La voluntad creativa de Vicente HUIDOBRO
por Tulio Mendoza Belio
Academia Chilena de la Lengua
Presidente SECH-Concepción
«No te serviré» fue el credo imperativo del poeta Vicente Huidobro: para que el verso fuera una llave que abriera mil puertas. Estar al servicio de la naturaleza y de la «mímesis aristotélica» no, pero sí servirse de la lengua como instrumento y, a la vez, servir a la lengua misma dotándola de su máxima capacidad expresiva, traspasándola de imaginación, torciendo su linealidad en cubos y figuras: la lengua sirve para hacer. Y claro, la poesía es un decir que es un hacer que es un decir, como lo expresa Octavio Paz en su poema «Decir:hacer», dedicado nada menos que al lingüista ruso Roman Jakobson. Cuando digo, hago y hago para decir de otro modo.
Este afán de construir, de estructurar, de hacer, de dar forma a algo con algo, corresponde a la poyesis, al «pequeño dios» huidobriano materializado en ese movimiento que se llama creacionismo, vinculado a las corrientes vanguardistas y experimentales de la Europa de comienzos del siglo XX, alrededor de 1916. Vicente Huidobro (1893-1948) y el francés Pierre Réverdy (1889-1960) se disputan su acto fundacional, aunque conocemos también los caligramas de Apollinaire (1880-1918).
Desde los famosos textos «Huevo» o «El hacha» de Simias de Rodas (hacia el 300 a.c.), unos de los poemas figurados más antiguos que se conservan de Occidente, pasando por la poesía visual de Nicanor Parra, hasta la interesante obra del artista visual portugués Fernando Aguiar (Lisboa, 1956), por citar solo algunos ejemplos, los artistas han intentado romper la camisa de fuerza de la linealidad de la lengua sobre la página en blanco. Sabemos que la cadena hablada implica, precisamente, un fonema tras otro y en la escritura, una letra tras otra: no puede haber superposición. Esto ha llevado a los creadores a utilizar desde el simple grafismo del idioma (unos han separado y suspendido sílabas semejando lluvia o escalones, otros han vuelto espiral la línea horizontal y han dibujado), hasta la ausencia de la lengua en la obra, privilegiando el objeto o la imagen del objeto (no olvidemos que la “puesta en escena” de la obra puede ser el objeto artístico en una sala de exposiciones, generalmente sobre el clásico pedestal que le otorga un rango diferente, o una fotografía del mismo si se reproduce, por ejemplo, en un libro u otro soporte). Convendría precisar aquí también que eso que llamamos «la ausencia de la lengua en la obra”, es solamente algo visual, pues no podemos verla sin pensarla con las palabras.
En este contexto Huidobro fue un revolucionario irreverente para la época, un adelantado como todo verdadero artista. Ya en su conocido manifiesto «Non serviam», que hemos citado al inicio, introduce un gesto irónico al tratar a la madre natura como «una viejecita encantadora» y habla de las «pretensiones exageradas de vieja chocha y regalona.» El poeta ha sido capaz de escapar de la trampa, no quiere seguir siendo su esclavo, no desea ya ser solo un imitador. Y Huidobro declara: «Hasta ahora no hemos hecho otra cosa que imitar al mundo en sus aspectos, no hemos creado nada. ¿Qué ha salido de nosotros que no estuviera antes parado ante nosotros, rodeando nuestros ojos, desafiando nuestros pies o nuestras manos?» Y más adelante va a precisar que es necesario crear nuevas realidades, otros mundos, «mundos nuevos», voluntad creativa y creadora que plasma en su conocido poema «Arte poética». No se trata ya de cantar a la rosa, sino que hacerla florecer en el poema, que el texto mismo sea la rosa: «Por qué cantáis la rosa, ¡oh Poetas!/ Hacedla florecer en el poema.» La poesía, representada por el verso, opera el milagro como una llave mágica para que «Cuanto miren los ojos creado sea,/ Y el alma del oyente quede temblando.» Hay una consideración especial hacia un creador-receptor cómplice. No olvidemos que el creador es el primer lector de su propia obra y en este sentido, un ser privilegiado, pero además Huidobro se vuelve sobre la materia prima con la cual trabaja el poeta: la lengua. Y cual maestro recomienda: «… y cuida tu palabra;/ El adjetivo, cuando no da vida, mata.» E insiste en que «El vigor verdadero/ Reside en la cabeza.»
La poética huidobriana considera al poeta en el ámbito de lo sagrado, de lo órfico y como un ser diferente a los demás, ya que solo para los poetas «Viven todas las cosas bajo el sol.» Esta exclusividad tan particular nos remite al poema «El albatros» de Baudelaire, en el cual se compara al poeta con ese «príncipe de las nubes/ Que frecuenta la tormenta y se ríe del arquero;/ Exiliado sobre el suelo en medio de las burlas,/ Sus alas de gigante le impiden ya marchar.»
Como todo ismo, el movimiento creacionista constituye un contratexto, es decir una contraverdad, una deconstrucción para decirlo con Derrida. Si no hay crisis, si no hay problema, el arte deviene algo vacío y sin sentido. Desde este punto de vista, además de las consideraciones formales de construcción de los textos, hay en Vicente Huidobro todo un guiño hacia una actitud de vida, hacia una pulsión erótica, al canto de acción de Rimbaud y a quienes también recibieron de él este impulso político-poético: la poesía activa de Gonzalo Rojas y la poesía práctica de Eduardo Anguita. Poesía situada, para decirlo con Enrique Lihn. Y Huidobro nos abre el mar de sus constelaciones profundas y lo seguiremos escuchando.