La última escapada de William Faulkner
Por Gustavo González
Hace más de seis décadas murió William Faulkner, el gran escritor estadounidense, reconocido con el Nobel de Literatura en 1949, considerado uno de los mayores novelistas del siglo XX y que tuvo entre sus más destacados discípulos latinoamericanos a Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Juan Carlos Onetti y Juan Rulfo.
La cercanía de este aniversario es una buena oportunidad para recordar su última creación, The Reivers, una aventura de comienzos del 1900 en el sur de los Estados Unidos, escrita por un Faulkner que en la antesala de la muerte quiso, al parecer, plasmar en una novela su reconocida admiración por Miguel de Cervantes. En las 440 páginas de esta obra hay pasajes y personajes que remiten a la picaresca de Rinconete y Cortadillo, pero hay mucho más de El Quijote, tanto por la carga ética de un relato en primera persona donde abunda el flujo de conciencia –típico del autor–, como por el entrelazamiento de historias que construyen la trama en función de un motivo central.
La obra, traducida inicialmente al español en 1976 con el título de Los Rateros, es más conocida hoy como La Escapada. William Faulkner la publicó poco antes de su muerte, acontecida en la ciudad de Oxford, Mississippi, el 6 de julio de 1962. El título, en rigor, corresponde a la segunda traducción de la obra, hecha por el español José Luis López Muñoz para Alfaguara en 1997, con oportunidad del centenario del escritor estadounidense, nacido en New Albany el 25 de septiembre de 1897. Tanto Los Rateros como La Escapada vienen a ser, más que traducciones literales, interpretaciones de The Reivers, el título original, una palabra de escaso uso en inglés y casi un neologismo asumido por Faulkner que remite tanto a raider (invasor, ladrón) como a raid (correría, incursión, ataque).
Esta escapada es el relato de la correría de Lucius Priest McCaslin, un niño de 11 años, acompañado por Boon Hogganbeck, un joven y alocado chofer, y Ned McCaslin, un criado negro ya mayor, nacido en el patio trasero de la mansión blanca, en rigor pariente de Lucius. Los tres viven la aventura, embarcados furtivamente en el automóvil del abuelo Priest, propietario de uno de los dos bancos de Jefferson, mítica ciudad, cabecera del aún más mítico distrito de Yoknapatawpha, donde está ambientada casi toda la obra de Faulkner.
La Escapada es también el último eslabón en el mundo faulkneriano del Mississippi de la post Guerra de Secesión. Aquí están, por referencias o presencias físicas fugaces, los protagonistas de otras sagas del autor: Sartoris, el banquero competidor del abuelo (de la novela del mismo nombre, Los invictos y de Banderas en el polvo), los Compson (de El ruido y la furia y Absalón, Absalón), los Snopes (El villorrio, La ciudad y La mansión) y el juez Stevens (Gambito de caballo y también La ciudad y La mansión). En el trayecto de Jefferson a Memphis, el lector se encontrará igualmente con recuerdos borrosos del Recodo del Francés (Frenchmen Bend), un antiguo paraje donde transcurren las acciones fundamentales de El ruido y la furia y Santuario.
Las referencias intertextuales de Faulkner apuntan muchas veces a sus propias obras, pero también trascienden hacia los clásicos. Entre El ruido y la furia, su mejor novela, escrita en 1929, y La Escapada, no sólo median más de 30 años, personajes y lugares, sino también la reconocida admiración del autor por William Shakespeare y Miguel de Cervantes. El ruido y la furia, una propuesta narrativa de vanguardia, es en sí un drama gestado a partir de una tragedia, Macbeth, de la cual Faulkner recoge dos versos de la escena quinta del acto quinto («It is a tale told by an idiot, full of sound and fury»), para patentar no sólo el título de la novela, sino su primera parte, el magistral monólogo de Benjy Compson, un retardado mental.
Jorge Edwards afirmó en alguna ocasión que Faulkner releía cada año El Quijote. Desde ahí se puede aventurar que así como encontró una inspiración temprana en Shakespeare, adoptó crepuscularmente alguna impronta del padre de la novela hispana para escribir La Escapada. Esta obra, que obtuvo el Premio Pulitzer el año de su publicación en los Estados Unidos, es como una moderna sátira de las novelas de caballería, con un héroe, Lucius, que escapa de su vivir cotidiano tentado por la búsqueda de lo desconocido y se sumerge en un submundo donde desfilan prostitutas, apostadores, un chulo fracasado, un delincuente infantil, un policía corrupto, algún extorsionador de baja monta y traficantes de automóviles y caballos.
Este héroe-niño no perderá jamás su dimensión moral de futuro caballero del Sur, al estilo del propio Faulkner. Defenderá a golpes a una dama, sin hacer cuestión de que se trata de una prostituta, cual Alonso Quijano arremetiendo contra molinos. Del mismo modo, será el jinete capaz de conducir a la victoria al caballo robado que Ned canjea por el automóvil en una singular operación.
Si Lucius es el Quijote de la historia, Ned puede ser un singular Sancho Panza. Es el personaje mejor logrado de la novela, con un bagaje de sabiduría popular que pone de manifiesto tanto en su disquisición sobre la inteligencia de las mulas como en sus trucos para hacer ganar la carrera a un caballo sin talento de corredor. Galante, parlanchín e ingenioso, enamoradizo y buscavidas, Ned mueve los hilos de la trama, pese a su condición supuestamente subordinada dentro de la racista sociedad sureña.
Boon Hogganbeck, último integrante del terceto, es la otra dimensión del héroe quijotesco: un gigantón impulsivo, porfiado, bruto e irascible, un genio de la mecánica y la negación de las relaciones humanas, dotado, sin embargo, de una ternura y una bondad que afloran en su amor hacia Corrie, la prostituta redimida.
La Escapada es una de las novelas más transparentes de Faulkner, sin las sinuosidades argumentales de sus obras más complejas, como El ruido y la furia, Mientras Agonizo (1930), Santuario (1931, su primera obra llevada al cine), Pylon (1935), El Villorrio (1940) o Réquiem para una mujer (1951). Aquí no renuncia a su estilo reiterativo, pero la trama en sí es más diáfana, mientras los personajes aparecen definidos con trazos más simples, puestos al servicio de la narración, y no la narración al servicio de ellos, como ocurre en otras obras de este autor.
Pero no se vaya a creer que esta es una historia superficial. Nada más lejos de la realidad, porque Faulkner no renuncia bajo ninguna circunstancia al sentido ético de su escritura, que alguna vez, a propósito de la alegoría cristiana de su novela Una fábula (1954, también Premio Pulitzer), él mismo definiera como una búsqueda del «código particular de conducta de cada individuo, mediante el cual un ser humano se hace mejor de lo que su naturaleza quisiera ser…», porque es una escritura «que recuerda al hombre su deber en el seno de la raza humana».
Es el símbolo del deber, que «no puede enseñar al hombre a ser bueno como el libro de texto enseña las matemáticas, pero le enseña el modo de descubrirse a sí mismo, de crear para su uso un código moral, un modelo de conducta dentro de su capacidad y aspiraciones, dándole un ejemplo incomparable de sufrimiento y ofreciéndole la esperanza».
Bajo ese prisma, la mayoría de las novelas de Faulkner tienen entre los ingredientes recurrentes de sus protagonistas, ya sea la decadencia, la locura, los sentimientos de culpa o la expiación, aunque los personajes extremos encarnan a menudo un mundo despiadado, sometido a la crítica del escritor. Estos elementos aparecen «ablandados» en La Escapada, pero no por ello carentes de una carga moral.
Holden Caulfield, el narrador-protagonista de El guardián entre el centeno (J. D. Salinger, 1945), pudo ser por contraste un precursor literario del Lucius de La Escapada. Para el primero, la aventura de la fuga urbana a ninguna parte es la resultante del rechazo al colegio y a la familia, las quintaesencias de una vida burguesa y monótona. Para el héroe de Faulkner, la fuga en cambio viene a ser el reencuentro con la familia, pero a la vez el descubrimiento de sí mismo al confrontar un mundo que puede ser mejor, porque allí, junto a rufianes, hay también seres que expresan la bondad, como el tío Parsham, un anciano negro que vive en paz con todos y consigo mismo a fuerza de ser honesto y generoso.
Y es que la escapada en el automóvil del abuelo, planificada por Boon para ir al prostíbulo de Memphis, no es un acto de maldad, como Faulkner lo deja claro en boca de su narrador. «¡Qué pena que la Virtud no se ocupe de los suyos —posiblemente no puede— como lo hace la No-virtud!», piensa Lucius, sumido en un mar de dudas antes de emprender la correría. Y es exactamente eso, la No-virtud, una expresión que en el lenguaje faulkneriano adquiere connotación propia y precisa, para definir con certeza la motivación con que el muchacho se suma a la aventura.
No es extraño que La Escapada haya dado lugar a una de las mejores adaptaciones cinematográficas de Faulkner. The Reivers, filmada en 1969 bajo la dirección de Mark Rydell y con música de John Williams, tuvo como actor principal a Steve McQueen en el rol de Boon Hogganbeck, mientras Lucius fue representado por Mitch Vogel y Ned por Rupert Crosse.
Dentro de lo que se conoce en Chile de la filmografía en torno al Nobel de Literatura, esta es una de las mejores películas, tal vez porque la narración tiene en sí una estructura cinematográfica, con una acción lineal que no cesa, con situaciones y escenarios tan atractivos como un lujoso lupanar de Memphis, una pista de carrera de caballos junto a un maizal, frecuentes peleas y discusiones y sabrosos diálogos, como los requiebros que Ned le dedica a Minnie, la criada del diente de oro del prostíbulo.
Como todo escritor estadounidense de fama, Faulkner fue víctima también de los millonarios contratos de Hollywood, con adaptaciones de algunas de sus novelas francamente detestables, como Un largo y ardiente verano (1958), un drama que toma como pretexto a El villorrio, pero que distorsiona toda la esencia de esta novela, para colmo, con un elenco de lujo: Paul Newman, Joanne Woodward, Orson Welles, Lee Remick y Anthony Franciosa. La culpa, como es lógico, no fue de los actores, sino del director Martin Ritt y los guionistas Irving Ravetch y Harriet Frank Jr.
La primera novela de Faulkner llevada al cine fue Santuario, como La historia de Temple Drake (1933). Le siguieron Intruso en el polvo (1949), Ángeles sin brillo (1957, basada en Pylon), Un largo y ardiente… (1958), El ruido y la furia (1959), Santuario (1961, en rigor adaptación de Réquiem para una mujer) y The Reivers (1969). Salvo esta última e Intruso en el polvo, el resto no le hace mucho honor al genio creativo del Nobel de 1949.
Hay que agradecer al actor y director James Franco, que últimamente ha llevado al celuloide dos de las mayores novelas de Faukner: Mientras agonizo (2013) y El ruido y la furia (2014), en versiones bastante fieles a las respectivas narraciones literarias, que lamentablemente no han tenido difusión en los circuitos comerciales.