Rodrigo Lira (1949-1981)
La verdad es que Rodrigo Lira no fue ni un gran poeta ni tampoco un escritor sobresaliente y, hoy por hoy, resulta muy desagradable decirlo. El problema es que, como ningún otro autor de su generación, se ha convertido en un mito, en un emblema, incluso en una figura del pop juvenil que compone versos. Todas o casi todas sus colecciones de escritos –Proyecto de obras completas, Declaración jurada, Buelos barios: boladas, boludas– fueron publicadas en forma póstuma y, fuera de haber recibido uno que otro premio, Lira no obtuvo, en vida, ninguna forma de reconocimiento.
En una crítica que hice en 2006 dije: “Lira es la figura arquetípica que reúne, en su vida y creaciones, todo el potencial de extravío, perdición, descarriamiento de una vocación llevada a sus últimas consecuencias, en el límite extremo de la ruptura con el lenguaje”. Todavía sostengo esa posición y agrego que su obra se niega a la crítica divorciada del ser humano que fue. En efecto, es imposible entender a Lira separándolo de su persona. Algunos momentos destellantes –“De repente/no voy a aguantar más y emitiré un alarido/un alarido largo de varias horas/-previamente habrá que tomar precauciones-/habré electrificado mi balcón/cerrado la puerta con llaves…/(se me olvidaba que he de instalar una reja/en la ventana del baño)” se confunden con disparates, ensoñaciones descontroladas, conversaciones consigo mismo o
incluso avisos en los diarios, cartas a directores, interpelaciones a otros personajes, todo ello con un carácter intensamente estrafalario, absurdo, a veces, lisa y llanamente hasta estúpido. Lira padeció de ezquizofrenia hebefrénica y es imposible descartar ese factor al interpretar su obra. Las alucinaciones permanentes en que permanecía lo condujeron, ocioso es decirlo, a una escritura en esencia delirante.
Sea como sea, Rodrigo Lira es hoy lo que se dice un escritor de culto y pocas veces se ha justificado tanto ese término como en su caso.
Camilo Marks