Bebamos juntos viejo amigo…
Relato del investigador, Juan Camilo Lorca
Bebamos juntos viejo amigo…
A su regreso desde México, en el año 1984, el Poli comienza a reintegrarse a una ciudad que le parece desconocida. Pero luego, su personalidad fluye en la dirección que siempre tuvo: amigo de sus amigos, flor de conversador, con un repertorio de chistes mexicanos sorprendentes para nosotros y sobre todo, flor de cuateman. Fue en aquellos días en que cae por “Referencias “Críticas” de la Biblioteca Nacional y comenzamos una amistad que culminó hace un par de años. Comparte con todo el equipo de la BN en cuchipandas duraderas, que se extendían hasta el amanecer. Estas las organizaba casi siempre Pepe Apablaza en casa de la Angelina Silva y participaban Martín Cerda, Fernando Jerez, Justo Alarcón, la querida Teresa Calderón, nuestro Jorge Somoza “el socio” y curiosamente, una noche llegó de paracaidista, no recuerdo con quien, el Leandro Urbina ¡con una sed!
Años más tarde nos reencontramos con mi cuate más íntimamente en su casa de Valencia 2204 (Ñuñohue), adonde llegaban también enfiestados amigotes a alegrar la vida. De una larga “lista” destacan Ramón Díaz Eterovic y la Sonia, su querida esposa, Diego Muñoz, el Fernie, Julio Gálvez, Jaime Valdivieso, entre los más asiduos.
Ya cuando comienza a separarse de esta que fue el hogar de sus padres y se inicia el desmebramiento de casi todos sus tesoros físicos: libros y muebles que sabía no podría llevarlos a otro lugar. comienza la búsqueda de “otro” hogar y da con lo que siempre soñó (según confesión), un departamento con vista a las arboledas en Ricardo Lyon. Hasta allí lo acompañé, después de que su mujer, la Luisa Percker, tratara de ordenar ese caos. A poco llegar, invoca a sus grandes amigos Víctor Sáez y Reynaldo Lacámara, quienes colaboran al desorden del departamento. Y curiosamente, en un breve descanso se sientan a escanciar algo; tres personajes que fueron (Víctor lo era aún) presidentes de la SECH. El lector imaginará cómo terminó aquello. Bueno, pasadas un par de semanas decidimos “coexistir”; cuestión que duró cuatro años hasta la noche de su muerte. Durante este largo tiempo compartimos (figúrenselo) cuestiones de gusto en lo que nos parecíamos, como algunas bebidas, otras comidas (bárbaros comiendo ajíes, locoto que nos proveía el Yuri Soria, rocoto, jalapeño y su derivado chipotle y algún ají verde chileno muy picante, además de alguna delicia que nos brindaba la Claudia/Antonia que aún ama a su Polito) y métale tango, en lo que ambos éramos bastante duchos, junto a Lucho Bocaz quien nos visitaba a menudo a compartir un poco de vino y las tandas de Troilo, Gardel, Pugliese, Rivero, Floreal, (el Goye no le gustaba al Poli y decía que cantaba como Kung Fu) . También nos visitaba Muzzio a ofrecer alguna pega para el Poli, y este chupaba a la par con el par.
Cada cierto tiempo, nos visitaba el doctor Francisco Rivas y la conversa se tornaba muy seria en torno a nuestras inventadas dolencias; de repente el tronpa me decía “llama al Nano Rojo” y este llegaba a contarnos sus hilarantes peripecias en Buenos Aires, durante su exilio, muchas de ellas impublicables. Del laburo, mejor no hay que hablar.
Cuando el hombrón cumplió 80 años, su hija Viviana organizó una fiesta a mediodía: llevó a un conjunto de mariachis a cantarle “Las mañanitas” y se quedaron una hora cantando “Ella”, “Llegó borracho el borracho”, y muchas de José Alfredo. En el living llorábamos todos: el Mumo y la Maruja, la María Luisa y Viviana, y las hermosas nietas del festejado.
Competimos, dijo la mosca, en el Premio Nacional de Literatura del 2014 y entonces le señalé “contra Skármeta estamos sonados y esperemos al 2018”. Antes de eso, se le ocurrió morir. Y nos dejó, a su hija y sus nietos y a todos sus grandes amigos, solos. El muy cabrón.
Colofón: ¡Dale! ¡Mandate otro whisky! ¡Total la guadaña nos va a hacer sonar!