Escritor del Mes

MARIO BAHAMONDE Y SU LEGADO A LA CULTURA DEL NORTE CHILENO

«La tierra siempre es el más viejo dios»

Mario Bahamonde

En la galería de los prohombres de nuestra literatura del Norte Grande, reparamos que sus existencias como sus obras, son símbolos regionales. Fueron sedentarios de su espacio y viajeros inmóviles en el tiempo. El rasgo de la nortinidad en ellos es un dictado geográfico, que los define y logra constituirse como el único elemento sostenedor del hecho regional literario.

Mario Bahamonde, al igual que Andrés Sabella, Antonio Rendic, Oscar Bermúdez, es un símbolo regional.

Todos ellos radicaron el norte en sus corazones. Los unió el objetivo esencial de cómo servir al Norte en su cultura e identidad, en los años en que fijaron su residencia en Santiago, en razón de sus temporadas de formación universitaria o en las pesquisas en sus archivos. Para ello hiciéronse transhumantes de todo el norte, no importando el tiempo, rastreando su pasado prehispánico como el republicano, oteando la costa de los changos y los cormoranes, sintiendo el desierto salitrero de los mineros. Buscaron la tradición oral atacameña, la prosa proletaria y el verso imaginista, con asiento en los puertos, como baluartes identitarios.

En este ensayo nos adentraremos en la valoración del legado de Mario Bahamonde, que encierra gran parte de su lección imperecedera de su nortinidad.

Su quehacer pedagógico, como su afán de investigador y sus logros creativos, está inundado de amor por el terruño. Su voz alcanzaba un timbre de altivez, al quebrar el silencio del desierto caído dentro de nosotros, enseñando los ancestros del nortino, extraviados en la cerril topografía de quebradas y oasis o en las distancias muertas de la pampa.

Estaba hecho – apunta el crítico Martín Cerda de «esa materia que hizo grande al norte de Chile y altivos a sus mujeres y a sus hombres; el respeto a sí mismo».

Bahamonde trazó para sí la aventura de escribir y recrear aquellos mundos que empezaban a desdibujarse en el inconsciente colectivo de los pobladores actuales de la región. Aventura, es decir, vivir ese acaecimiento extraño de narrar, hacernos conocer la magia, lo cotidiano. La sencillez, la metáfora del acto fundacional por el hombre, de las cosas habidas en la naturaleza y el reflejo de éstas, ya distinguidas por la palabra, encantándole, como un espejismo, su propio habitar, en lo agreste y silvestre.

Este hechizo casi milenario en esta geografía que amamos, entrampó a Mario, en ese lúdrico enamoramiento que existe entre el hombre y su espacio, a través del lenguaje. Nos gustaría, al escuchar un relato, señalaba en 1978, que la fantasía de su vida fuera una verdad madura a lo lejos del tiempo, Porque sin tiempo no hay tradición.

TIEMPO, TRADICION Y ESPACIO

El rescate del pasado es una acción mediatizada por la palabra. No importa las fórmulas «oral u escrita» que ésta emplee; la palabra constituye el puente entre el pretérito y el presente, iluminando la comprensión del sino histórico de los hombres en la comarca «árida, seca y caliente».

La palabra fertiliza al yermo y enlaza la costa con los faldeos cordilleranos. Su presencia denuncia las cosas existentes en esos lugares y constituye, quizás, la expresión más preciada de la tradición nortina.

Materia, entonces que debe conservarse en la memoria común. Es la sabiduría que, proveniente del arcano temporal, se manifiesta de modo diverso: la toponimia, el habla popular, las leyendas seculares, la narrativa, etc.

El legado fundamental de Mario Bahamonde radica en su apego a – y capacidad de transmitir- los valores de la tradición en su Norte.

Al nortino le dieron esta franja absurda de la tierra, este historial amargo, esta leyenda triste del olvido le contaron el cuento del salitre, le sepultaron pueblos, le están abogando el cobre. Pero aquí estará el nortino, de pie como bandera, cuando el cuando de Chile tenga un cuando.

Nos dice en los versos de Les vengo a contar.

Su inclinación por los relatos cortos, por la narrativa breve, derivó, a nuestro entender, de la concepción que poseyó del cuento, como herramienta eficaz de envolver aquellas historias amargas, silentes de nuestro territorio, episodios de una historia más general. La lectura de sus cuentos nos envuelve, como anhelaba, en esa atmósfera de intimidad, de cercanía con lo contado, puesto que, para el autor de Ala Viva, el cuento había nacido al amparo de los grupos de los fogones invernales, de los corrillos y de las letanías de las horas vacías. El cuento es pariente de esas leyendas o de esas historias narradas por un buen charlador en los ratos de íntimo reposo. De ahí nació su fantasía y su aire conmovedor. El cuento nació para ser contado.

Gran conocedor de nuestros acervos literario e histórico, supo apreciar lo más auténtico existente en sus volúmenes que guardaban el pasado.

Confieso que una emoción muy especial me producen los libros sobre el norte. Nunca he medido en ellos lo puramente literario, lo que pudieran tener de mensaje sabiamente condimentado. En cambio, he intentado escudriñar lo que contengan de íntimo, de nuestro, de ese afán por decir y difundir las cosas que sólo los nortinos pueden sentir sobre el norte, anotó en su crónica «Una biografía de nuestro desierto», que publicara en El Mercurio de Antofagasta, en los años 50.

La tarea que se impuso fue ardua, perseverante y necesaria, como era la búsqueda de la tradición nortina, Había múltiples escollos que vencer. Lo conocido, en general, justamente por ser conocido, no es reconocido, había sentenciado el filósofo alemán Hegel, en su Fenomenología del Espíritu. Y esta premisa se volvía amarga realidad.

En su Guía de la Producción Intelectual Nortina consigna: En nuestro acervo regional hubo una música tan antañosa como los rastros remotos de la vida, que hoy desconocemos.

Y hubo una música que se desarrolló sucesivamente de acuerdo a la etapa que vivía la zona. Ya no hay memoria de las viejas cuecas mineras (algunas de cuyas letras hemos archivado) ni tampoco hay memoria de las cuecas pampinas, pero de la vieja pampa salitrera. De este mismo modo se ha ido perdiendo en el olvido el primitivo teatro minero o las antiguas payas populares o el refranero nortino y todo el saber que constituye nuestra alma regional».

El obstáculo radicaba en el carácter del nortino: su olvido, esa carencia de raíces. A juicio suyo, el nortino, «además de ser hijo de la aventura, son hijos del olvido, lo que es peor. Y esta condición de olvidadizos nos empezó junto con nuestros primeros habitantes zonales».

A esta falta de conciencia por la herencia o la tradición, uníase otro rasgo del nortino: no sentir aún la necesidad de buscar sus raíces.

En este contexto habrá que valorar el legado de Mario Bahamonde.

En el norte, acota en su ensayo Pampinos y Salitreros, lamentablemente, toda la tradición se perdió y, en apariencia, será muy difícil recuperarla. Por ejemplo, nadie conoce ahora el idioma cunza, que hablaron los abuelos atacameños. La tradición se perdió por completo y desapareció sin más rastros ni justificaciones que nuestra propia ignorancia. Y lo que es peor, nadie sabe qué significan nuestros nombres regionales. Nadie sabe qué quiere decir Chuquicamata (dura lanza) ni Taltal (gallinazos) ni Calama (brotes, reverdecer) ni Loa (rápido, ágil), ni Iquique ni Tocopilla, ni cada uno de los nombres que señala nuestra toponimia.

Si la palabra es la huella del deambular humano por el paisaje; del amor y temor del hombre por su entorno, nacen las leyendas que son la poesía del tiempo.

Para Mario Bahamonde, las leyendas traducían el saber popular ligado a la tierra y sus cosas. Tal como si conservaran el archivo de ese lugar y la herencia de los sucesos inscritos en sus piedras, le dice al lector, en su recopilación de las leyendas nortinas.

Esta veneración por la sabiduría popular lo manifestó, de igual forma, por la obra lírica de Abraham Jesús Brito, el más grande poeta popular que ha producido el norte del país.

La importancia de lo anotado, urgía a sus habitantes a rescatar su pasado histórico – cultural. El caminar del hombre en su geografía había asentado de modo inesquivable el valor de la palabra en su fauna, flora y toponimia, Territorio y palabra se enlazaban. Reflejaba al hombre y su circunstancia. Cualquiera denotación de lugar, localizado en el despoblado, sintetizaba para el nortino su percepción del mundo.

En cada lugar alguien enterró un nombre con una semilla negra: Agua Amarga, Indio Muerto, Piedra Colgada, Mantos de la Luna, Pampa Remiendo, Infieles, Silencio, Lobo Muerto, Monte de la Pena, Llano de la Paciencia o Ultima Soledad.

Las voces nortinas-escribe en su Diccionario de voces del norte de Chile- «hunden sus raíces en los primeros habitantes de estas tierras, cuyo modo de mirar la naturaleza, había marcado la nominación de las aves y el verdor. La designación de los oficios mineros, de épocas más próximas a nosotros, proveyeron de un caudal de voces al habla nortina».

Conservador de nuestro patrimonio cultural, observaba, con preocupación, cómo la modernidad impuesta por los medios de comunicación – uniformando el pensamiento y los modos de expresión «podía alterar el fenómeno lingüístico regional, perdiendo su vigencia, por lo menos ese sabor local que mantiene en ciertos aspectos.

Hace más de una década, Mario Bahamonde, el escritor que quitó al tiempo el tesoro del hombre y lo dio a conocer entre sus coterráneos, partió a enseñar la nortinidad a la eternidad, dejándonos como legado suyo:

Procurar la defensa de nuestro acervo como un modo de cultivar nuestra herencia y de darle contenido a nuestra tradición.

Los valores del pasado se reflejan en los valores del presente, siempre que seamos capaces de conservarlos y comprenderlos.

José Antonio González Pizarro.

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