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«Vivir atormentado de sentido»: No hay respiro para un agotamiento existencial

La publicación de esta novela es una vuelta de tuerca en la interesante narrativa de Aníbal Ricci Anduaga, una obra literaria que se ha esmerado en desnudar las carencias humanas y mostrarnos los despojos de una irracionalidad que a todos nos agobia, en un mundo donde el desamor es una llave maestra invertida, y la cual nos deja reiteradamente al borde de la desesperanza.

Por Juan Mihovilovich

Publicado el 23.9.2024

«No conozco otro camino que escribir una salida. Exorcizaré las angustias a través de este libro».
Aníbal Ricci Anduaga

Aníbal Ricci Anduaga (1968) tiene ya un lugar destacado en la narrativa nacional y la presente novela da cuenta de esa entrega visceral, plena de ecos y resonancias desesperadas, que han constituido parte significativa de su trabajo literario.

En esta obra delirante e introspectiva deambula por espacios que le son reconocibles: barrios sórdidos, sitos de anclaje con la droga, el sexo, y esa necesidad angustiosa de superar los vicios que abruman a un personaje que navega por los límites mismos de su perdición. No hay respiro para un agotamiento existencial que lo lleva a caer reiteradamente en las exigencias de un dominio corporal y psíquico que lo excede.

Con todo, es verdad, hay maderos a los cuales aferrarse de vez en cuando. El naufragio, en ocasiones, se ve como una representación dramática que da la impresión de estar ocurriéndole a otro actor, a un individuo emblemático que reproduce un cuadro alienado, del que el narrador es apenas un polizonte que necesita subir a una embarcación y sobrevivir hasta llegar a algún puerto.

Ese destino, claro, se cruza con sus debilidades mundanas: el acopio de sus ímpetus es a menudo relativo, se esfuerza en superar sus adicciones, se esmera en rastrear los residuos de una humanidad que lo resitúa en las antípodas de su grandeza. No obstante, persiste, como si visualizara que más allá de su vida atormentada su lucha consiste en proseguir sin pausas tras su necesaria salvación.

Quizás por ello, a su pesar, se aferra a menudo a la amistad como defensa y resguardo. Y se conduele de un exrevolucionario de la época dictatorial que, por encima de las necesidades circunstanciales, le tiende una mano.

Y es una ayuda desprovista de cálculo o medida. Sencillamente surge en un tránsito común: personaje y amigo germinando en la oscuridad de un tiempo que los atosiga con las fauces insaciables de la perdición.

Esa exigencia de sentirse amado

Es en ese encuentro temporal, en la caída de ese aliado que le brindó socorro fraterno, donde se reencuentra con una humanidad disipada, con esa imperiosa exigencia de ver algo de calma en medio de la tormenta.

Por eso se brinda por responderle, porque en el extravío de su identidad, más allá del alzhéimer incipiente de aquél amigo, él es parte de lo que el narrador añora y requiere: humanismo, sentido de una armonía antigua que supere o ayude a resistir el agobio de vivir al borde del abismo.

Y es que el título de la novela no es una casualidad, obviamente. Porque más allá de las deplorables condiciones de sobrevivencia, concurren grados de lucidez que cuestionan a diario su descenso hacia las profundidades abisales del dolor, de la ausencia de empatía generalizada, de ese estigma indeleble sufrido en su infancia por medio de un abusador sexual que condicionó su futuro.

Entre las huellas del pasado que nutren sus desajustes sicológicos y la expectativa del amor, que aparece con una reiteración digna de mejor causa, el protagonista nos enuncia un pacto con la belleza que subyace bajo el pérfido mundo de sus desvaríos.

No se trata únicamente de despojarse de sus miserias personales a cambio de nada. No elucubra entremedio de sus desatinos apuntando a la extinción. Desde sus desequilibrios emocionales y mentales se yergue un llamado, soterrado o explícito: un desgarro profundo que clama por salvarse.

Y esa salvación tiene la imagen de una apariencia femenina que tiende a comprenderlo a pausas y que luego se retrae, producto del desgaste emocional que implica caer y levantarse constantemente en medio del sinsentido, no solo de las adicciones que lo acosan, sino, en especial de esa exigencia de sentirse amado que conlleva la súplica del niño abusado, sin perjuicio del continuo desfallecimiento que implica su terrible e íntima soledad.

En definitiva, una vuelta de tuerca en la interesante narrativa de Aníbal Ricci, una obra que se ha esmerado en desnudar las carencias humanas y mostrarnos los despojos de una irracionalidad que a todos nos agobia, en un mundo donde el desamor es una llave maestra invertida que nos deja reiteradamente al borde de la desesperanza.

He aquí un grito, un aullido, un vómito interior que remece y que apunta hacia una salvación que parece condenada al fracaso y que, sin embargo, persiste con denuedo en apuntarse a sí mismo, con esa tenacidad de quien siente que a la derrota y la desilusión se les enfrenta con el cuerpo y el alma enteramente desnudos.


Fuente: Cine y Literatura

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