José Domingo Gómez Rojas, el Rimbaud chileno
El poeta José Domingo Gómez Rojas, injustamente casi desconocido miembro de la literatura chilena, que vivió en el primer cuarto del siglo XX, y a quien sin temor de exagerar, podemos llamar el Rimbaud chileno, no sólo por la extrema juventud en que escribió la mayor parte de su obra (su único libro, publicado en vida, en 1913 a los 17 años de edad, fue Rebeldías líricas), sino por su estilo lleno de imágenes y colores que lo distinguieron de las corrientes neorrománticas o deudoras de la poesía de Rubén Darío, fue un joven estudiante anarquista que murió en prisión, víctima de la tristemente célebre “guerra de don Ladislao”, llamada así por el connotado personaje de la élite socio política chilena, Ladislao Errázuriz. Dicho personaje, como ministro del gobierno de José Luis Sanfuentes. inventó una supuesta guerra inminente con Perú y Bolivia, movilizando tropas a la frontera e incitando el fervor patriotero para salir de la grave crisis social en la que se encontraba el país. Decretando la “ley marcial” el ejército se hace cargo del “orden público” a lo largo de todas las ciudades y provincias, y es así como miembros de la juventud conservadora en conjunto con los militares asaltan y destruyen la sede de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile (a la que pertenecía Gómez Rojas). Al mismo tiempo se realizan juicios arbitrarios contra obreros y estudiantes acusados de «subversivos y antipatriotas», en medio de una violenta represión contra las organizaciones populares, extraditando o encarcelando a sus dirigentes. Es así como el poeta es enviado a la cárcel, donde es torturado e incomunicado, y a consecuencia de lo cual su salud mental y física se deterioran ostensiblemente mostrando las huellas de los abusos sufridos en la penitenciaría, por lo que luego de una meningitis mal tratada finalmente enloquece y es trasladado a la Casa de Orates. Allí fallece el 29 de septiembre de 1920.
Sus funerales fueron ocasión de una enorme manifestación con más de 50000 personas que marcharon denunciando las injusticias a las que la oligarquía dominante tenía sometido al país, lo cual había motivado las llamadas “Marchas del hambre”, y por las cuales tuvo lugar la ya citada “guerra de don Ladislao”. El poema Protestas de piedad, escrito por el poeta en sus días de reclusión, fue leído durante su funeral, y se transformó en un símbolo de los grupos anarquistas y de todos aquellos que luchaban contra el injusto orden social que imperaba en Chile.
Considerando que la mayor parte de su producción poética la realizó entre los 16 t 19 años, con una madurez de estilo impresionante, se puede afirmar aquello de su equivalencia con el joven poeta francés Arthur Rimbaud. Ni siquiera la Mistral ni Neruda, ni siquiera Huidobro ni De Rokha, ostentan esa fuerza temprana en el estilo y en ese compromiso po,{itico y social de Gómez Rojas, que comienza a escribir bajo los influjos de Nietzsche y de Baudelaire, y que también tempranamente abraza los ideales del anarquismo. Claro, Rimbaud “abandona” la poesía antes de cumplir sus 20 años y se marcha al África donde se dedica al comercio de las armas, pero antes había participado de alguna manera en la comuna de Paris de 1871, imbuido también por los ideales del cambio social. El poeta chileno muere a los 24 años, sin haber “abandonado” la poesía, pero comprometido de lleno en las necesidades de un cambio social y político para Chile. Compromiso, este último, que jamás lo abandonó, ni siquiera en las peores condiciones de su encarcelamiento, y donde pudo escribir el estremecedor poema, ya nombrado, Protestas de piedad:
I
En esta Cárcel donde los hombres me trajeron,
en donde la injusticia de una ley nos encierra:
he pensado en tumbas en donde se pudrieron
magistrados y jueces que hoy son polvo en la tierra.
Magistrados y jueces y verdugos serviles
que imitando, simiescos, la Justicia Suprema
castraron sus instintos y sus signos viriles
por jugar al axioma, a la norma, al dilema.
Quisieron sobre el polvo que pisaron, villanos,
ayudar al Demonio que sanciona a los muertos
por mandato divino y en vez de ser humanos
enredaron la urdimbre de todos los entuertos.
Creyeron ser la mano de Dios sobre la tierra,
la ira santa, la hoguera y el látigo encendido,
hoy duermen olvidados bajo el sopor que aterra,
silencio, polvo, sombra, ¡olvido! ¡olvido! ¡olvido!
II
Y pienso que algún día sobre la faz del mundo
una justicia nueva romperá viejas normas
y un futuro inefable, justiciero y profundo
imprimirá a la vida nuevas rutas y formas.
Desde esta Cárcel sueño con el vasto futuro,
con el tierno solloza que aún palpita en las cunas,
con las voces divinas que vibran en el puro
cielo bajo la luz de las vírgenes lunas.
Sueño con los efebos que vendrán en cien años
cantando himnos de gloria resonantes al viento;
en las futuras madres cuyos vientres extraños
darán a la luz infantes de puros pensamientos.
Sueño con las auroras, con los cantos infantiles
con alborozos vírgenes, con bautismos lucientes:
que los astros coronan a las testas viriles
y su clamor de seda es un chorro en las frentes.
III
Desde aquí sueño, Madre, con el sol bondadoso
que viste de oro diáfano al mendigo harapiento,
con las vastas llanuras, con el cielo glorioso,
con las aves errantes, con las aguas y el viento.
La libertad del niño que juega sobre un prado,
del ave que las brisas riza con grácil vuelo;
del arroyo que canta, corriendo alborozado;
del astro pensativo bajo infinito cielo.
La libertad que canta con las aves es trino,
con los niños, es juego; con la flor, es fragancia;
con el agua canción, con el viento divino
véspero, errante aroma de lejana distancia
Todo es nostalgia, Madre, y en esta Cárcel fría
mi amor de humanidad, prisionero, se expande
y piensa y sueña, y canta por el cercano día
de la gran libertad sobre la tierra grande.
IV
Sin ti, madre, la vida sería un don maldito;
una infame limosna de la carne sufriente;
pero tu amor, es rosa y es cristal inaudito,
es la divina música y es pensarosa fuente.
Hace ya muchos siglos que te vivo y te siento.
Mi tristeza es belleza de un extraño destino,
hacia ti me llevaba este o esotro viento,
hacia tu eternidad ese o aquel camino.
Como tú eras eterna, como tú eras divina,
como sobre tu frente caminaron los astros,
me creaste divino por gracia peregrina:
la eternidad, sumisa, seguirá nuestros rastros.
V
Por ti, la raza humana, madre, se transfigura
ante mis pobres ojos, por tu amor se redime
la carne y la pasión. Por tu inmensa dulzura
nació en mi la piedad para el hombre que gime.
¡Dolor de ser tan triste y tener que ser bueno
porque siempre en mi frente siento que están tus manos!
¡Dolor de ser dulzura para tanto veneno
y de tener el alma puesta en astros lejanos!
¡Dolor, madre, dolor, de escribir mi elegía
por darte en rosas pálidas un secreto tesoro!
¡Dolor, madre, del canto que profanará un día
un mendigo, un tirano y el becerro de oro!
¡Dolor, madre, dolor de tener que cantar
porque un nudo fatal se anuda a la garganta,
dolor de no poder odiar, y amar, amar
a un pueblo vil que deja poner en sí la planta!
¡Dolor, madre, dolor de tener que vivir
y amar la vida cuando lo vulgar mancha el mundo;
y dolor de saber que se ha de revivir
sobre una tierra pura que mancha el rico inmundo!
Cristián Vila Riquelme
Algarrobito, provincia del Elqui, julio 2020