A 10 años de ausencia
Hace un par de semanas me llamó Douglas Hübner para contarme que mi padre, José Miguel Varas, sería el próximo escritor del mes en el sitio web de la Sociedad de Escritores de Chile (SECH), que él edita. Y, antes de que pudiera entender con la cabeza qué era lo que estaba empezando a sentir por la noticia ―orgullo, honor, alegría y pena juntas, sensaciones varias indefinibles entremezcladas―, Douglas me informó que yo sería una de las personas que escribirían “algo” para la ocasión. No pude negarme o más bien no supe cómo, porque, paralelamente, con mamá y hermanas, y algunos de los más cercanos, se nos ha estado apareciendo la fecha que se acerca: 10 años se cumplen desde que murió. ¡10 años ya!, es la exclamación frecuente dicha o pensada, tal como lo fue al primer mes, luego al primer año y al segundo, y en cada siguiente año que se cumple. Nos sorprende cómo pasa el tiempo, y nos sorprende que el tiempo pase y pase, pero su ausencia sigue idéntica, congelada en el momento en que empezó.
En estas semanas, grandes cambios ocurrieron en la configuración espacio-familiar, se movieron unas y otras piezas de aquí para allá y de allí para acullá, y debimos “desarmar”, entre todas, el departamento donde él vivió con su Iris los últimos 10 años, y donde ella vivió otros 10 años sin él, hasta irse hace unos días a la casa de su hija-mi hermana Anairis y familia. En ese proceso de vaciar cajones y repisas, de armar cajas y llenarlas, de envolver, separar, revisar, desempolvar, eliminar, regalar, su ausencia se hizo más presente que nunca. Al igual que en tantas otras ocasiones, era imposible no pensar en qué habría dicho él, en cómo estaría, qué comentarios habría hecho… Quizás sea una forma de no aceptar del todo esa ausencia, como un intento de prolongar su presencia al imaginar/recordar esos comentarios tan suyos (que habría hecho), esa expresión en la cara, esos gestos con los que a veces lo decía todo. Parece ser un ejercicio inútil, porque lo cierto es que ya no está, nomás. Pero es imposible no hacerlo en muchos momentos, frente a muchas situaciones, aun sabiendo que no tiene ningún sentido pensar qué habría dicho él, si claramente ya no puede decir nada.
Eso es echar de menos, eso es echar en falta. Ahí es donde la ausencia está presente.
Pero el recuerdo también está presente siempre. Y para eso sirve este aniversario ―y otras fechas o sucesos―: para que el recuerdo le gane a la ausencia. Porque sí, es verdad, en el recuerdo sí está presente. Y en sus textos, claro, cómo no.
Por eso quienes lo conocieron en persona, y también quienes solo lo conocieron leyéndolo, podrán reconocer en estos textos escolares, “Miedo” y “Casa vacía”, que me pareció oportuno mostrar aquí, al escritor que ya entonces era, al escritor que llegó a ser, y al escritor que es. En esos textos casi infantiles, ya estaba él. Esa ironía sutil dirigida hacia sí mismo y ese respeto hacia cualquier persona y hacia cualquier tipo de vida, de entre las miles de vidas humanas posibles.
También, ese conocimiento de la naturaleza humana, esa mirada aguda pero nunca enjuiciadora, y ese pensamiento expresado en sus múltiples y muy diversos escritos, donde a veces lo más importante es lo que se dice sin decirlo. Todo ello se aprecia en su otro texto compartido aquí para la ocasión, su crónica “La Cuesta de la Paciencia” (1999), que más parece un cuento por la forma en que está escrito, y a la vez resulta más genial aún por ser una historia real.
No en vano fue reconocido con el Premio Nacional de Literatura en el año 2006, como autor de una extensa obra narrativa, recogida en una veintena de libros publicados desde 1946. El cuento, la novela, la biografía novelada, el ensayo, la crónica, fueron los géneros abordados por este autor, calificado al otorgársele el premio nacional como “el mejor escritor de cuentos de Chile”, cuestión que, por cierto, le hizo arrugar la cara como la arrugaba cada vez que de homenajes y reconocimientos se trataba.
Vaya entonces este recuerdo ―este no homenaje― para el escritor y periodista, y gran persona que fue mi padre, cuya presencia no ha hecho otra cosa que ir creciendo con los años, y probablemente seguirá creciendo más a medida que más y más lectores lo conozcan.
Cristina Varas Largo