de Beuys y entre los dos se instaura una especie de comunicación silente, que otorga un nuevo significado a todo el contexto: el tiempo se dilata, dando cuerpo a una realidad utópica, y el lugar se convierte en algo similar a un espacio suspendido, en el cual se desarrolla un ritual.
Porque como símbolo, la muerte es el aspecto destructor de la existencia e indica lo que desaparece en la inexorable evolución de las cosas. Pero la muerte es también la que introduce los mundos desconocidos de los infiernos y de los paraísos.
Nuevos mundos visuales que todavía nos harán enamorarnos, que todavía nos harán maravillarnos.
El arrullo de esta escritura que deja a la metafísica su destino.
Deseo desarrollar mis capacidades para generar otros significados.
3
En un contexto muy diferente, Ezra Pound fue apresado por los aliados en 1945, recluido y exhibido durante días en una angosta jaula (¡1,80 x 1,90!), cerrada con barrotes por todos sus lados y expuesta a la intemperie. En aquellos días de reclusión nacieron los Cantos pisanos, su obra maestra en poesía.
Luego, al ver llegar la primera estación, pensó en su equipaje, lo miró por última vez y se dirigió a la puerta. Lo vio alejarse, nada ni nadie lo podría acercar al pasado, se dijo, mientras se desprendía de la ropa y empezaba a perderse entre las primeras sombras.
Peter Handke dice que escribir puede ser una tentativa de conquistar el mundo. Ocuparse de realidades cuya existencia ha devenido obvia en la dimensión cotidiana, tratar con ellas, por así decir, a través de la escritura y la descripción, en un lenguaje que agudice la atención para con los procesos familiares que se repiten habitualmente y ante los cuales nos hemos vuelto insensibles, todo esto significa recuperar y reapropiarse de un mundo que ya está medio olvidado, reviviéndolo mediante el instrumento de los sentidos y no solo de los sentidos de quien lo describe, sino también de aquel que está preparado leyendo a continuación la descripción.
Empecé a ordenar los libros de mi caótica biblioteca en mi casa de Sipicciano, a hojear algunas páginas, a detenerme en ciertos autores, a pensar sobre cada título, a recitar algún verso, a leer en silencio. Sucedió así a causa de mi entrada en la «cadena/condena» en la que participé a través de Facebook.
El día 23 de abril de 2020 acepté el reto de Maria Giovanna Tumino de publicar siete portadas de libros que amo (uno al día durante siete días), sin reseñas ni comentarios, tan solo las portadas. Me despertaba cada mañana pensando en el libro, en el plazo, en la persona que iba a invitar. Nada fue casual.
Cada día desafiaba a alguien más a publicar una portada.
Este periodo durante la pandemia, compuesto por siete días, siete personas, tal vez tiene mucho más valor que las lecturas online, las entrevistas, las encuestas y las retransmisiones en directo, realizados en estos más de dos meses en total confinamiento.
¿Como forma fascinante de hiedra que trepa y se extiende, como multiplicación de las ramificaciones de uno mismo o matemáticamente como algo mejor que una verdadera telaraña? Puesto que las ideas se conectan no solamente a partir de un mismo tronco o de la misma rama, sino también por concepto o forma en diferentes ramas, la imagen siguiente se presenta como la representación de estas nuevas relaciones en el seno de aquel proceso en el que las bifurcaciones se conectan en círculos concéntricos. Os he obligado a seguirme en esta «cadena/condena», por medio de la cual quise haceros cómplices de algo hermoso.
La promesa del verbo sentida cuando cae la noche y abraza la tierra con sus alas sombrías, pronunciando fragmentos de párrafos leídos hace mucho tiempo, sabiéndose culpable de velar cuando los otros duermen, ya que en tiempos de pandemia permanecerá la sombra de un paisaje que luego desaparecerá, con un soplo, como si se tratase de una transformación alquímica.
Día 1/7
Peter Handke, El mundo interior del mundo exterior del mundo interior
Invito a: Adelmo Valentini
Día 2/7
Roberto Bolaño, Nocturno de Chile
Invito a: Chiara Baldacchini
Día 3/7
Pedro Lemebel, De perlas y cicatrices
Invito a: Claudia Estelita Rodriguez P
Día 4/7
Edoardo Sanguineti, Segnalibro
Invito a: Assunta Antonini
Día 5/7
Walter Benjamin, Angelus Novus
Invito a: Salvo Girianni
Giorno 6/7
Pier Paolo Pasolini, Chavales del arroyo
Invito a: Viviana Di Bert
Giorno 7/7
Fernando Pessoa, Libro del desasosiego
Invito a: Claudia Quintieri
Antonio Arévalo
Piazza Plebiscito 13
01020 Sipicciano (VT)
Italia