El escritor del mes: Juan Luis Martínez
Por Fernando Arabuena
En sentido presocrático, naturaleza o ápeiron alude a lo ilimitado; a lo indefinido e indeterminado, a aquella realidad de lo posible. Y quizá era lo que buscaba Juan Luis Martínez en la anonimia que lo llevaba a lo plural e ilimitado.
El 2003, Martínez le diría a María Ester Robledo que le complacía irradiar esa identidad velada de poeta, eso de existir y no existir y ser más literario que real. De igual forma diría a Roberto Brodsky que escribir es leer y leer es escribir, y que desearía desaparecer como autor.
Sin duda hablamos de un artista que, en la libertad de su autoimpuesta marginalidad, buscaba una obra extralimitada, por la que hoy es considerado uno de los escritores posvanguardistas más grandes de nuestro país.
Juan Luis Martínez (1942-1993), en vida publicó sólo dos libros objeto: La nueva novela (1977, 2ªedición 1985, 3ª edición 2016, edición comentada 2017) y La poesía chilena (1978). Luego de su muerte, se publicarían Poemas del otro (2003), Aproximación del Principio de Incertidumbre a un proyecto poético (2010) y El poeta anónimo (o el eterno presente de Juan Luis Martínez) (2013).
Pero cómo encontrar a un autor que huye en aquella transindividuación de la que nos habla Simondon, refiriéndose a toda la conexión con lo colectivo que despliega y desborda el ser, amplificándolo en una dialéctica o metaestabilidad que va más allá del equilibrio constante. Y todo esto lo vemos en la obra de Juan Luis Martínez, donde el individuo no es el ser absoluto sino el devenir del ser; un Martínez que se funde expresivamente con el otro, pero con una licencia que recae en su genuina expresión artística.
Así, parece perderse entre un escalón y otro en una jugarreta que, más que ironía, es profunda reflexión poética. Una ambigüedad que en los Poemas del otro cobra un sentido trascendente si volvemos a Simondon, cuando dice que eso transindividual es una suerte de límite que une y separa a la vez entre la interioridad y la exterioridad, sin reconocerse en lo uno ni en lo otro; una realidad que atraviesa a los individuos uno por uno y conjuntamente, dando lugar a la existencia conjunta.
Es así como se abren los pliegues de la realidad en la obra de un poeta nacional que recientemente fue traducido al francés; con un equipo de editores, traductores y diseñadores para la interpretación gráfica del libro. Y que no ha pasado inadvertido para académicos como la doctora en literatura hispanoamericana de la Universidad de Columbia, Mónica de la Torre; quien manifestara su fascinación por la Nueva Novela y la necesidad de editarla en Estados Unidos.
Pero una obra que se funde en lo colectivo y que desplaza los límites del libro a la objetualidad y materialidad, debe cuidar su integridad ; ya que no puede perder las señales de ruta en ese universo de Simondon: donde el ser no posee una unidad de identidad, sino más bien una unidad transductiva. Es decir, puede desfasarse en relación consigo mismo, desbordarse de él mismo de un lado y otro de su centro, como la firma tachada de Juan Luis Martínez.
Conozcamos algunos versos de la singular obra de este destacado poeta, que ya forma parte de los grandes de nuestras letras.
La desaparición de una familia
1. Antes que su hija de 5 años
se extraviara entre el comedor y la cocina,
él le había advertido: «-Esta casa no es grande ni pequeña,
pero al menor descuido se borrarán las señales de ruta
y de esta vida al fin, habrás perdido toda esperanza».
2. Antes que su hijo de 10 años se extraviara
entre la sala de baño y el cuarto de los juguetes,
él le había advertido: «-Esta, la casa en que vives,
no es ancha ni delgada: sólo delgada como un cabello
y ancha tal vez como la aurora,
pero al menor descuido olvidarás las señales de ruta
y de esta vida al fin, habrás perdido toda esperanza».
3. Antes que «Musch» y «Gurba», los gatos de la casa,
desaparecieran en el living
entre unos almohadones y un Buddha de porcelana,
él les había advertido:
«-Esta casa que hemos compartido durante tantos años
es bajita como el suelo y tan alta o más que el cielo,
pero, estad vigilantes
porque al menor descuido confundiréis las señales de ruta
y de esta vida al fin, habréis perdido toda esperanza».
4. Antes que «Sogol», su pequeño fox-terrier, desapareciera
en el séptimo peldaño de la escalera hacia el 2º piso,
él le había dicho: «-Cuidado viejo camarada mío,
por las ventanas de esta casa entra el tiempo,
por las puertas sale el espacio;
al menor descuido ya no escucharás las señales de ruta
y de esta vida al fin, habrás perdido toda esperanza».
5. Ese último día, antes que él mismo se extraviara
entre el desayuno y la hora del té,
advirtió para sus adentros:
«-Ahora que el tiempo se ha muerto
y el espacio agoniza en la cama de mi mujer,
desearía decir a los próximos que vienen,
que en esta casa miserable
nunca hubo ruta ni señal alguna
y de esta vida al fin, he perdido toda esperanza».
Observaciones relacionadas con la exuberante actividad de la “confabulación fonética” o “lenguaje de los pájaros” en las obras de J. P. Brisset, R. Roussel, M. Duchamp y otros
a. A través de su canto los pájaros
comunican una comunicación
en la que dicen que no dicen nada.
b. El lenguaje de los pájaros
es un lenguaje de signos transparentes
en busca de la transparencia dispersa de algún significado.
c. Los pájaros encierran el significado de su propio canto
en la malla de un lenguaje vacío;
malla que es a un tiempo transparente e irrompible.
d. Incluso el silencio que se produce entre cada canto
es también un eslabón de esa malla, un signo, un momento
del mensaje que la naturaleza se dice a sí misma.
e. Para la naturaleza no es el canto de los pájaros
ni su equivalente, la palabra humana, sino el silencio,
el que convertido en mensaje tiene por objeto
establecer, prolongar o interrumpir la comunicación
para verificar si el circuito funciona
y si realmente los pájaros se comunican entre ellos
a través de los oídos de los hombres
y sin que estos se den cuenta.
NOTA:
Los pájaros cantan en pajarístico,
pero los escuchamos en español.
(El español es una lengua opaca,
con un gran número de palabras fantasmas;
el pajarístico es una lengua transparente y sin palabras).
La casa del aliento*, casi la pequeña casa del (autor)
a Isabel Holger Dabadie
a Luis Martínez Villablanca
(Interrogar a las ventanas
sobre la absoluta transparencia
de los vidrios que faltan)
a. La casa que construiremos mañana
ya está en el pasado y no existe.
b. En esa casa que aún no conocemos
sigue abierta la ventana que olvidamos cerrar.
c. En esa misma casa, detrás de esa misma ventana
se baten todavía las cortinas que ya descolgamos.
* «Quizás una casita en las afueras
donde el pasado tiene aún que acontecer
y el futuro hace tiempo que pasó».
(De T. S. Eliot, casi).